Por Oberdán Rocamora
“Lo intenso, por una ley física, es breve”.
Reflexión del poeta estadounidense Edgar Allan Poe.
El hallazgo surge de la “Filosofía de la Composición”. Ensayo de 1846 que fue oportunamente útil para clarificar la técnica poética de “El Cuervo”, pieza clásica que el actor Sir Basil Rathbone solía recitar con exacta reciedumbre y sin ademanes.
(«Di si este alma dolorida podrá nunca en otra vida abrazar a la áurea virgen que aquí en vano he de nombrar.
Dijo El Cuervo: nunca más»).
Poe tenía razón añeja. La intensidad reclama brevedad.
La consigna estética es replicada 178 años después por la política coyuntural de la Argentina.
Los 140 días de la presidencia de Javier Milei -El Psiquiátrico- mantienen la intensidad como atributo principal.
Por el barbarismo refinado de las confrontaciones innecesarias. O por la sucesión de acontecimientos movilizadores que concluyen en fracasos extraordinarios, apenas atenuados por la persistencia compulsiva de la próxima ilusión.
Suponer que la debilidad parlamentaria que arrastra Milei va a diluirse con la elección legislativa de 2025 es una ilusión tan deseable como probablemente falsa.
Entre la multiplicación de hostigamientos urgentes los libertarios se aferran a resolver la carencia dentro de 18 meses.
Para confrontar con la sensación de provisoriedad, la señora Karina -La Pastelera del Tarot- se prepara para la épica de la compulsa.
En plena hiperactividad desperdicia el tiempo disponible para la aventura de afiliar masivamente al Partido Libertad Avanza.
Se propone modificar la frivolidad líquida de la historia y devaluar la insólita dependencia de PRO, la Mutual casi arrebatada a Mauricio, El Ángel Exterminador.
Para aproximarse al territorio de la utopía, Karina cuenta con la robusta colaboración de Eduardo Menem, El Lule.
Es el sobrino profesional que aprendió el oficio clave de operador. Fue cuando secundó al tío homónimo, el senador Eduardo Menem, Gran Hermano. Es quien supo manejar los años densos de la Pajarera mientras Carlos, El Emir, daba vuelta las estructuras del país que hoy Javier, el Menem Trucho, se dispone, aún sin suerte, a imitar.
Causa perdida de Pettovello
Por psiquiátrico, al presidente le cuesta aceptar que se equivoca en la estrategia.
Y la mera arrogancia de quien se supone intelectualmente superior (que otros llaman soberbia) le impide establecer las marcas heroicas de la autocrítica.
La idea del Ministerio de Capital Humano no era del todo mala. Al contrario.
Tampoco era la concreción escandalosa de una decisión improvisada.
Consiste en descartar cuatro o cinco ministerios para ser amontonados en el superministerio monstruosamente peor, en la práctica inviable.
Las secretarías de Desarrollo Social, Cultura, Trabajo, especialmente Educación, mantienen sus sectoriales problemáticas que requieren de profesionales de la política, altamente calificados en cada materia.
Entonces Capital Humano emerge como un desorden anunciado. Anticipado por la misma concepción estructural. Un torbellino permanente de renuncias.
Pero la señora Sandra Pettovello, Laura Hidalgo, se hizo cargo igual. Con arrojo y valentía, juró por Dios y por la Patria y asumió la causa perdida de antemano.
Corresponde no culpar al mensajero. Cuando lo reprochable es el mensaje.
Por aferrarse al cuento ejemplar de la austeridad. Efectivo para recitar en la impunidad de la televisión por cable. Pero una ficción absurda para el desafío digno que implica gobernar.
El Pedestal de Wilde
“Cuando bajas de tu pedestal dejas de resultar interesante”.
Se lo dice Sir Alfred Douglas, el noble cínicamente bello, al consagrado novelista Oscar Wilde (ver “De profundis”).
Es precisamente la misma sentencia que se le puede aplicar al presidente.
Se lo debe aceptar a Milei solo cuando se ubica sobre el pedestal del rencor. Es donde luce la burla, la descalificación.
O cuando se sitúa sobre el pedestal impune del distribuidor de insultos.
Es cuando se impone la prepotencia del temperamental estadista.
Con el carisma alucinante Milei de pronto se dedicó a avasallar en los medios que estaban servidos.
Con cuantiosas degradaciones para coleccionar. Cultor casi erudito del arsenal teóricamente capitalista que obtuvo una generosa recepción entre los argentinos agobiados por la sucesión innumerable de fracasos.
La emergencia del Fenómeno Milei explica que los pesos pesados, los centralistas acaso más influyentes en la costura política, no sepan, en principio, cómo tratarlo. Por dónde entrarle. Cómo pararse.
La Doctora necesita imperiosamente que Milei fracase, de ser posible ayer. Pero nunca antes de concluir la faena del trabajo sucio.
Hasta Mauricio, el Ángel Exterminador, se encuentra en medio de la emboscada con minutos para indagarse.
Para seguir en carrera, el Ángel necesita que el experimento Milei funcione. Y que «al loco» le vaya, al menos en algo, bien.
Aunque si a Milei el quiosco relativamente le funciona el sueño de Mauricio -volver al poder- se le va a desvanecer.
Tampoco saben cómo tratar el Fenómeno Milei los altivos en cuesta abajo de los grandes medios de comunicación.
De pronto se los ve tan desconcertados como Mauricio o La Doctora ante la irrupción del estadista que los agrede.
O los trata, sin inmutarse, burlonamente, de “ensobrados”.
Y ni siquiera le sueltan, al menos, la flor de la pauta.
Primera bala
Sin embargo, la marcha universitaria del 23 de abril se destaca por ser la primera bala que le entra, de verdad, al presidente.
El amateurismo emotivo, de pronto, lo paraliza.
“Competencia de Pettovello”, lo reprocha Nicolás Posse, El Premier del Silencio.
Mientras tanto Pettovello se desgasta en escuchar las explicaciones de Alejandro Álvarez, El Galleguito, encargado de lidiar con los “culatas” del caudillismo universitario.
Emerge entonces la etapa previsible de la negociación. Moviliza la concepción «seamos liberales pero no estúpidos».
Crece la funcionalidad titánica de Guillermo Francos, El Gentleman, que debe encargarse de bajar a Milei del «pedestal» imaginario de Sir Alfred Douglas.
En efecto, es cuando El Psiquiátrico se vuelve “menos interesante”.
Como si fuera un político vulgar de la casta. Tan pragmático como irreparablemente ordinario.