Ya pasaron 12 años desde que decidió colgar la camiseta de Cardenales y los botines, después de esa final del Interior perdida a manos de Duendes, pero Álvaro López González todavía no puede parar. A los 44 años sigue a los trotes, porque sino se enferma. Si no sale a correr, sale a andar en bicicleta, o juega al fútbol en Las Cañas con su equipo El Albañil FC. “Siempre fui así. Mientras jugaba al rugby no hacía otra cosa, porque es un deporte muy demandante, pero cuando dejé de jugar, descubrí que había mucha vida afuera. Empecé con el fútbol, con salir a correr, a correr Trasmontaña, carreras de trail, triatlón. Hay muchas cosas divertidas. Pero eso sí: yo necesito competir. Aunque sea contra mí mismo. Si no puedo entrenarme, me pongo de mal humor”, asegura.
- La habrás pasado mal en la cuarentena entonces
- Horrible. Me escapaba del barrio y salía a correr por un canal que hay atrás. Me vivían denunciando cuando salía a hacer pasadas, ja ja.
- ¿Por qué te retiraste tan pronto? Con 32 años tenías para un par más...
- Pasa que estaba cansado. Desde los 18 que jugaba en Primera. Aparte ya estaba estudiando, trabajaba y ese año nació el primero de mis dos hijos. Eran muchas cosas. En realidad, no estaba cansado de jugar sino de entrenarme. De hecho, seguí jugando el Seven de Tafí del Valle hasta 2019.
- ¿Y por qué no seguiste de entrenador?
- Vivo muy lejos del club. En cambio sí agarré el seleccionado de seven, porque era algo más corto y nos entrenábamos en Universitario, que era más cerca. El tema no es hacerlo, es sostenerlo y hacerlo bien. Por eso cada vez hay más entrenadores rentados. Hay que planificar, organizar, ver videos, muchas cosas. Si trabajás de otra cosa, no lo podés hacer tan bien. Hoy es casi profesional.
- ¿Crees que eso llegará a los jugadores en algún momento?
- Es un momento de transición. Para mí, tarde o temprano van a tener que profesionalizar por algún lado. Hacer una liga nacional, como es en Sudáfrica, y dejar el rugby amateur de los clubes para los que estudian o trabajan. Y de ahí que hagan drafts. Por ejemplo, cuando fuimos a Sudáfrica en 2011 con el seleccionado, para jugar contra nosotros convocaron como 50 jugadores de clubes amateurs, y para ellos era como un draft.
- ¿Qué crees que debería hacer la UAR?
- Quizás habría que armar una liga fuerte del Interior, que sea profesional y dure seis meses. Que haya dos o tres equipos de Tucumán, otros de Córdoba, de Rosario, y así. Y si se quieren sumar los de Buenos Aires también, aunque no creo porque ellos juegan para ellos. Y que el torneo tucumano sea como la liga tucumana, amateur. O sea, una estructura parecida a la liga de fútbol. No sé, me da la impresión de que a la SLAR (hoy, Súper Rugby Américas) no la ve nadie. Quizás el año que viene tenga mayor interés acá si se suma la franquicia de Tucumán, pero como es un torneo de apenas tres meses, es como que no terminás de hacerte hincha. Sí me parece que el hecho de que hayan sacado el Campeonato Argentino de seleccionados le quitó mucho interés al rugby en algunas provincias.
- ¿Te preocupa hacia dónde está yendo el tema?
- Me impresiona cómo está perdiendo terreno contra el fútbol. Es impresionante la cantidad de chicos que van a las escuelitas de fútbol 5, que cada vez hay más. Y esos son chicos que pierde el rugby. Por supuesto, también tiene que ver con que es un deporte menos demandante. Al fútbol podés jugar estando fuera de forma, pero el rugby es peligroso si no tenés una buena preparación física.
- Son tiempos complejos para el rugby...
- Sin dudas. Además cambió la vida. Antes vos podías dejar que tu hijo vaya y vuelva solo al club. Hoy lo tenés que llevar y buscar, la calle está bastante más peligrosa. Y a muchos padres les resulta más práctico llevarlos a los chicos dos veces por semana a alguna escuelita de fútbol cerca de la casa antes que cuatro veces por semana a un club de rugby. Y a eso sumale la situación económica, que también juega en contra.
Loco del seven
Álvaro no oculta su fascinación por el seven. “Me encanta, siempre que puedo estoy viendo”, reconoce. Por supuesto, sigue muy de cerca a los Pumas 7’s, flamantes ganadores de la temporada regular del Circuito Mundial. “Han hecho un trabajo increíble. Tuve la oportunidad de hablar con Leonardo Gravano (entrenador asistente de los Pumas 7’s) y es una máquina. Implementan sistemas nuevos, cambian la forma de jugar. Están a la vanguardia del juego. Y aparte de eso, tiene jugadorazos. (Marcos) Moneta es el más rápido del mundo, (Rodrigo) Isgró es un crack, a (Luciano) González hay que tacklearlo de a tres, y encima tienen una defensa tremenda. Son insoportables”, resume.
