Roger Corman murió en su casa de Santa Mónica (California) a los 98 años. Forjó el destino del Nuevo Hollywood de los años setenta porque fue quien le dio la primera oportunidad en los rodajes a Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o Peter Bogdanovich y con él empezó su trayectoria Jack Nicholson. Apostó por un cine independiente, de consumo y llegada fácil, de rodajes a la carrera, lo que no estaba exento de cierta pulsión artística, y además de los mencionados, James Cameron, Ron Howard, Joe Dante, Carl Franklin, Gale Anne Hurd, Monte Hellman o Jonathan Demme le deben que les dejara ponerse detrás de una cámara por primera vez. En un comunicado publicado ayer con el anuncio de su muerte, su familia contó que falleció rodeado de sus seres queridos, y lo definió así: “Era generoso, de corazón abierto y amable con todos los que lo conocían [...]. Cuando se le preguntó cómo le gustaría ser recordado, dijo: ‘Yo era cineasta, solo eso”.

El sobrenombre de rey del cine de serie B, con su capacidad para sacar adelante 500 películas, ensombrece su gusto por un cine de terror, basado principalmente en relatos de Edgar Allan Poe, casi siempre con Vincent Price de protagonista, que deja títulos como La caída de la casa Usher (1960), El cuervo (1963), La máscara de la muerte roja (1964), junto a otras apuestas como El hombre con visión de rayos X (1963) o La tiendita del horror (1960). Esa década, la de los sesenta, fue su época dorada. Las generaciones posteriores sí entendieron que ese legado merecía ser honrado: recibió el Oscar de Honor en 2009 y en los últimos años apareció en las ceremonias de entrega de premios de las estatuillas de Hollywood y del festival de Cannes (el año pasado uno de sus mayores fans, Quentin Tarantino, lo acompañó para entregar un premio en la ceremonia de clausura del certamen francés). En X otra leyenda, John Carpenter, escribió ayer: “Roger Corman, uno de los directores de cine más influyentes de mi vida, ha fallecido. Fue un privilegio conocerlo. Era un gran amigo. Él moldeó mi infancia con películas de ciencia ficción y epopeyas de Edgar Allen Poe. Te echaré de menos, Roger”.


Corman fue un tipo sagaz, de los primeros que entendió en el mundo de cine que lo importante era que se hablara de las películas, aunque fuese mal, y usó a su favor siempre la publicidad negativa y la polémica, como la que acompañó a Los ángeles salvajes (1966), en su estreno en el festival de Venecia; a El viaje (1967), en la que Peter Fonda protagonizaba una inmersión en el LSD, al que recurría su personaje, un director hundido, para superar el abandono de su esposa (el guion era de Nicholson); o a cualquiera de sus films que metieran en su menú desnudos y sexo, violencia y temas sociales. Puede que por ello encontrara eco en Europa: es el cineasta más joven que fue objeto de una retrospectiva en la todopoderosa Cinemateca Francesa. Ocurrió en 1964, cuando Corman tenía 38 años.

Su capacidad brutal para producir películas también se basó en cierta falta de vergüenza, por la que fue a veces criticado: sí, con él empezaron varias generaciones de artistas, y les dejó hacer algunas apuestas artísticas, pero siempre que no se alejaran de la marca de la casa del terror barato y de rápido consumo. A cambio, sus films eran escuelas intensivas de rodaje para técnicos y equipos: El clan Barker (1970), su película sobre una matriarca de gánsteres, Ma Barker, y sus hijos matones, no soportó el paso del tiempo pero en el reparto aparecen Shelley Winters, Robert De Niro, Don Stroud, Pat Hingle y Bruce Dern. Corman intuía rápidamente quién rendiría en la pantalla: Jack Nicholson, Dennis Hopper, Ellen Burstyn, Sylvester Stallone o De Niro son solo algunos de los intérpretes que se iniciaron con él en el cine. Y como recuerda The Hollywood Reporter, Nicholson hizo su debut en la pantalla grande a los 21 años en Grita, asesino (1958), producida por Corman.

El productor contrató a un joven Scorsese para dirigir Pasajeros profesionales (1972) y a Demme para escribir Jaula caliente (1974); convirtió a Hurd (productora posteriormente de Terminator, Aliens: el regreso, Armageddon o la serie The Walking Dead), recién graduada de la universidad, en su asistente de producción y más tarde en su jefe de marketing; le dio a Cameron el trabajo en 1980 de diseñar accesorios para Batalla más allá de las estrellas; Coppola, a quien encontró cuando llamó a la universidad de UCLA preguntando por el mejor estudiante de montaje que tuvieran, dirigió para él Demencia 13 (1963), y Bogdanovich sacó adelante un lustro más tarde Míralos morir, con Boris Karloff.

