El umbral de ingresos para ser considerada como familia típica de la clase media argentina está muy elevado. Ronda los $ 900.000 para un grupo familiar si se toma en cuenta los cálculos que se realizan en Ciudad de Buenos Aires. Más allá de que se trate de una zona donde hay un mayor poder adquisitivo, sirve de referencia. Con $ 750.000 una familia tucumana podría ingresar en ese estrato de la pirámide socioeconómica medida por ingresos. Pero, ¿cómo es posible reunir esa cantidad de dinero si el salario promedio es de $ 405.000 en el caso de los trabajadores registrados y de entre $ 250.000 y $ 300.000 si ese empleado está en negro?
La política se encargó nuevamente de exponer a esa clase media, pero para “hacer política”. “Las prepagas le están declarando la guerra a la clase media. Nosotros desde el gobierno, vamos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para defender a la clase media”, arenga el ministro de Economía de la Nación, Luis Caputo. Curiosa clase de queja de un Gobierno que permitió a las empresas de servicios médicos prepagos incrementar el valor de la cuota. Ahora no se puede frenar esa escalada. Aquellas cuotas no guardan la razonabilidad que deberían tener si se toma en cuenta que el salario no se subió al ascensor. La líder de la Coalición Cívica, Elisa “Lilita” Carrió, despotricó contra el ajuste que instrumenta el presidente Javier Milei. Lo calificó como “el mayor ataque a la clase media de la historia”. “Hay un ataque furibundo que tiene por objetivo la desaparición de la clase media. (Milei) es buen actor y entretiene bien a la gente. Están las facturas de luz, de gas; ves cierres de negocios y el que se cae no comienza de nuevo. No hay un punto en V; hay una U muy larga y no hay un programa de estabilización con crecimiento”, argumentó la ex diputada.
Los planetas macroeconómicos se le están alineando al economista libertario. La inflación es uno de los últimos eslabones que le queda a la cadena de desequilibrios que había que corregir. Primero los pobres; luego los jubilados y también las provincias han padecido los efectos de la motosierra de Milei. Nadie duda de que eran necesarias algunas de las medidas adoptadas por el nuevo gobierno. La cuestión de fondo pasa porque todo lo que se hizo hasta ahora fue una cirugía sin anestesia. El dólar ha cedido, pero eso no implica que los precios de la mercadería que cada familia adquiera tenga la misma tendencia. Los costos no descendieron. La nafta volvió a regir los destinos económicos argentinos, como en el pasado.
Hace 30 o 40 años conseguir un empleo de calidad en Argentina implicaba un ingreso automático a la clase media. Con el correr de los años, eso además aseguraba ascender en la pirámide de ingresos para llegar a la edad de jubilarse con una base patrimonial a heredar a las generaciones posteriores. Eran frecuentes los casos de obreros industriales propietarios de un 0Km, o empleados de comercio propietarios de sus viviendas. A su vez, el sistema educativo del país permitía una rápida inserción laboral de los egresados. Con crisis y vaivenes eso se mantenía, pero hoy ya no, advierte un diagnóstico del Instituto de Desarrollo Social de la Argentina (Idesa).
El acceso a un automóvil 0KM se ha convertido en una pesadilla. Quien haya adquirido una unidad a través de plan de ahorro, hoy puede estar pagando hasta dos veces y media más de cuota que antes de la actualización de los precios, en diciembre pasado. Es vehículo de gama media que valía entre $ 4 millones y $ 7 millones hoy puede estar costando entre $ 20 millones y $ 27 millones. Los 14 salarios promedio que se requerían en el pasado para adquirir un automóvil no alcanzan ni para comprar hoy un tercio de ese rodado.
La casa propia es un sueño casi imposible. El déficit habitacional sigue creciendo y no hay margen para acceder a la vivienda. Un alquiler para una clase media puede estar entre los $ 140.000 y los $ 200.000 mensuales, según la zona. No hay salario que aguante con estos precios.
Las tarifas son otro de los componentes de la economía familiar que se han disparado. Tantos años de ponerle el freno de mano llevaron a que la actualización sea brusca. Nadie duda de que no estaba a todo ni siquiera con las boletas que se pagan en los países vecinos; sucede que el shock es un elevado costo que ha llevado, por ejemplo, a que la pobreza afecte a casi el 50% de la población. El deterioro social en el último año es muy notorio. La incidencia de la pobreza es marcadamente diferencial según el sector productivo en el que se desarrollan las actividades y la condición laboral del trabajador. En 2023, el 17,8% de los trabajadores del sector público y el 19,7% de los asalariado del sector privado formal se encontraban en esta situación, dice un diagnóstico elaborado por el investigador de la Universidad Católica Argentina (UCA), Eduardo Donza.
Para el mismo año, la incidencia de la pobreza es menor en los trabajadores por cuenta propia del sector privado formal, 4,9%. Contrariamente, se incrementa marcadamente al disminuir la calidad y la productividad del establecimiento en el que trabajan, el 37,5% de los asalariados del sector microinformal, el 44,2% de los cuentapropistas del sector microinformal y el 78% de los destinatarios de los programas de empleo, se encontraban en situación de pobreza, advierte el reporte académico.
Tomando en cuenta la edad, el 33,7% de los jóvenes ocupados en la Argentina, el 33,8% de adultos ocupados y el 21,5% de los adultos mayores ocupados se encontraban afectados por la pobreza.
El deterioro socioeconómico es muy elevado. Pero si se quiere reconstituir una pujante clase media hay que capacitar a los jóvenes para que puedan acceder a un trabajo y, por otro lado, favorecer la creación de empleo registrado, sugieren en Idesa. Consecuentemente, hay que avanzar en reformar la gestión educativa, orientando el sistema a la preparación de jóvenes con las capacidades necesarias para acceder al mercado laboral, y modernizar las instituciones laborales, que datan de hace más de 50 años y excluyen a cerca de la mitad de los trabajadores. Eso no ha sucedido aún. Por el contrario, se ha pronunciado la informalidad laboral que embiste de frente a esos jóvenes que, a su vez, tratan de financiar sus estudios o sobrevivir con un sueldo que ni siquiera les permite aspirar a crecer en la escala socioeconómica argentina.
La política no ha tomado nota todavía de que la agenda va por otro lado. Es probable que el actual gobierno todavía goce de cierta empatía de una franja importante de la sociedad. Una parte de este fenómeno se explica por la inmensa necesidad que existe acerca de hacer las cosas distintas para lograr un resultado diferente. El peronismo, en tantos años en el poder, no ha logrado dar las respuestas integrales que la sociedad demanda. Tampoco otras coaliciones que se pasaron el partido bajo el efecto de los errores no forzados. Hablar de reelección en estos momentos está tan fuera de órbita como pensar en una reforma constitucional o, en el menor de los casos, electoral. La sociedad demanda soluciones. De allí el hartazgo a la hora de votar. El asistencialismo del Estado será necesario en la medida que no se recreen las condiciones para el ascenso social. La clase media resurgirá cuando uno de los pocos precios de la economía que no se recompuso, el salario, recupere su poder adquisitivo. Mientras tanto, la batalla entre los precios y los ingresos continuará.