El congreso anual de Wan-Ifra propone a sus asistentes la revisión y discusión de los grandes retos que enfrenta la industria periodística. La sustentabilidad es un eje constante, ya que no hay periodismo de calidad ni libertad de prensa sin viabilidad económica de las empresas periodísticas.
Vemos casos de grandes grupos como el belga Media Huis, el noruego Amedia o el español Vocento que coordinan exitosamente decenas de diarios medianos y pequeños que en decenas de ciudades salvaguardan el periodismo local. Y también casos de medios muy chicos, como Crosstown, que con solo dos personas y gestión de datos empezó administrando un conjunto de newsletters para cubrir, con procesamiento de bases de datos públicas, algunos de los problemas cotidianos de los 114 barrios de Los Angeles. O el del medio chileno El Líbero, hoy uno de los dos más destacados nativos digitales de Chile, que tiene como uno de sus ejes de negocio viajes con sus suscriptores. Carlos Kubick y Eduardo Sepúlveda, sus conductores, están en Copenhague coordinando el itinerario de 37 de sus suscriptores en una travesía que incluye una visita a Normandía a 80 años del desembarco aliado y entrevistas con parlamentarios franceses en el marco de las elecciones europeas.
Fernando de Yarza termina su presidencia en Wan-IfraEl congreso de Copenhague se estructuró con más de 50 sesiones paralelas en tres salones distintos. En uno de ellos se concentran las cuestiones más ligadas a la gestión general y en los otros dos la estrategia de las redacciones y el eje comercial de la web.
Inevitablemente, cada participante se pierde dos tercios de la oferta dentro de un programa que ofrece cientos de combinaciones posibles. Se trata de un buen ejercicio para reflexionar sobre el oficio. Como ocurre con un cubo, siempre vemos solo algunas caras de una realidad que alberga otros enfoques posibles.
La amenaza de 2024
El Foro Económico Mundial concluyó que la gran amenaza de 2024 es la desinformación. Una amenaza para la paz y la democracia ya que una ciudadanía con escasa o errónea información no puede sino viciar el presupuesto del juego democrático y abrir las puertas al conflicto.
Buena parte de nuestras tragedias surgen de malentendidos o de fallas en la comunicación. Experimentamos una aparente paradoja. Nunca tuvimos un acceso tan amplio a la información –en pocas décadas pasamos de un mundo de escasez informativa a uno de sobreabundancia- y pocas veces se acentuaron tantos los sesgos que nos llevan a la polarización y fragmentación de nuestras sociedades.
Los sistemas de inteligencia Artificial ofrecen resúmenes de información y opinión que desincentivan la búsqueda de las fuentes. Toman los contenidos de la web, 30% de los cuales son periodísticos, y los procesan para distribuirlos de acuerdo a las demandas de sus usuarios. Distribuyen información -y desinformación- sin atribuir adecuadamente autoría ni retribuir adecuadamente a los generadores. Amenazan de este modo la viabilidad de la generación de contenidos.
Las cinco grandes compañías que compiten por imponerse en el mercado se caracterizan por la falta de transparencia y la violación de los derechos de autor. “Si no se puede proteger la creación de músicos, pintores, escritores y periodistas –nos dice Emily Bell, la fundadora del sitio Vox- lo que se pone en riesgo es la cultura de nuestras comunidades”.
Un océano indigerible
En 1942, Borges publicó en La Nación su cuento “Funes, el memorioso”. La historia de un hombre que recordaba todo y no podía olvidar. Esa saturación cognitiva generaba una incapacidad para distinguir lo relevante de lo accesorio, para comprender una ironía o una metáfora, para pensar. Algo de esto sufre hoy la humanidad con la posibilidad de que la Inteligencia Artificial la lleve a un inquietante extremo. Tenemos todos los contenidos del mundo simultáneamente y a un click de distancia. Un océano de conocimientos con herramientas de procesamiento amenazadas. Sin capacidad para desalinizar lo que bebamos de ese océano, no podremos digerirlo intelectualmente. Avanza la inteligencia artificial, retrocede la inteligencia humana.
No se trata de una visión ludita de nuestro contexto, una variante contemporánea de quienes propugnaban destruir las máquinas en los inicios de la revolución industrial. Los instrumentos, lo sabemos, no son esencialmente malos o buenos; todo depende del uso que hagamos de ellos. Pero en el ecosistema digital que atraviesa nuestras vidas, la dinámica de muchos de los productos de las grandes empresas tecnológicas afectan nuestra capacidad cognitiva. Creemos estar usando prodigiosos artefactos sin la suficiente conciencia de que ellos también, y con más potencia, nos usan. Basta ver las omnipresentes escenas de chicos –y no tanto- con incapacidad para despegar sus ojos de las pantallas. Debemos plantearnos qué están haciendo los algoritmos, que están detrás de las pantallas, con nuestras mentes y nuestras vidas.
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