- Pero ya casi no salen Pumas de los seleccionados provinciales de seven, ¿no?
- Es cada vez más difícil. Si no estás dentro del sistema UAR, es como que no existís, así hagas cuatro tries en una final. Es lo que pasó con el Seven de la República. Antes veían qué jugadores podían llevar de ahí a los Pumas 7’s, ahora los seleccionan desde dentro del sistema UAR, de acuerdo a sus características y su tamaño. Conozco el Circuito y hoy es una cuestión muy física. Por ejemplo, cuando salimos campeones con Tucumán en Paraná, el que la estaba rompiendo era Facundo Noval. Pero me decían que no tenía el tamaño que hoy requiere jugar en el Circuito Mundial. Ponete a ver: en los Pumas 7’s son casi todos grandotes. Quizás Moneta no es tan grande, pero es rapidísimo.
- Y ahora se puede soñar con el oro olímpico en París...
- Me dijo ‘Leo’ (Gravano) que lo más difícil es hacer que los chicos mantengan los pies sobre la tierra. Porque de repente explotaron y le empezaron a ganar a Fiji, a los All Blacks, y esa no es la realidad habitual de Argentina. Los tipos pasaron a ser superestrellas, hoy están siendo más populares que Los Pumas. Los chicos están viendo seven porque las jugadas y los tries te aparecen en reels de Twitter o Instagram, los estás viendo constantemente, y Los Pumas no juegan hace un montón.
- Hablando de Los Pumas, ¿qué opinás de la asunción de Felipe Contepomi?
- Una incógnita. A mí me gustaba mucho Gonzalo Quesada. Es un tipo diferente, le cambió el juego y la cabeza al seleccionado italiano, que hace años no le ganaba a nadie. Vi una entrevista en la que él dijo que había estado esperando su oportunidad, pero que le habían ofrecido ser el segundo de (Michael) Cheika, y quedarse hubiera sido aguantar otro proceso. Necesitaba crecer y por eso se fue a Italia.
Un verano italiano
En 2003, López González tuvo la oportunidad de mudarse al rugby profesional en Italia. Dado que fue sin pasaporte italiano, las cosas al principio no fueron fáciles. “Para estar sin papeles en el Top 10, que era la máxima categoría, tenías que ser una superestrella. Por eso fui a Benevento, un club del interior de Nápoles que estaba peleando el descenso en segunda división (Serie A). Tuve la suerte de que el entrenador era un australiano capo en las destrezas individuales. Me ayudó a mejorar un montón los pases, las patadas, las carreras. Hice muchos tries gracias a eso y nos salvamos del descenso. Y también me convocaron al seleccionado de seven de Italia para jugar el Circuito Europeo. Incluso llegué a jugar un Mundial de Seven con Italia, y fuimos campeones de bronce”, se enorgullece.
En esa primera etapa, a Álvaro le tocó sentir los rigores de la vida y el rugby en el sur de Italia. “Era terrible. Se vivían peleando. De local, decían: o ganamos o nos hacemos c.... Y se mataban a piñas, patadas en la cabeza. Eran casi todos jugadores amateurs de ahí nomás, había pocos profesionales. Y en ese momento estaba casi solo en Benevento, que era una ciudad chica, como decirte Monteros a la par de Tucumán, que vendría a ser Nápoles. Lo que sí, eran todos muy familieros. Los jugadores italianos nos invitaban a comer a la casa de sus abuelas. Y yo a veces iba acompañado de algunos amigos tucumanos que estaban jugando en Italia en ese momento, como Juan Pablo Rodríguez, Diego Vidal, Juan Pablo Lagarrigue y Pablo Chiappini.
- Y después te fuiste al norte...
- El segundo año me voy a jugar el Top 10 en Petrarca Padova. El norte es otra cultura. En Nápoles era más como acá: gritan en la calle, te chorean, hacen lo que se les canta. Y el norte era más parecido a la idea que tenemos de Europa. Todo respeto, nadie molesta a nadie. Y el club era súper profesional: sala de kinesiología, dos gimnasios, cancha techada, cinco canchas de entrenamiento perfectas, incluso había un lugar donde vos pedías lo que necesitabas y te daban, fueran botines, calzas, lo que sea. Y los sponsors ponían mucha plata. Uno era Kia, que daba autos 0 kilómetro para todos. Había marcas de ropa que nos vestían para el tercer tiempo.
- En esa época también había muchos argentinos y tucumanos jugando en Italia.
