Por Juan Ángel Cabaleiro

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Quienes de alguna manera seguimos o tuvimos conocimiento de los potentes debates intelectuales que protagonizó la izquierda en los años 60 y 70 y de sus tremebundos métodos de acción política no salimos de nuestro asombro ante las nuevas formas que se imponen entre los revolucionarios actuales: me refiero a los «campamentos anticapitalistas», la gran batalla veraniega contra el orden económico mundial que organiza un sector del trotskismo en Buenos Aires. Se trata de una actividad lúdico formativa orientada a adolescentes sin límite de edad y que anuncia eventos de lo más curiosos y hasta enigmáticos.

Pileta y origami

Que un campamento anticapitalista organizado por el marxismo leninismo trotskista argentino promocione con tanto entusiasmo actividades como «pileta» y «origami» despierta suspicacias, porque se necesita tiempo y paciencia para derrotar al capitalismo retozando al sol o haciendo figuras de papel doblado. Se trataría, sospecho, de términos en clave para alguna actividad secreta, salvo que estemos hablando de una auténtica debacle intelectual de la izquierda, una hecatombe ideológica de dimensiones nunca vistas.

En cuanto a los participantes invitados, el desconcierto es todavía mayor: viene una delegación de Brasil y otra de Puerto Rico y, como en América Latina no tenemos demasiada idea de luchas revolucionarias, al campamento anticapitalista lo apuntala una remesa de militantes de los EE.UU., especie de mormones del credo marxista, para balbucearles a los chicos en mal castellano sus consejos, su exitosa experiencia en la derrota del capitalismo yanqui.

Ayer nomás

Los campamentos de ayer, cuando la izquierda enviaba a sus militantes a Cuba o al Líbano a recibir dosis fulgurantes de ideología y entrenamiento militar, y los de hoy, que anuncian «pileta y origami» en sus programas, tienen, por increíble que parezca, idéntica finalidad: derrotar al capitalismo. ¿Cuál de los dos resulta más efectivo? Pregunta incómoda y difícil de responder, que parte del desconcierto de que una misma ideología pueda dar frutos tan diversos. Pero todavía hay otra mucho más difícil: ¿cómo alguien que se identificaba con aquellos puede hoy identificarse siquiera remotamente con estos?

¿Qué demonios pasó en medio? Pasó la dictadura, con su trágico saldo de 29.000 desaparecidos, la caída del muro de Berlín, el estrepitoso fracaso de múltiples experimentos socialistas, la incapacidad absoluta de la izquierda para resolver problemas. Pero pasó, sobre todo, la gran fuga de cerebros de la izquierda, la migración de intelectuales, académicos, periodistas, políticos y artistas de la vieja y lúcida izquierda al silencio, al anonimato o cada vez más a la centroderecha, si es que valen aún términos tan arcaicos. Y la consecuencia inevitable: el vacío de pensamiento y la usurpación del discurso progresista por un aluvión indigerible de señoritos cursis y pelmazos. Así, a quienes todavía vemos con simpatía o nostalgia ciertos ideales de la izquierda nos quedan cada vez menos refugios: la literatura, la música de viejos grupos y cantautores, y nos queda sobre todo la querida universidad pública, ese otro gran campamento anticapitalista que funciona el resto del año.

En fin, aquella propuesta veraniega, con sus limitaciones, no deja de ser una alternativa saludable y segura para aquellos abnegados padres progresistas que, con todo lo que hay para hacer en la vida y con lo corta que es, deciden invertir la suya en combatir al capitalismo: llevar a los chicos al campamento cada verano y quedarse con ellos a disfrutarlo. Pasarlo bien y distraerse unos días de la fantasmagórica pobreza que recorre la Argentina.

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Juan Ángel Cabaleiro - Escritor.