La 9° Sinfonía, en re menor, op 125, más conocida como La Coral, fue la última gran obra de Ludwig Van Beethoven, compuesta entre 1822 y 1824. Es considerada una pieza maestra de la música clásica occidental y se cree que es asimismo uno de los mayores logros supremos de toda la historia de la música. La partitura original, con sus 74 minutos y en 4 movimientos se conserva, como un verdadero tesoro, en la Biblioteca Estatal de Berlín. Considerada una “herencia espiritual” de la humanidad, cabe destacar que fue ésta la primera partitura inscripta en la Unesco en el Registro de la Memoria del Mundo. La Unión Europea, en 1985, adoptó la “Oda a la Alegría”, de su cuarto y último movimiento, como Himno Europeo. Y todo esto porque la colosal y magnífica joya fruto de la genial creación de Beethoven es conocida por media humanidad y es interpretada en todo el mundo tanto en occidente como en oriente. Es que, sin dudas, alguien dijo alguna vez: “La Novena Sinfonía fue el broche de oro de la extraordinaria carrera de Beethoven”. Y así fue como aquella noche del 7 de mayo de 1824, hoy a 200 años, este genio de la música encarnó una historia maravillosa en la que dirigió y estrenó su Novena Sinfonía en el Teatro Karntnertor de Viena, a sala colmada y padeciendo ya una grave pérdida de su audición. Sordera con la que ya había compuesto esta obra, y otras tantas, y al finalizar la interpretación, y de espaldas al público, no se percató que estaba recibiendo una gran ovación con emocionados aplausos y vítores. Cuentan que su contralto le tironeó la manga para que se diera vuelta y pudiera ver y sentir lo que el público vienés le brindaba calurosamente: ¡Sencillamente extraordinario! En 1785, 30 años antes, un dramaturgo y filósofo alemán (Friedrich Schiller) había escrito una composición poética-lírica a la que había titulado “Oda a la Alegría” (o bien, originalmente, “Oda a la libertad”, título este que fue censurado). Pues bien, Beethoven la musicalizó y la incluyó en su Novena Sinfonía y fue un verdadero cántico a la fraternidad universal celebrando la alegría, la hermandad entre los pueblos, la libertad, la justicia y la felicidad. En la actualidad, a nivel científico, se sabe que la música activa nuestro cerebro emocional aumentando frecuencia cardíaca, respiratoria, o generando escalofríos, júbilo o llanto. Se visualiza con estudios modernos como activa áreas del cerebro, el sistema límbico y el circuito del placer donde se liberan dopamina y serotonina. Prueba de ello es que la música de Beethoven, si bien se creó hace 200 años, hoy sigue emocionando al público y es lo que lo ha hecho universal. Decía F. Nietzsche: “Sin música, la vida sería un error”. Pues bien: ninguna cultura actual, o del pasado y que tengamos conocimiento, careció de música. Finalmente, deseo felicitar al Sr. Yurcovich por su magnífica carta de lectores del 4 de junio sobre el arte musical y, asimismo, felicitar a nuestro excelente maestro Gustavo Guersman quien, con su valioso aporte, a través de la orquesta sinfónica juvenil de la UNT, nos ayudó a comprender el gran valor y “El Poder de la Música”, como él tituló a su brillante concierto por el cumpleaños 112 del Teatro Alberdi de nuestra ciudad.

Juan L. Marcotullio                               

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