La industria azucarera en Argentina, pero, sobre todo, en Tucumán, es fundamental para la economía y para la sociedad, ya que aporta riqueza y trabajo para una infinidad de actividades productivas y laborales.

A raíz de ello, resulta vital que los actores vinculados a esta industria y los funcionarios de turno la defiendan de cualquier agresión externa o interna. Sobre todo, en cuanto a lo vinculado al consumo de azúcar.

La agroindustria azucarera representa en forma directa un 10,5% del PBI. Esta actividad tiene la particularidad de influir significativamente en el nivel de actividad económica de otros sectores de la economía provincial, debido a los grandes volúmenes de productos que moviliza.

Así es como influye significativamente en diversas ramas del comercio y de la industria (indumentaria, alimentos, bebidas, ventas de productos agroquímicos, maquinarias agrícolas, combustible, talleres metalúrgicos, reparación de vehículos, etcétera) y del sector de servicios (financieros, comunicaciones, transporte, seguros, entre otros). Estudios econométricos comprobaron que por cada 10% de variación en la caña molida se mueve alrededor de un 3% del PBI de la provincia.

Días atrás un medio nacional publicó una nota titulada “La audaz propuesta de dos expertos: es hora de tratar el azúcar como a los cigarrillos”. Señalaba que su consumo genera un impacto profundo en la dieta y en la salud, y abogaba por advertencias en las etiquetas alimenticias.

“Con esto solo pretenden achacar al azúcar el grueso de la responsabilidad por enfermedades derivadas de la compleja y creciente epidemia de sobrepeso y obesidad, causada, sobre todo, por cambios de hábitos de vida y, principalmente, por el sedentarismo y las comodidades de la vida moderna”, subrayó el asesor azucarero Santiago Paz Bruhl.

Entre los censos de 2010 y 2022, el consumo per cápita de azúcar por año en el país se redujo de 42 kilos por habitante (kg/hab) a 28 kg/hab, sin que se modifique la preocupante tendencia de estos índices ni de sus enfermedades asociadas, en sintonía con lo que sucede en distintos lugares del mundo, donde se pretendió demonizar a este producto.

Todas las dietas adecuadas nutricionalmente contienen unas cantidades apreciables de azúcares (incluida la sacarosa) derivadas de las frutas y las verduras. La sacarosa es un componente universal de las plantas verdes y es necesaria en la dieta para proporcionar vitaminas y minerales esenciales. El azúcar ha recibido tradicionalmente críticas injustas como “calorías vacías”. Sin embargo, ninguna fuente de energía alimenticia se puede clasificar como “vacía”, ya que aportar energía es un requisito esencial en nuestra alimentación. Además, el azúcar o sacarosa se consume generalmente como un ingrediente de alimentos de elevada densidad nutricional, lo cual induce a un enriquecimiento de la alimentación haciéndola más apetecible.

El primer sabor que el ser humano es capaz de distinguir cuando nace es el dulce, que es asociado a sensaciones placenteras. Este sabor guió a la humanidad en su evolución, y la ayudó a distinguir los alimentos comestibles de los venenosos, que suelen ser ácidos o amargos.

Una etapa crucial del desarrollo humano es la lactancia. La leche materna es el tipo de nutrición más completo, pues es producido y calculado por el propio laboratorio humano, que es la madre. Aporta la cantidad exacta de grasa, azúcar, agua y proteína que un bebé precisa para crecer y desarrollarse.

Un viejo adagio dice: “para cada problema complejo, hay una solución simple -y nunca funciona-”. La obesidad y sus enfermedades asociadas merecen un abordaje integral, evitando soluciones simples y con sobradas muestras de ineficacia, como la demonización del azúcar o la desnaturalización del sabor dulce.