A Ron Howard, al que se le había acabado su carrera de actor infantil, le abrió las puertas de la dirección con su primer largometraje, El gran robo del auto (1977). Cuando Howard se quejó por la negativa del productor a pagar por más extras en varias secuencias, Corman le espetó una de sus frases míticas y por demás acertada: “Ron, si haces un buen trabajo para mí en esta película, nunca tendrás que volver a trabajar para mí”. Con el tiempo, todos estos jóvenes le guardaron cameos en sus películas a modo de homenaje: Corman aparece en El padrino II, El silencio de los inocentes, Apolo 13, Filadelfia y El embajador del miedo, entre otras.


Roger Corman nació en Detroit y su familia se mudó a Beverly Hills, cerca de la meca del cine, cuando él tenía 14 años. Se graduó en 1947 en Ingeniera industrial en Universidad de Stanford y posteriormente sirvió en la marina tres años. Cuando volvió a casa, el mundo de la ingeniería ya no le interesaba, y aceptó un trabajo en el estudio 20th Century Fox como cadete, hasta convertirse en analista de guiones. Sin embargo, no logró ascender mucho más, renunció y se fue a Oxford a realizar estudios de posgrado en literatura inglesa. Desde París, empezó a vender reportajes y cuentos a revistas, y así comenzó de nuevo. Cuando regresó a los Estados Unidos, trabajó como agente literario. Inspirado por el absoluto horror de los guiones que leía, decidió probar suerte en la escritura. En un documental, contaba: “Me pareció una manera fácil de ganar dinero, así que me senté y pasé muchas noches haciendo un guion llamado Highway Dragnet”, que vendió a Allied Artists por 4.000 dólares, y se convirtió en la película Conciencia culpable de 1954.

Pero donde aprendió su oficio fue en la American International Pictures, del productor Samuel P. Arkoff, que realizaba películas de género baratas, pensadas para públicos de autocines. Corman entendió que había dos virtudes inherentes a ese estilo: había que contar las historias visualmente y había que trabajar rápido. En AIP produjo ocho películas solo en 1956, y de 1955 a 1960 se le atribuye la producción o dirección de más de 30 películas, todas tenían presupuestos de menos de 100.000 dólares, y la mayoría se realizaron en menos de dos semanas. Corman, en su productora, llegó a hacer films en cinco días.

En los años setenta, porque Corman era inquieto, además de la producción, se lanzó a distribuir cine de autor extranjero, a través de su compañía New World. Estrenó en su país Gritos y susurros (1972), de Ingmar Bergman; Amarcord (1974), de Federico Fellini; La historia de Adela H. (1975), de François Truffaut; Dersu Uzala (1975), de Akira Kurosawa; El tambor, de Volker Schlöndorff, y Fitzcarraldo (1982), de Werner Herzog. Su alma inquieta lo llevó también a filmar en diferentes países, incluida la Argentina, en donde, gracias a una alianza con Héctor Olivera, realizó diez películas coproducidas entre Aries Cinematográfica Argentina y su propia productora.

Cuando recibió el Oscar de honor, en su discurso explicó: “Muchos de mis amigos, compatriotas y personas que comenzaron conmigo están aquí esta noche y todos han tenido éxito. Y creo que lo han logrado porque tuvieron el coraje de arriesgarse, de apostar. Pero apostaron porque sabían que tenían la capacidad de crear lo que querían hacer. Es muy fácil para un gran estudio o cualquier otra persona repetir sus éxitos, gastar grandes cantidades de dinero en remakes, en películas de franquicias con efectos especiales. Pero creo que las mejores películas que se hacen hoy nacen de cineastas originales e innovadores que tienen el coraje de arriesgarse y apostar. Por eso les digo: ‘Sigan apostando, sigan arriesgándose”.

Años antes su discurso era algo más amargo: solía quejarse de que los estudios de Hollywood le habían robado su mercado: desde el éxito de Tiburón y La guerra de las galaxias, las majors se centraron en ciencia ficción y superhéroes, abandonando décadas de grandes presupuestos centradas en el drama. Según él, algunos de sus hijos cinéfilos habían matado al padre. “En las películas de ciencia ficción, el monstruo debe ser siempre más grande que la protagonista”. Una máxima con la que no le fue nada mal, como alardeaba desde el título de su autobiografía, publicada en 1990: How I Made a Hundred Movies in Hollywood and Never Lost a Dime, o, en castellano, Cómo hice cientos de películas en Hollywood y nunca perdí un céntimo”.