A veces pienso que la muerte nos ayuda y nos simplifica algunas cosas. Cuando era muy chico y mi edad se expresaba en un dígito mis padres me llevaban a la Feria del Libro casi como una obligación anual. A veces servía para que me durmiera incómodo en la silla de alguna conferencia o en la presentación de una obra. Después, aprendí que el recorrido de stands y de editoriales servía respirar ideas, argumentos y metáforas. Eran horas que se hacían días en los pasillos. Ahí seguro te tropezabas con autores y lectores que pensaban igual y distinto, pero que tenían la capacidad de escuchar y dialogar para aportar un pensamiento más y otro nuevo en el prójimo. Y, cuando la charla se estiraba y las piernas pedían auxilio siempre había un café cerca para seguir la tenida.
Cómo explicarles a aquellos que vivieron esas jornadas energizantes y motivadoras lo que ocurrió esta semana. Aquellos que supieron llevarme de la mano a la Feria del Libro ya no están...y quizás, por suerte, porque no entenderían que este emporio de cultura ha sido vapuleado y que ahora los libros se mudan al Luna Park, la meca del boxeo en aquel entonces. No lo entenderían.
Sería imposible errarle si uno dice que en algún recóndito estante de la Feria del Libro hay un ejemplar de Fahrenheit 451. Si bien aquella movilizante creación de Ray Bradbury puede parecer ciencia ficción obsoleta, la novela sigue hablando de nuestra imbecilidad para usar un adjetivo casi oficialista. Se centra en los peligros de una sociedad de censura extrema, avances tecnológicos e interacciones sociales vacías. La sociedad que allí dibuja Bradbury se caracteriza y define por la quema de libros tirando por la borda la historia y la curiosidad, la madre de cualquier creación o evolución. Las certezas y las incógnitas de cuando abrimos un libro sólo se van cuando lo leemos o cuando lo ignoramos sin querer conocerlo. El personaje del bombero Guy Montag sugiere algo así: “¡Ellos -los libros- podrían evitar que cometamos los mismos malditos errores locos!”.
En esta Argentina, el loco decidió no financiar, sino vaciar la Feria del Libro, un espacio del que disfrutó Javier Gerardo Milei y en el que fue aplaudido y vitoreado cuando era un asiduo y exitoso invitado en función de sus creaciones, no de su poder delegado. Ahora, cuando es Presidente de la Nación, su libro se presentará en el famoso y caduco Luna Park, que nació y creció como el gran estadio de boxeo donde todo se dirimía a las piñas. Esto que ha ocurrido esta semana que nunca más volverá, al fin y al cabo, termina dibujando una pelea miserable, chiquita y enorme a la vez, con los libros que no lleven la firma de Milei. Pero eso es sólo una metáfora de este Presidente al que tanto le cuesta aceptar la crítica.
Los libros no son de los autores, ellos los escriben; tampoco de los editores, ellos los imprimen; son de los lectores. La lectura termina siendo un acto que abre mundos posibles como la política. Cuando más libros distintos, mejor. La política a su vez, no es de los que hacen las leyes o las ejecutan, es el arte de lo posible como proponía Aristóteles. Menos libros, menos política.
Un gancho
No es el boxeo el modelo de ningún ejercicio de la política. Milei ha llegado a la Casa Rosada por sus locuras, por su desenfado, por sus ideas. El equipo y la estructura vinieron después. Incluso los titulares del plantel del ascenso fueron quedándose en el camino. Y el discurso que mejor cuajó fue el de la antipolítica. Pero no se puede estar en la primera magistratura de un país y renegar de la política. Cuando lo hizo perdió por nocaut. Al primer proyecto de la ley Bases se lo tiraron por la cabeza y a sus desplantes contra la universidad nacional terminaron con un “gancho” en la boca del estómago que lo dobló todo. Milei perdió la primera pelea, pero esta semana se dio con el gusto de ganar la revancha y ahora le espera el “bueno” dirían los truqueros.
Para ganar la revancha Milei cambió de estrategia. Si de cada 10 palabras que decía, siete eran “casta”, en este último tiempo hasta se olvidó de esas dos sílabas. Es que negoció de igual a igual con distintos miembros de lo que él llama casta. Se olvidó de las obras sociales que tanto les preocupaban a los sindicatos que manejan esas cajas. Tampoco avanzó sobre los convenios colectivos de trabajo que fueron escritos en una Lexicon 80 que ya ni en los museos se ven. Tuvo cautela, una cualidad que no figura en su diccionario, y le dio resultado. Hilvanó el acuerdo con cada uno de los integrantes de la casta y salió airoso. Incluso en la plaza de Los Congresos cuando Diputados sancionó la “Ley Bases” sólo quedaban las palomas.
