La tozudez del emprendedurismo tucumano es admirable. Videoclubes, telecentros, canchas de pádel, cervecerías artesanales, cadeterias, ”pancafeterías”, canchas de pádel de nuevo, se encienden y se apagan con los años. La última novedad tiene que ver con la industria de la peluquería masculina, que involucra el cuidado minucioso de su barba, cabello o carencia de ellos. Antes los más quisquillosos al respecto entraban con vergüenza a un coiffeur de alta gama y de todos modos no se les pasaba por la cabeza, por así decirlo, estilizar su barba.

Ahora no hay una sola vereda sin un caramelo giratorio de barbería. No deja de ser paradójico que el corte de pelo haya sido considerado por los economistas como un indicador de bienestar social. Efectivamente, “el Haircut Index es un índice que vincula el crecimiento económico a la afluencia de clientes a las peluquerías. Tiene la capacidad de medir, a partir de la frecuencia y el precio de los cortes de pelo en un determinado país, no sólo el nivel medio del coste de los servicios en el mismo sino sus expectativas de crecimiento, llegando a la conclusión de que la economía se comportará de manera positiva en la medida en que los ciudadanos de un país continúen acudiendo con cierta regularidad a la peluquería.” Me imagino que hasta este momento y nunca más se puede confiar en este indicador. Sin dudas que al menos nuestra provincia es en este aspecto menos confiable que el indec de Moreno cuando “pisaba” el valor del Big Mac. Estos lugares existen en un número insólito, hablamos de un coeficiente entre cantidad de barberos y tucumanos cercano a uno. Esto indica que el corte es mucho más que un servicio. O es otra cosa: una experiencia estoica.

En el interior de los locales no hay necesaria o exclusivamente un ser humano, que haya adquirido el oficio de peluquero. En cambio hay un “jinete del infierno” que está juntando para su Harley Davidson. Antiguamente, hace miles de minutos, era casi obligatorio responder a la cuestión de “cómo cortamos” con el lacónico repertorio “corto” o “largo”. Ahora con la modernidad capilar, cuánto pelo asoma en el cuerpo humano puede y debe ser “lookeado”, saber erradicado (el vocablo “depilación” que era indiferente a la clientela masculina asoma con decisión en las pizarras), teñido, perfilado, encerado o moteado. Hasta la punta le sacan. En muchos casos uno sólo va a cortarse el flequillo y sale como una barba “garibaldi” y un “degradé” que destaca su estilo “limón de cumpleaños”. Pero no es sólo eso lo que uno gana, sino digamos la experiencia antropológica inolvidable. Por una suma que oscila entre los siete pesos y los 10.000 dólares en tres cuadras, dispersión de oferta que le llaman, puede uno entrar al inframundo de estos audaces que ponen música hasta que los vidrios rebotan. No espere un tango, desde luego. Eso sí, resolvieron el problema de tener que hablar con ellos. Hablan entre ellos. Se cuentan aventuras amorosas o de la vida grupal, hablan pestes y a los gritos de los que trabajaron en el turno pasado y en el porvenir. Se mienten peor que los pescadores. Ragnar Lodbrok, el célebre vikingo, se hubiera horrorizado de las hazañas que relatan. Thomas Hobbes hubiese escrito “el barbero es el lobo del barbero” o más bien “el hombre es el barbero del hombre” de haber asistido a uno de estos simpáticos locales y creído a estos profesionales de la estética masculina. No es infrecuente que se digan cosas que al cliente en cuestión le hagan pensar que su propia vida corre riesgo. Tal es el caso de ser cierta la circunstancia de expresiones como el haberse “mambeado mal” anoche o el adagio “qué manera de quemar aceite de la nuca” la última semana. Siempre en ese sonoro “tucumano neoclásico”. La experiencia es enriquecedora y a la vez dura como la vida misma. Algunos llaman a la familia antes de entrar, para despedirse y agradecer lo que diosito le ha dado hasta el momento. Es que el héroe estoico sabe que si el hado lo llevó hasta la barbería “Macho´s frula” así debe ser. Nel mezzo del cammin di nostra vita…