Por Flavio Mogetta

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

“Instantes después de que el cura se volviera para conversar con el desconocido, Carmen Artero escuchó ‘una sucesión de explosiones que le parecieron cohetes’, vio que el cura caía contra la pared de la casa vecina a la iglesia, un poco antes de la entrada a la sacristía’, y que ‘un hombre alto, corpulento, vestido con campera oscura, de cabellos oscuros, abundantes, peinado suelto, con bigotes oscuros poblados, largos se hallaba a una distancia de un metro y veinte centímetros de Mugica’ mientras seguía ‘sintiendo los estampidos y viendo una sucesión de fogonazos, no pudiendo observar arma alguna’”. De esa manera y a partir de la declaración judicial de Ricardo Rubens Capelli, Ceferino Reato reconstruye la noche del 11 de mayo de 1974, cuando el cura Carlos Mugica es acribillado a la salida de la parroquia San Francisco Solano en Villa Luro, después de celebrar una misa.

Pero Padre Mugica: ¿Quién mató al primer cura villero? Los usos políticos de un asesinato que conmovió a la Argentina (Planeta) no se queda solo en ese instante final del cura, ni en su figura “tan seductora como polémica”. Bucea en las dos hipótesis que rodean a su asesinato y procura mostrar el entramado del uso político de todo eso en los ’70 y durante el kirchnerismo, sosteniendo que “los relatos políticos son exitosos porque uno les da legitimidad como sociedad”.


-Además del asesinato, de las hipótesis alrededor de sus responsables y de la importancia de la víctima, ¿qué encontró en la figura de Carlos Mugica?

-El padre Mugica es un protagonista de aquella época, que me permite contar lo que pasó en los ’60 y en los ’70. Es un protagonista central. Él antecede en algunos años a tantos jóvenes de clase media alta y alta, provenientes de hogares antiperonistas, que de pronto se hicieron peronistas. Muchos de esos jóvenes luego abrazaron la lucha armada. Creo que el padre Mugica fue uno de los curas progresistas que luego construirían el grupo de los sacerdotes para el Tercer Mundo, que impulsó a tantos jóvenes a pensar en la lucha armada. Creo que para la Iglesia es un tema doloroso: la participación de tantos curas en ese fenómeno social que se dio a partir de mediados de los ‘60. Era uno de los curas que organizaba los campamentos, las misiones rurales a las zonas pobres del país, las visitas a las villas miseria, todo eso que él llamaría después scoutismo católico. Yo enfatizo en una de esas misiones rurales al Tartagal santafesino cuando fueron Mario Firmenich, Carlos Ramos, Gabriela Daleo. El cura se manifestó ahí desesperanzado respecto de la sociedad y les habló de tomar las armas.

-Pero después de eso hay un cambio en la postura de Mugica.

-Claro, después la relación del padre Mugica con la guerrilla fue mucho menor, porque a partir de eso se fue retirando de esa opción. Está esa frase famosa del ‘71 o antes: “estoy dispuesto a que me maten, pero nunca a matar”. Después él sacó ese pie, pero siempre como otros tantos curas, fue muy tolerante hacia las guerrillas hasta el ’73. A partir del ’73 él adopta una posición muy parecida a la de Perón y les exige a los Montoneros que abandonen las armas. Los Montoneros no le dan bolilla y se pelea con ellos. Eso me gusta mucho de Mugica; es una persona muy auténtica aún en sus errores y eso le permite corregirse y en un momento de tanta violencia quedó en el medio, porque también se peleó con la derecha peronista, una pelea era más previsible. Lo que me interesa de él es que me permite ver qué pasaba con tantos jóvenes en aquella década de cambio y cómo reaccionó la Iglesia ante eso.

-¿Cómo era el vínculo del padre Mugica con el peronismo?

-Creo que en él es neta esa identificación con el peronismo y la idea de un desprecio para nada evangélico respecto de las personas que están contra Perón. Era un polemista y los polemistas tienen en general definiciones netas porque mientras decía eso él seguía en una relación plena con su familia y con su papá, que seguía siendo tan gorila antiperonista como lo había sido el propio Carlos Mugica antes de esa conversión peronista. Hay una una exageración que es esto de los curas metidos a política. Más violento aún me resultó la reacción del movimiento de los sacerdotes para el Tercer Mundo -lo incluyo a él porque también estaba ahí- al secuestro y asesinato de Aramburu, mucho más desprovisto de caridad católica o cristiana y lleno de cálculo político.

