Marlon Brando ganó dos Oscar, con “Nido de ratas” (1954) y “El Padrino” (1972), premio este que rechazó denunciando el maltrato de la industria cinematográfica a la comunidad indígena.

En su último filme “La cuenta final” (“The score”, 2001) actúa junto a Robert de Niro por primera vez, en una carrera que le llevó decenas de años (hasta ese momento nunca habían compartido un set). Falleció en 2004 y ayer hubiese cumplido 100 años.

Cuando Roger Moore y Liv Ullman hicieron resonar en el auditorio el nombre de Brando por su rol como Vito Corleone, la sorpresa se apoderó del público al ver que en su lugar subía al escenario Sacheen Littlefeather, una joven activista y presidente del Comité Nacional de Imagen Afirmativa de los Nativos Americanos.

Desde ese momento quedaba claro que “el rebelde de Hollywood” no tenía futuro para la industria.

El actor, con una vida personal convulsionada con distintas mujeres y hombres (tenía 11 hijos con diferentes parejas), no participaba de las fiestas de sus colegas y de sus frivolidades; se encerraba en su mansión, convirtiéndose en un conocido seductor. Incluso llegó a adquirir una isla no solo para habitarla sino para construir un proyecto filosófico- científico que fracasó.

Sus propios demonios lo llevaron a obsesiones como la comida y el sexo.

También participó en la famosa Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, contra la segregación racial (agosto de 1963).

Aprendizaje

En entrevistas y memorias aclaraba que quienes le enseñaron el arte dramático fueron Stella Adler (inspirada en las teorías y técnicas del ruso Konstantin Stanislavski) con lo que logró esa interpretación salvaje de Stanley Kowalski en “Un tranvía llamado deseo” (1951), a la que le siguieron “Viva Zapata”, “Nido de ratas” y “Julio César”. No se olvidó de Elia Kazan cuando tuvo que reconocer de quién había aprendido, como también de negar que lo había hecho Lee Strasberg.

En una de sus pausas, en la década de los 60 no participó en realizaciones destacadas, excepto “La jauría humana” (1966).

Pero aunque su rostro, sus aventuras y desplantes eran famosos, fue en los 70 que conquistó sus mayores películas y se consolidó como estrella sin discusión: “El Padrino”, interpretando a Vito Corleone (de Francis Ford Coppola, 1972); protagonizando “Último tango en París” (de Bernardo Bertolucci) y en 1979 haciendo del coronel Kurtz en “Apocalipsis Now” (Francis Ford Coppola). Y todo a pesar de que en esa década, como se sugirió líneas arriba, alcanzó el mayor enfrentamiento con los estudios de Hollywood (Coppola tuvo que lidiar mucho con los productores para que lo aceptaran).

En 1978, con “Superman” cobró cuatro millones de dólares por 10 minutos de aparición en la pantalla (fueron 13 días de trabajo).

En el libro “Songs My Mother Taught Me”, su autobiografía publicada en 1994, sorprendió cuando escribía que su mejor actuación fue en “Queimada” dirigida por el italiano Gillo Pontecorvo, y explicó: “Además de Elia Kazan y Bernardo Bertolucci, el mejor director con el que trabajé fue Gillo Pontecorvo, a pesar de que casi nos matamos. Me dirigió en una película de 1969 que prácticamente nadie vio”.

Uno de los grandes problemas que tenía Brando como actor es que no se aprendía las letras. Excusa o no, siempre protestaba porque defendía la improvisación a los guiones estrictos, y son conocidas las “ayudas” que sus interlocutores les prestaban en los diálogos, con carteles tapados o escrituras que las cámaras no podían registrar.

Acerca de cuando rodó “Apocalipsis now”, en una película sobre la película el director Coppola cuenta los enfrentamientos con el actor y por qué se eligió a Filipinas. Los escenarios naturales se asemejaban más y el clima también a lo vivido en Vietnam. Otra ventaja para la producción: los filipinos eran los únicos que les permitían rociar e incendiar sus árboles con Napalm.

Cuando Brando llegó a esas islas nadie podía dar crédito a lo que veían. El actor estaba obeso, su forma física se alejaba mucho de la ideal para el personaje: un marine, atlético y pendenciero, un militar con aura mitológica e invencible que seguía ejerciendo en la selva.

Coppola reformuló el papel (en un momento pensó que apareciera comiendo vorazmente en cada plano). Pero Brando se negaba a aprenderse la letra. Kurtz había perdido la cabeza al ver tantos Charlies en Vietnam. Kurtz tenía pensado demostrarle al mundo que la locura viene inerte al ser humano. Exigió U$S 3 millones por tres semanas de rodaje y se negó a darle más tiempo al director para terminar el final de la película: le habían pagado por anticipado U$S 1,5 millones (el enfrentamiento que existió entre actor y realizador fue similar al que mantuvo Klaus Kinski con Werner Herzog en la famosa “Fitzcarraldo”).

Lejos, en una isla

Sus diferencias con Hollywood lo llevaron a exiliarse a una isla del Pacífico durante 10 años: se instaló en Tetiaroa, en Tahití.

A partir de los 80, su carrera ingresó en una etapa de marcada decadencia, aunque sigue participando en numerosas producciones como “El novato” (1990, una comedia donde se parodia a sí mismo como un falso mafioso); “La isla de Dr. Moreau” (1996) y “The score”, que fue su última aparición en la gran pantalla.

Su vida personal se truncó trágicamente. Su hija Cheyenne se ahorcó en su casa de Tahití luego de que su hermano Christian -el favorito de Brando, y adicto a las drogas- asesinara al novio de ella para impedir que la siguiera golpeando. Los millones de Brando derramados sobre los mejores abogados no lo salvaron de la cárcel.

A los 80 años, uno de los mejores actores de la historia del cine murió solo.