Cuando la tristeza es persistente, trasciende el tiempo y los espacios que habitamos, entonces nuestro cuerpo responde. Nos vemos obligados a detenernos porque nuestro organismo simplemente está afligido y sumido en ese cúmulo de emociones que generan una angustia desestabilizadora.

La tristeza puede sentirse en el cuerpo, aún si solo se trata de un estado emocional. Podemos vivirla en el estómago, revolviendo su contenido sin permitirnos siquiera ingerir un alimento. Podemos experimentarla en el agotamiento, sintiendo la necesidad de recostar nuestro cuerpo sobre la superficie que nos aporte la estabilidad que se vuelve tan codiciada. Podemos denunciarla cuando se encarna en nuestro pecho y nos deja sin aire, sintiendo una lanza que aprieta contra este, prohibiendo el paso del aire.

La tristeza y su correlato psicofísico: cuando el dolor se hace carne

Esa tristeza que se instala en el pecho es ese dolor que obliga a envolverse sobre uno mismo, a enroscarse hasta que esa molestia se alivie, aunque muchas veces los esfuerzos son en vano. La angustia se encarna como un aviso, como una señal de freno, de que debemos parar y sentir. Vivir esa aflicción es también un mecanismo de erradicarla, porque de eso se trata la tristeza, tiene la finalidad de que reflexionemos y desarrollemos estrategias de afrontamiento ante esas sensaciones incómodas.

Las aflicciones emocionales tienen sus correlatos psicofísicos cuando el sufrimiento emocional es elevado en la escala de intensidad de la tristeza. Cuanto más fuerte es, mayor es el dolor que nuestro cuerpo puede llegar a sentir. El estrés es el principal responsable de que nos duela el pecho cuando estamos tristes

¿Por qué cuando estamos tristes nos duele el pecho?

El dolor en el pecho aparece, por lo general, cuando nuestro sufrimiento es intenso o mantenido en el tiempo. Es común que este efecto psicofísico de elevada intensidad aparezca en los duelos. Perder a alguien o sufrir una ruptura afectiva son dos desencadenantes habituales. También los periodos de crisis en las transiciones, así como las decepciones más dolorosas.

Lo que sucede en estos casos es lo siguiente. El cuerpo interpreta esa experiencia emocional intensa y persistente como una amenaza y, en consecuencia, desarrolla una respuesta de estrés.

Esa respuesta de estrés libera hormonas como el cortisol y la adrenalina. La tensión arterial se eleva y el cerebro decide enviar mayores niveles de oxígeno a los músculos y no tanto al corazón o los pulmones. Lo hace en un intento por facilitar la conducta de ataque o huida. En consecuencia, experimentamos cierta sensación de ahogo o presión debido a esas alteraciones hormonales y fisiológicas.