- Sí, al principio permitían jugar cinco extranjeros sin papeles, que siempre eran picantísimos, y 10 jugadores con pasaporte italiano, así que había muchos jugadores argentinos muy buenos. Era una liga de un nivel muy alto. El tema es que después empezaron a cambiar las reglas. Los italianos se dieron cuenta de que no estaban creciendo sus jugadores. Hasta el seleccionado estaba lleno de extranjeros. Por eso empezaron a exigir que hubiera siete italianos en la lista de convocados. Listo, siete italianos suplentes. Después ya empezaron a exigir que hubiera mínimo tres italianos titulares. Y cada vez fueron subiendo esos números, y los italianos se fueron cotizando. De hecho, la Federación comenzó a darle más plata a los clubes que pusieran más jugadores italianos en la cancha.
- ¿Y eso te complicó en algún momento?
- Yo pegué la vuelta en 2008 porque ya se había puesto muy complicado para los extranjeros. En un momento la regla era que tenía que haber siete u ocho italianos en la cancha, y si se lesionaba un pilar italiano y había que poner un extranjero en su lugar, a los primeros que sacrificaban para poner otro italiano era a los wings. Y vos pasabas de ser titular a estar directamente en la tribuna. Ni al banco ibas. Y eso te rompía la cabeza, porque estabas toda la semana entrenándote pensando que ibas a ser titular, y de repente veías un italiano que se doblaba el tobillo y te agarrabas la cabeza.
- ¿Tuviste alguna chance de jugar en el seleccionado italiano de 15?
- Esa fue la espina que me quedó. En el seleccionado de seven me fue muy bien. De hecho, Mirco Bergamasco (uno de los mayores anotadores de tries de Italia) era wing titular en el seleccionado mayor, pero en el seven era suplente mío. Y en un momento me llega el llamado a una concentración con Italia A, y yo justo estaba con una tendinitis de la que no me podía recuperar, no me dejaba ni pisar. Hacía un mes que estaba así, así que tuve que decir que no iba a poder ir. Me dijeron que me iban a llamar más adelante, pero ya no me llamaron más. Me quedé con ganas de vestir la Azurra mayor. Y estoy seguro de que compitiendo mano a mano me hubiera ido bien y hubiera tenido la chance de jugar algún test match.
- Al menos te quedó la experiencia...
- Curiosamente, al año siguiente de que me volví a Tucumán, nacionalizaron italianos a todos los extranjeros que habían jugado en el seleccionado. Si me quedaba, hubiera sido un italiano más. Pero bueno, ya me había vuelto, había empezado a trabajar acá y tenía 28 años. De todos modos, la experiencia fue espectacular. En ese momento, jugar el Top 10 era como jugar la Serie A de fútbol. Súper profesional. Además los eventos eran como los del fútbol. Por ejemplo, íbamos a probar los autos de carrera Kia en un circuito, o de repente te decían que al otro día nos venía a visitar al club Luca di Montezemolo, el CEO de Ferrari. Era todo así, un show.
- ¿Si tuvieras que elegir tres momentos de tu carrera?
- Uno sería el título de 2002 con Cardenales. En el penúltimo partido íbamos perdiendo con Universitario, adicionaron como nueve minutos y terminamos ganando con un try de maul, en el que se metió toda la gente a la cancha. Y el último partido nos tocaba jugar contra Huirapuca, que ya no tenía chances, pero sí tenía un equipazo, con Dande, Núñez Piossek, Molinuevo, los mellizos Lazcano Miranda, Belloto, era tremendo. Nosotros siempre bromeamos con que ese día Huirapuca se dejó ganar, porque nos tenían de hijos. Ellos ya eran consagrados y nosotros éramos chicos de 21, 22 años. Salimos campeones después de 34 años. Aparte, era la época en la que las canchas estaban repletas.
- ¿El segundo?
- Cuando íbamos a jugar la final del Torneo del Interior en 2001, contra La Tablada. En el diario dijeron que había una Cardenalesmanía. Era una locura, la gente en la calle nos deseaba suerte, había merchandising, salíamos en el diario todos los días, hasta tuvimos concentración. Éramos chicos de 20 años, que hacía poco habíamos jugado el Veco Villegas y de repente estábamos en una final del Interior. Era una explosión para el club. Una época espectacular.
- ¿Y el tercero?
- Es complicado, porque tengo muchos. De Italia nomás podría señalar un montón, pero también tuve momentos increíbles con el seleccionado tucumano. Incluso desde juveniles, que fuimos campeones en el 98 y 99. Después los de ese proceso subimos juntos a los mayores. Eso fue muy raro, porque nos encontramos con un equipo quebrado por las internas entre los jugadores más grandes. Éramos chicos que estábamos cumpliendo el sueño de jugar en la Naranja, y de repente nos encontrábamos con un equipo que se mataba entrenando pero que en la cancha estaba roto, y así fue que terminó descendiendo. Eso fue un golpe duro, pero cuando volví de Italia, tuve una segunda etapa con los Naranjas con un equipo que ya estaba armadísimo. Así que es difícil elegir sólo tres momentos.