A principios de los años 80, el psicólogo James Hassett, profesor de la Universidad de Boston, llevó a cabo un interesante estudio acerca de los patrones éticos de las personas en comparación con sus comportamientos. Los resultados fueron recogidos en dos publicaciones: “Is it right? An inquire into everyday ethics” (“¿Es correcto? Un estudio sobre la ética cotidiana”) y “But that would be wrong” (“Pero eso estaría mal”), ambas aparecidas en Psychology Today.

La muestra vino de parte de 24.000 lectores de la revista que completaron el cuestionario de Hassett. La novedad de la investigación fue que se centraba en situaciones muy corrientes (a diferencia de estudios anteriores sobre el mismo tema que se basaban en hipotéticos dilemas morales que las personas difícilmente tienen que afrontar). Por ejemplo preguntaba si, tras rozar involuntariamente a otro auto en un estacionamiento, dejarían su nombre y número de teléfono o simplemente se irían.

En cada una de las situaciones presentadas, se preguntaba si habían cometido alguna vez el acto “poco ético”, si creían que estaba mal o si, bajo ciertas condiciones -por ejemplo, si fuera improbable ser localizados-, incurrirían en ese comportamiento.

¿Y la infidelidad?

Hassett descubrió que eran más las personas que confesaban haber engañado a su pareja que al Departamento de Hacienda: el 45% dijo haber sido infiel alguna vez.

De este grupo, la mayoría creía que la infidelidad estaba mal, pero cerca del 40% confesó que, en las mismas circunstancias, reincidiría (por ejemplo, si estuviera lejos de su casa y fuera muy improbable volver a ver a la persona con la que fueran infieles).

Más del 42% dijo que creían más probable ser infieles si estaban bastante seguras de que no ser descubiertas.

Y el 50% reveló que serían infieles si la persona fuera especialmente atractiva.

Los doctores Sheree Conrad y Michael Milburn, entusiastas de la inteligencia sexual (y quienes acuñaron este término), afirman que los cuestionarios empleados por Hassett en relación a la infidelidad aportan información que las personas pueden utilizar para comportarse del modo en que desearían hacerlo.

¿Cómo? Reflexionar con honestidad acerca de las circunstancias que pueden inducirnos a ser infieles, sostienen, reduce las probabilidades de que caigamos en la tentación (si aspiramos a ser fieles, claro). Es decir, que las situaciones no nos agarren desprevenidos/as, ignorantes de cómo somos. Que, por el contrario, tengamos la gimnasia de analizarnos y así volvernos cada vez más conscientes de los resortes que disparan nuestros deseos, emociones, actitudes y conductas.