James Oppenheim, dueño de un restaurante en Tel Aviv, dijo a The New York Post que todo el mundo en Israel conoce a alguien que fue asesinado, violado, quemado o secuestrado. La tucumana Federica Zeitune (“Fede” para las amigas) no es la excepción.
“Fede” habla con LA GACETA por WhatsApp desde ese lugar donde llueven los misiles. Entre las primeras cosas que comenta fue que conocía a una de las personas que fallecieron en la masacre del festival de música del 7 de octubre de 2023. Tristemente, acota después, ya que ella llegó al país un 7 de octubre, pero de 2021. “Envejeció mal la fecha”, observa.
“Siento que es hasta tabú decir que vivo en Israel el día de hoy”
“Fede” vivió hasta los 16 en la Argentina. En ese momento le ofrecieron un viaje de intercambio a Israel. Ella se quedó y ya lleva dos años viviendo allá. Orgullosa, cuenta que habla cuatro idiomas gracias a este programa de intercambio. Su amiga no es la única persona víctima del inicio de la guerra que conoce: uno de los “madrijim” (líder en hebreo) de donde vive aún está secuestrado.
Poco después del atentado de Hamas, a finales de octubre, “Fede” decidió irse de Israel. “Más que nada para tranquilizar a mi familia”, explica. Sus afectos argentinos atravesaban la angustia de saberla lejos, en el territorio de un conflicto bélico.
Sin embargo, la joven sostiene que su vida allá se desarrolla con una seguridad que aquí ella no conocía. “Puedo salir tranquila a la calle, acá (en Israel) vivo una vida totalmente normal. Sin que me juzguen. Puedo salir con mis amigas, salir a comer”, aporta. Su tono parece decir que esta vida normal no es posible en el país donde nació.
Al tiempo de pisar suelo argentino, Zeitune sintió que tenía que volver. Volver a Israel calmó sus aguas interiores. “Siento que vivo en una burbuja. Otras personas no tienen la misma realidad. No estoy viviendo las atrocidades de la guerra. Hay personas más afectadas”, afirma consternada. “Una de mis mejores amigas tiene a su hermano en la Franja de Gaza, él es combatiente ahí”, agrega a modo de ejemplo.
Su rutina no gira alrededor del conflicto. “Yo salgo a comer con mis amigas. Si quiero, salgo de fiesta. Trabajo, estudio bien. Tengo un plato de comida, tengo donde dormir. Tengo todo”, dice “Fede” con cierta incomodidad, como si estuviese mal seguir adelante. “Es raro, me preguntan cómo estoy viviendo la guerra. Yo solo les digo ¡voy bien! Para mí es un día normal. Es un lujo tener una vida normal en el presente”, asegura Fede.
“No podía irme así nomás”
La vuelta a la Argentina tampoco fue fácil: ella se sentía en deuda con su otro hogar. “Yo soy 100% argentina”, aclara. Para “Fede” tener dos hogares es difícil de explicar a quienes no les pasa lo mismo. Es una persona fronteriza, un poco extranjera en ambos lugares. Con el corazón entre dos patrias.
Cuando llegó a la Argentina, su vida se llenó de incomodidades. “Reflexioné muchas cosas y me di cuenta de que yo no la pasaba bien ahí”, resuelve con claridad. “Acá (en Israel) me dieron muchas cosas que ahí no poseo, como seguridad”, comenta. Para “Fede”, Israel es el país donde pudo desarrollarse en su vida personal. Incluso lleva más de dos años viviendo allí, sola. “Es el país en el que me dieron todo. No podía irme así nomás”, insiste. Esta problemática le quitaba la paz mientras estuvo en la Argentina. Quedarse, sabiendo que su casa estaba lejos, la perturbó. Después de un tiempo y mucho malestar, la respuesta fue obvia: debía volver a Israel.
Una vida distinta
“Acá el servicio militar es obligatorio, no sé si sabías”, dice “Fede” con curiosidad. Esta responsabilidad con el Estado rige tanto para nacidos allí como para quienes tienen doble nacionalidad. En conflictos bélicos, la emergencia ubica en el centro de las preocupaciones ciudadanas cómo sostener la defensa del territorio.
“Fede” se suma a las personas consternadas por la seguridad del Estado de Israel. Para ella, convivir con el conflicto es una realidad. Estas inquietudes no le resultan ajenas. “Acá está mucho más normalizado. Es de lo primero que te preguntan acá qué querés a hacer en la milicia” aporta. La vida allá es distinta. “Te dan ganas de ir, es difícil de explicar. Yo ya lo tengo normalizado, lo estoy viviendo como un hecho: tengo que hacerlo”, declara segura. Es algo que hará, aunque no pronuncia cuándo.
Además de un contexto de guerra, “Fede” debe atravesar la incomprensión de sus pares. “Cuando hablo de esto con mis amigos de Tucumán o mi familia, me doy cuenta de que les incomoda”, comenta en tono más bajo. En su cotidianidad, el ejército no representa lo que aquí significa. Ella entiende esto. “En la Argentina vemos mal a la milicia porque lo que hicieron es un horror”, compara.
En Israel, que convive con la obligatoriedad del servicio militar, la representación es distinta. “Acá con mis amigas y conocidas lo hablamos todo el tiempo porque estamos todas en la misma situación. No es un sueño, pero es algo que te motiva. Más con la guerra”, concluye sobre este nuevo horizonte que la espera.
¿Cuántas formas hay de estar a salvo? Cuando se piensa en el desastre de Oriente Medio, para muchos estar a salvo es poner toda la distancia posible del lugar de los hechos. Para "Fede" es justo lo contrario: estar a salvo es estar donde ella quiere y no dejar que la guerra lo defina. Aunque como todo el mundo allí conoce a una víctima de la violencia, ella no quiere que eso dirija su destino. Para "Fede", el mejor lugar en el que ella puede estar hoy es Israel.