El Presidente actúa muchas veces como esos niños caprichosos que esperan que las cosas sean como a ellos se les ocurre. Aún no ha cumplido ni medio año de gestión, le faltan muchos días para la mayoría de edad. Mientras tanto, es mejor ajustarse a algunas reglas, por lo menos las del protocolo. Esta media sanción que es como si su auto hubiera llenado el tanque para seguir en la ruta se consiguió gracias a “las ratas” que habitan el nido que él defenestra.
La picardía o la intuición política de Cristina avisó hace poco tiempo que estamos en una Argentina de tercios. Ese concepto que ya había sido advertido por los diferentes analistas de la política en base a números concretos sigue definiendo al país. Cuando Milei estalla en sus absurdos desplantes no afecta a su 30 por ciento. Eso sigue inalterable en su haber pero sí, en cambio, expulsa al otro 26% que le puso la banda presidencial. Ese riesgo es el que saca de quicio a su equipo de trabajo. Ahora, con la votación en diputados, lo que hizo fue contradecir a aquel 30 por ciento de su núcleo básico que adhería a aquello de la casta y toda su parafernalia.
Milei va y viene. Desconcierta y conforma. Una rara avis política aunque él no termine de darse cuenta. El Presidente se ha convertido en un extraterrestre de estas tierras. Se viene un paro casi culposo, el capítulo final de Bases en el Senado y el 25 de este mes será el día del pacto final o principal. Mayo será para sacar balcones.
Lo que viene
Quizás el truco sea nuestro paradigma y no la dicotomía de libros, alpargatas, castas corruptos y ñoquis. La intendenta y el gobernador tucumanos “orejean” sus cartas, Osvaldo Jaldo trata de ser mano y mandar a sus senadores. Las señas no abundan, quizás “son pocas” o en una de esas se tiene guardado un as de espadas. Rossana Chahla, en tanto, es pie. Espera su turno mientras mira sus cartas. Hace unos días en los estudios de LG Play finalmente se definió como una política. Empieza a abandonar la idea de que es una “outsider” de este mundo que la convirtió en la “Lady Mayor” de la ciudad. En la noche del martes mostró algunas cartas. Definió con prudencia a Juan Manzur y describió a Jaldo como una baraja fuerte. Y sumó una tercera carta, el diputado Carlos Cisneros a quien le dio la categoría de un ancho de espadas cuando lo describió como un avezado político con una atenta mirada hacia la juventud.
Volviendo a la partida central Jaldo, “el libertario”, sabe que llegó la hora de jugar. Mira a Sandra Mendoza. La senadora tiene que cantar, poner... o irse al mazo. “Vení al pie”, parece decirle el mandatario desde la Casa de Gobierno. Aquí y allá esperan su jugada.
Los jugadores
Juan Manzur, en cambio, tiene claro que no irá al pie. Lo más seguro es que esté atento a las señas que le haga su nuevo amigo Héctor Daer desde Azopardo 820, la sede de la CGT. El senador tucumano no está preocupado por los requerimientos del gobernador tucumano. Necesita ocupar un lugar importante en el bloque de Unión por la Patria y quiere ser un conductor del peronismo nacional para seguir soñando con ser candidato del peronismo.
Jaldo sabe que con Beatriz Avila todo está entendido. No necesita repasar las señas. No va a haber ni desencuentros ni sorpresas. La senadora del alfarista Partido de la Justicia Social ya adelantó que jugará “para Tucumán” que es lo mismo que decir para Milei y para Jaldo. En cambio, la otra senadora Sandra Mendoza tiene pendiente una charla mano a mano con Jaldo, para quien esta votación en el Senado compromete intereses para la provincia. Jaldo disfruta del respeto que tienen por él en el poder central y entiende que lo poco que se consiga en Buenos Aires es mucho para Tucumán.
Así como Manzur mira demasiado su ombligo, Mendoza tiene ataduras con su cuñado Enrique Orellana, el intendente de Famaillá, que no cortó el cordón umbilical con la Casa de Gobierno. Los mellizos siempre hicieron valer sus votos. Ahora el partido también es una encrucijada. Tienen un voto que vale oro al ser tan chica la diferencia para que el Gobierno nacional logre su primera y gran ley. Ellos han aprendido que en política un ojo está en el presente y el otro en el futuro. Si se equivocan saben que el llano es complicado. Lo vivieron cuando la ex esposa de Enrique (Patricia Lizárraga) se separó de ellos y comenzó a “armarse” con el apoyo de Manzur e incluso los enfrentó en las elecciones del 2019. Finalmente, ganó José.
Pero así como este fue el sable triunfador, hoy puede ser el talón de Aquiles. Sobre él pesa una condena por una causa por abuso sexual. Tres años de prisión e inhabilitación especial perpetua para ejercer cargos públicos. La causa está apelada en la Cámara de Casación.
Sandra Mendoza tiene por ahora sólo compromiso con Juan Manzur que es quien la convocó para que lo acompañe en la candidatura a senador. Mendoza, en este presente, le pesa el futuro.
Milei miró con atención Tucumán cuando todo se concentraba en Diputados. Ahora que la tensión está en el Senado, pone el foco en Mendoza.