Esta vez, San Martín de Tucumán vio luz y entró: doblegó por 1 a 0 a Agropecuario en Carlos Casares con un gol de vestuario de Tiago Peñalba y se adueñó momentáneamente de la punta de su zona en soledad, metiéndole presión adicional a Quilmes, que este domingo visita al Racing cordobés en Nueva Italia.
Bien mirado, fue un triunfo que valió más de tres puntos para el equipo de Diego Flores, cimentado en el talento de Juan Cuevas en la primera etapa y sobre todo en la seguridad de Darío Sand en el complemento. El “santo” volvió a ganar tras dos empates y por quinto partido consecutivo no recibió goles.
Primera constatación, minutos antes de que comenzara la acción en un el estadio Ofelia Rosenzuaig con ambiente desapacible por dónde se lo mirara: menos de 1.000 personas en las gradas, campo con barro por doquier por la lluvia que se ensañó con Carlos Casares hasta la noche anterior y temperatura invernal.
Segunda constatación: Flores decidió persistir con su esquema predilecto en lo que va de torneo (5-3-2). Sin Juan Orellana y con el regreso de Agustín Dattola. Con Diego Mastrángelo en lugar de Guillermo Ferracutti, Iván Molinas en el banco y Leonardo Monje en cancha. Los reemplazantes lo hicieron bien.
Y las sensaciones fueron buenas desde el vestuario. Con ese gol de Peñalba de cabeza y sobre la línea antes de los cuatro minutos, y un Cuevas dando señales inmediatas de que, como en Remedios de Escalada y un puñado de escenarios más, había decidido desempolvar su varita mágica.
Pintaba ideal para el equipo del “Traductor”, entonces. Para manejar el trámite. Para buscar duplicar la ventaja rápidamente. Para desnudar todavía más las falencias del anfitrión, sobre todo en defensa.
Porque este año, más allá de su prometedor arranque del mes de febrero, el “sojero” no parece estar a la altura de sus antecedentes inmediatos. Para más decir, esta temporada al conjunto de Gabriel Gómez le va mejor de visitante que en su diminuto estadio, donde solo ganó en la primera fecha.
¿Qué necesitaba San Martín? A la hora de defender, ser un equipo corto, concentrado, solidario. Demostrar por qué junto con Quilmes era el equipo al que menos le habían convertido (apenas cinco goles) en la segunda categoría del fútbol argentino. Y a la hora de atacar, ser rápido en la contra (aprovechando que la pelota corría rápido en muchos sectores) y preciso para definir.
Por un rato, el “santo” fue demasiado “buenudo”. Porque dejó que “agro” se le viniera, lo envalentonó retrocediendo más de la cuenta. El local se perdió dos goles casi hechos, un cabezazo de Enzo Lettieri y un remate de Rodrigo Mosqueira.
Pero no aconteció lo mismo que en el primer tiempo ante Talleres, San Martín se recompuso a tiempo, supo poner como “dique de contención” un par de ataques con mucha gente y aroma de segundo gol. El no haber podido cantar “jaque mate” fue, en definitiva, la única mala noticia para San Martín antes del entretiempo.
De regreso, era previsible que Agropecuario saliera con todo a buscar el empate. Sebastián Navarro fue un buen revulsivo. Era un momento clave para observar si el “santo” podría bancar la parada.
Y cómo y cuándo Flores movería el banco. En particular, cuánto tardaría en hacer ingresar a Gonzalo Rodríguez: el contexto parecía a su medida. Pero nunca sucedió.
El partido cambió. Cuevas bajó su rendimiento. Para fortuna de San Martín, apareció el mejor Darío Sand para ahogarle el grito a Alejo Montero –fue casi como cumplir con la “ley del ex” con una atajada- y dar seguridad en cada intervención, que fueron unas cuantas.
Hablando de “ex”, entraron los 40 años de Claudio “Taca” Bieler, pero no gravitaron. En realidad, los ataques de Agropecuario fueron perdiendo lucidez a medida que el reloj avanzaba. Obviamente, apretó hasta el final, pero el conjunto tucumano –al que nunca venció- sigue siendo su “bestia negra”.
El árbitro Nahuel Viñas pudo cobrar penal cuando su tocayo Banegas remató y la pelota dio en el brazo de Matías Villarreal. Del otro banco también se reclamaron un par de supuestas faltas en el área rival, tampoco cobradas.
En fin, San Martín defendió con uñas y dientes –y la sangre de Dattola incluso- un triunfo más que necesario, imprescindible. Que borra las “heridas” de la oportunidad desaprovechada frente a Guillermo Brown.
El equipo de “Traductor” se vuelve de Carlos Casares feliz, quizás algo más maduro.