-En el libro se remarca el trabajo cotidiano de Mugica en la villa y el regreso cada noche a dormir a la casa de sus padres.

-Es un personaje lleno de contradicciones y eso lo hace muy humano. Nunca cortó con su clase social, mantenía los amigos de su adolescencia. Cuando jugaba al fútbol en su equipo La Bomba, los apellidos eran Acevedo, Tezanos Pinto, Béccar Varela, Anzorreguy, es decir sus amigos de la clase alta del barrio Recoleta. No rompió nunca ni siquiera con su familia y eso me gusta porque ahí hay una muestra de que no hay resentimiento de su parte hacia la clase social de la que procede y ni si quiera culpa, él en todo momento reacciona como una persona de clase alta. Me encantan esos rasgos humanos porque los ’60 -los deseos de cambio, las pasiones y también las incongruencias, las frivolidades, la violencia- están encarnados en un personaje. Mugica es una persona con luces y sombras. Personajes así trascienden la época y permiten al mismo tiempo explicarla.

-Al margen del uso político de su asesinato, en su sepelio se da algo impresionante, que es la masa,la gente de la villa acompañando al cuerpo al cementerio. Ahí no hay un uso político.

-No, porque creo que él era un personaje auténtico, movido por una fe católica y por una opción por el sacerdocio que era muy fuerte. Se ve claramente que él prefería ser cura a toda otra cuestión. Eso aparece muy claro en él al final de su vida. Donde varias veces dice “el cura no tiene que ser sociólogo ni político, el cura es cura”. Creo que eso lo vuelve muy práctico y capaz de corregir sus propios errores. Por ejemplo, él estaba en contra de la mudanza de los villeros porque las experiencias habían sido muy desagradables. Bueno es que “los villeros se organicen en cooperativas, mantengan sus casas y el tejido social que han sabido construir”. Pero cuando aparece otro plan que es Alborada, cuando Perón y Bienestar Social construyen unos monoblocks, y ve que los vecinos que se han mudado están contentos, él cambia. Al final no lo movía la ideología ni quería ser político; él quería ser cura y eso me parece valioso.

-En el libro aparecen expuestas dos hipótesis sobre su asesinato. Una tiene como responsables a la Triple A y la otra, a Montoneros.

-Sí, a diferencia de Operación Traviata, que fue mi libro sobre el asesinato de José Ignacio Rucci, acá no encontré pruebas o indicios suficientes para decir lo mató tal sector, fue planeado de tal manera, intervino tal persona… La investigación judicial fue muy floja desde el principio. A mí me parece bien, cuando no se encuentra lo que uno busca, dejar abiertas las hipótesis y señalar los puntos débiles y fuertes de cada una de ellos. Es un asesinato de un peronista cometido por otro peronista y eso dice mucho sobre la época. Creo que el personaje trasciende en su destino final del asesinato, trasciende su época, por eso hoy en el barrio Padre Mugica tiene una presencia tan constante, tan fuerte, tan viva. Por eso es el cura villero más emblemático. Hay que matar a un cura tan famoso… era una de las personas más famosas de su época por la televisión y el asesinato parece de la mafia siciliana, a la salida de la iglesia. Es decepcionante que no se haya investigado bien. A pesar de que había declaraciones como la de Jacobo Timerman, que me llamó la atención por la valentía del tipo que dio los nombres de Firmenich y de Quieto. El juez ni siquiera los citó a declarar.

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Perfil

Ceferino Reato (1961, Crespo, Entre Ríos) es periodista y licenciado en Ciencia Política. Fue redactor de Política en Clarín; editor jefe en Perfil y corresponsal de ANSA en Brasil. Actualmente, es editor de la revista Fortuna. En 2008 publicó Operación Traviata, libro que reabrió la causa judicial sobre el asesinato de José Ignacio Rucci. En 2010, Operación Primicia, acerca del debut del Ejército Montonero. En 2012, Disposición Final -la confesión del ex dictador Jorge Rafael Videla sobre los desaparecidos-. Luego publicaría, entre otros, Doce noches -investigación de la crisis de 2001- y Salvo que me muera antes, sobre la muerte de Kirchner y el nacimiento del “cristinismo”.