Irene Benito
Para LA GACETA
(ISLA DEL ROSARIO/CARCASS).- La visita a la Isla del Rosario/Carcass se justifica por sí misma y, también, por la ventana que abre hacia sitios inaccesibles de las Malvinas. Es la visión de una naturaleza inmaculada. Cuatro personas y un catálogo amplísimo de fauna del Atlántico Sur cohabitan en esta ínsula situada en el extremo occidental del archipiélago, a una hora en avioneta desde Puerto Argentino/Stanley. Pingüinos, gansos, cormoranes, chochines malvineros y muchas otras especies de aves despliegan sus plumas, picos, patas y encantos en playas donde reposan los elefantes marinos colosales. Estos animales vistosos siguen al pie de la letra los consejos de Sor Juana: nada los turba ni los espanta, y ni se enteran del frenesí que causan en el puñado de turistas privilegiados que desembarcan en su hábitat.
La visita a Rosario/Carcass vale la pena sólo por el vuelo, que ofrece una vista panorámica insuperable del archipiélago. El avión Britten-Norman BN-2B Islander con menos de 10 plazas es operado por el servicio aéreo (FIGAS) del Gobierno de las Islas Falklands, la institución que organizó el viaje de prensa regional en el que participó LA GACETA. Desde arriba se ven las costas quebradizas; la tierra ondulada y accidentada sin árboles; los espacios de agua de colores que abarcan desde el turquesa hasta el azul profundo y las nubes deambulantes. Los tapones descartables para los oídos que ayudan a soportar el ruido del bimotor terminan siendo la vía de escape hacia el ensimismamiento y la contemplación. Cuando promedia la mitad de los 60 minutos del viaje, el desplazamiento se siente como una flotación sobre una vista hipnotizante.
Un giro por el contorno de una montaña pone fin a la ensoñación aérea: en la pista de pasto aguarda Derek Goodwin, administrador del único hospedaje de la isla. La camioneta Toyota 4x4 de Goodwin corrobora los versos del poeta que aseguran que se hace camino al andar. Otro motivo para ir a Rosario/Carcass es la experiencia de rebotar suavemente por la superficie blanda del terreno. Goodwin conduce como si fuera piloto del Dakar: mientras lo hace, aclara que él no quiere hablar de la Guerra de 1982 ni ser citado.
La conversación después fluye con naturalidad porque los pocos habitantes de la isla están habituados a contar cómo transcurre su vida en ese sitio remoto del planeta.
Goodwin y su esposa Bonita manejan el emprendimiento turístico que aporta la principal fuente de ingresos de la ínsula. Una colaboradora de origen chileno, Jannette Mac-Farland, completa el “staff” estable de la posada. El casco, que se autoabastece de energía con una turbina eólica y paneles solares, y dispone de todas las comodidades (calefacción, agua caliente, una flota de vehículos para excursiones, juegos y libros), incluye la vivienda de Rob McGill, el kelper que compró Rosario/Carcass en 1974. Y que, a los 80 años, todavía mora allí.
“He vivido aquí con mi familia durante medio siglo. Este ha sido mi hogar por un largo tiempo”, reflexiona McGill en una entrevista en la sala de estar de su casa, donde en soledad disfruta de una soberbia vista al mar. Y agrega: “me establecí en esta isla porque me parecía un buen lugar para vivir y estar con mis seres queridos”. McGill nació en Puerto Argentino/Stanley. Al comienzo de su estancia en Rosario/Carcass, este kelper se dedicaba a criar ovejas, pero esa actividad decayó, y ahora quedan entre 400 y 500 cabezas. “Los turistas empezaron a llegar primero de a poco, y, luego, más y más”, observa. Él ya no se ocupa de atender a los huéspedes, pero aún trabaja en la granja que desde luego posee una huerta cubierta. “Diría que la vida aquí es muy, pero muy pacífica y agradable. No hay problemas”, describe. McGill señala el teléfono y dice que, si tiene necesidad, llama al médico. Y que, en caso de urgencia, siempre puede venir un avión a buscarlo. “¿Si cuáles son mis sueños? Ninguno. Sólo vivir y dejar vivir”, medita.
