Mayo ha comenzado poniendo en tensión dos vocablos que giran en torno de la verdad. Por un lado, “verosímil”, que según el Diccionario de la Real Academia se aplica a lo “que tiene apariencia de verdadero”. Por otra parte, “verdadero”. Es aquello “que contiene verdad”, según el mismo lexicón.

El primer conflicto entre ambos conceptos tuvo por protagonista involuntario al notable actor estadounidense Robert de Niro. Se viralizó un video en el cual él aparece gritándole a un grupo de manifestantes. “¡Esto no es una película, esto es real! ¡Eso es peligroso y dicen que lo van a volver a hacer! ¡De nuevo! Estoy seguro de que no querés eso. Ninguno de nosotros quiere eso. Vamos. Tomémonos el asunto en serio”, grita De Niro. No sólo las redes sociales: diarios de todo el mundo reprodujeron la filmación y dieron cuenta de que el actor estaba increpando a manifestantes pro palestinos que cuestionan el accionar de Israel, después de que el 7 de octubre ese país sufriera el ataque del grupo terroristas. Desde el Holocausto, en la primera mitad del Siglo XX, nunca habían muerto en un solo día tantas personas que profesaran la fe judía. Entre ellos, niños. Y argentinos.

Sin embargo, la escena ampliamente difundida era, precisamente, una ficción. Corresponde a un ensayo en la ciudad de Nueva York de la serie “Zero Day”, de la plataforma Netflix. Los presuntos manifestantes que aparecen en el video son extras. Y la diatriba del actor se trataba de un guion.

Dado que en algunas universidades de Estados Unidos han estallado protestas de esta clase, el contexto tornaba “creíble” que la estrella cinematográfica estuviera sentando posición. “De Niro apoya a Israel” fue, de hecho, un título común. Justamente, ese es el combustible de las “noticias falsas” (“fake news”): la trampa de lo verosímil. No sólo a muchos les alcanza con lo meramente verosímil: a menudo, lo verosímil les resulta mucho más aceptable que lo verdadero.

En el otro extremo del continente, la Argentina enfrenta ese conflicto, pero en viceversa.

El presidente, Javier Milei, volvió a defender la postulación del juez Ariel Lijo, desde hace dos décadas al frente del Juzgado Federal N° 4 en lo Criminal, para que se convierta en vocal de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. “Hay una ventaja relativa que tiene Lijo, y es que sabe cómo funciona el sistema de la Justicia; y si queremos hacer una reforma hay que poner a alguien que sepa cómo funciona”, dijo el mandatario en una entrevista radiofónica. Y añadió: “Tengo el culo limpio, no necesito que la Corte me venga a salvar de algo. Por eso puedo ir al hueso, soy un tipo que está limpio. Necesito volver a los valores de Alberdi. Abrazarnos a rajatabla a la Constitución Nacional”.

El problema radica en que esta verdad del jefe de Estado no reviste ningún grado de verosimilitud.

Lijo ya venía de ser reivindicado por Milei la semana pasada: el mandatario lo evocó como el juez que encarceló a Amado Boudou. Olvidó, por así decirlo, algunos matices al respecto. El juez procesó en 2014 a Boudou, entonces Vicepresidente de la Nación, por la causa Ciccone, que había estallado en 2012. La imprenta de billetes terminó en manos Alejandro Vandenbroele (por medio de la firma “The Old Found”), testaferro de Boudou. La causa derivó en la detención del compañero de fórmula de Cristina Kirchner… pero sólo en 2017, durante la presidencia de Mauricio Macri.

Otra fue la suerte de una causa conexa: la que investigó los $ 7,6 millones que Formosa pagó a “The Old Found” en 2010 (el dólar cotizó entre $ 3,82 y $ 4,01 ese año), cuando Boudou era ministro de Economía de Cristina, por “asesoramiento” para la refinanciación de la deuda de la provincia con la Nación. En este expediente, Lijo se declaró incompetente y giró la causa… a la Justicia de Formosa.

En un limbo similar terminó el escándalo de Siemens, la firma alemana que admitió haber pagado sobornos para asegurarse los contratos para confeccionar los DNI durante el gobierno de Carlos Menem. La causa nunca avanzó sobre los funcionarios de ese Gobierno ni sobre los de la Alianza.

Por caso, está abierta desde 2017 una causa sobre el Correo Argentino: investiga si hubo perjuicio en el intento de acuerdo del Gobierno de Cambiemos con la empresa de la familia de Macri.

Precisamente, en 2017, el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires denunció a Lijo por presunto retardo en tramitar causas. El Consejo de la Magistratura, con mayoría “K”, desestimó la acusación en 2018. Todavía hay expedientes pendientes allí contra el juez. Como el que impulsa la Coalición Cívica por su actuación en la causa por presuntas irregularidades en la Obras Social del Poder Judicial de la Nación (Ospjn). La causa, de manera indirecta, apunta contra el juez Juan Carlos Maqueda; y sigue abierta aunque el fiscal Carlos Stornelli pidió su archivo por carencia de pruebas.

Lijo no parece encajar con los valores alberdianos. Para decirlo en los términos de Alberto Benegas Lynch (h): “Me alarma que se haya propuesto algún juez que aparenta ser la contracara de Alberdi”.

Los interrogantes en torno de la “verdad” presidencial gangrenan su verosimilitud. Si a todo lo anterior se refiere la aserción de que Lijo “sabe cómo funciona el sistema de la Justicia”, ¿cómo se logrará un Poder Judicial como el que postula la Constitución? O, más bien, ¿qué reforma esperan los libertarios que se concrete en los Tribunales? Luego, ¿qué “nueva” Justicia se conseguirá con un máximo tribunal donde no habrá una sola mujer ocupando alguna de las cinco vocalías?

Los juristas que un Presidente promueve a la Corte son un indicador inapelable del modelo institucional de Justicia que él proyecta. No importa cuánto hable de su transparencia el jefe de Estado si, en simultáneo, no revisten igual condición sus candidatos a jueces supremos.

La “revolución libertaria” recién comienza, pero con barquinazos como este, se parece más, en términos denotativos, a la “Rebelión en la Granja” de George Orwell. Cuando los animales se hacen cargo de la hacienda, postulan “Siete Mandamientos”. Buscaban, por un lado, diferenciar a los animales de los humanos. “Ningún Animal dormirá en una cama”, decía uno de los principios. Por otro, proclamaba que no habría diferencias entre los animales. “Todos los animales son iguales”, consignaba otra máxima. Sin embargo, los que habían llegado al poder comenzaron a mostrar conductas similares a las que decían combatir. Así que los “mandamientos” comenzaron a reescribirse. “Ningún animal dormirá en una cama… con sábanas”, decía la norma reformada. Al final quedó un solo postulado: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.

La prometida “revuelta anticasta” comienza a mostrar un camino similar. Al ajuste iba a pagarlo “la casta”, pero al final lo pagan todos los demás. “La casta”, sin distinciones, tenía la culpa de todos los males de la Argentina. Pero resulta ahora que en “la casta” algunos son más iguales que otros. Hasta el punto de que los jueces de “la casta”, de repente, se convierten en “conocedores del sistema”.

La verdad no necesita ser verosímil para ser verdad. Pero sí requiere ser verdadera.