Ejemplos más extremos
Para dimensionar cuán apartada está Rosario/Carcass de todo basta con contar que las fuerzas armadas argentinas nunca llegaron por ahí durante la Guerra de 1982. Sólo se cortó la conexión con la capital de las Malvinas, pero las provisiones y la suerte tiraron hasta el final del conflicto. McGill recuerda que, después del 14 de junio, una comitiva de cuatro soldados británicos se acercó para chequear la situación. A diferencia de Goodwin, McGill habla con naturalidad de este acontecimiento difícil, aunque dice que es mejor preguntar a los gobernantes. “En lo que a mí concierne, los argentinos son bienvenidos, pero este es mi hogar”. Y añade: “la Guerra fue un error terrible. La gente debe hablar, no combatir”.
A McGill se lo considera una especie de leyenda en esta zona del Atlántico Sur. La cocinera Mac-Farland lo venera: era su patrón cuando ella comenzó a trabajar en el hospedaje. “Llegué en 2009 por intermedio de un vecino porque faltaba una pastelera. Mi vida aquí es tranquila y relajada. Me gusta el clima”, comenta Mac-Farland sin despegarse de las hornallas. Su especialidad son los bizcochos, las galletas, el strudel y las muñecas de tela. Mac-Farland, que es oriunda de Valparaíso, comenta que la isla se destaca por tener una vegetación variada y hasta un inusual bosquecillo. Ella extraña las frutas y las verduras chilenas, y a su familia con la que se conecta un poquito a la mañana y otro poco por la noche porque el servicio de internet es lento y carísimo. “Me reconforta saber que estoy viva y que en un tiempo volveré a mi casa”, expresa cuando se le pregunta por sus sueños. Sus estancias en Rosario/Carcass se extienden durante seis meses.
Si bien la población humana permanente rara vez supera los 10 habitantes, la isla es un imán para los naturalistas en gran medida porque no existen los gatos ni los ratones, y eso ayuda a la proliferación de los pequeños pájaros cantores.
Aunque el avión provee el traslado más rápido, la mayoría de los turistas llega en los gomones (o lanchas zódiac) que emplean los cruceros. Estos desembarcos cesan entre abril y octubre, cuando Rosario/Carcass entra en una fase de hibernación. Mientras tanto, los elefantes marinos -focas llamadas así por su gran tamaño y trompa (“probóscide”)- entran y salen del océano para comer, mudar de piel y reproducirse. Los machos pueden llegar a medir cinco metros y a pesar 3.500 kilos mientras que las hembras tienen la mitad de esa extensión y no pesan más de una tonelada. Los estudios consideran a los elefantes marinos como los ejemplos más extremos de poliginia en un mamífero. Se trata de bestias que se aparean en el harén.
El nombre Carcass procede de la embarcación británica que pasó por allí a finales del siglo XVIII. La ínsula de McGill mide 10 kilómetros de largo y 2,5 de ancho máximo. El terreno alcanza los 213 metros de altura sobre el nivel del mar en la cúspide del monte Byng.
Desde las elevaciones se obtienen horizontes de 360 grados que sorprenden por su belleza. Llama la atención la limpieza del aire y del cielo: es la clase de experiencia que buscan los europeos y estadounidenses saturados de las aglomeraciones. Es un buen lugar para pensar; para escribir; para dialogar; para caminar y para sanar, como refiere Jody Schnurrenberger, una turista procedente de Los Ángeles, California. Si bien se puede estar 24 horas, hay visitantes que se relajan y pasan varios días. Es que la visita a Rosario/Carcass vale como descubrimiento de un destino exótico, pero, también, como la posibilidad de absorber la paz que tanto aman los isleños.
Datos sobre la excursión
A la Isla del Rosario/Carcass se puede arribar por aire (en el servicio aéreo del Gobierno de los kelpers) o por mar (en uno de los cruceros que recorren las Malvinas). La temporada turística va de octubre a marzo. Es imprescindible reservar una de las seis habitaciones de la posada de Derek y Bonita Goodwin. Más información: falklandislands.com/our-islands/carcass-island