Un ilustrado jubilado septuagenario, oriundo de la metrópolis capital, decidió partir a conocer los pagos del tantas veces citado y ahora de moda, Juan Bautista Alberdi. Tomó el primer “low cost” al que tuvo acceso y emprendió para el norte. Antes de las dos horas, se anunció el descenso hacia tierras tucumanas. Sintiéndose Magallanes en su paso por la tierra del fuego, pudo divisar varias columnas de humo en las cercanías de la ciudad. Curioso, le preguntó a su vecino de asiento: - disculpe sr., esas fogatas son de algunas tribus originarias?. - No capo, deben estar quemando la maloja o será un piquete, cuando no una barricada de vecinos por una nueva sedición policial. Tragó saliva. Apenas aterrizó el avión y luego de los aplausos de rigor, se dirigió a la puerta trasera para el descenso, ya que la manga sólo se usa con la aerolínea de bandera. Cuando pisó el ardiente suelo, empezó a entender el porqué de las fugas del prócer y el título del libro de un escritor vernáculo: “Vida de un ausente”. Subido raudamente al primer taxi que se presentó, pidió sin dudar que lo lleven a lo de Alberdi: - por favor chofer, a la casa de la familia Alberdi, en la esquina de 25 de Mayo y 24 de Septiembre. El taxista dudó, pero enseguida entendió que quizás Alberdi era el maestro pizzero. - Sí, sí, claro, allá vamos. Previo a descender en su destino, abonó la tarifa con el último aumento del Concejo Deliberante y saludó agradecido al conductor. - ¿Cuál será la casa? pensó, hasta que pudo ver unos azulejos celestes que le decían que estaba en el lugar indicado. No pudo conocer la casa del autor de Las Bases, pero se clavó una especial con morrones que lo dejó “pupulo”. Sin desanimarse y bien alimentado, encaró para lo de Fortunata y el Cabildo, pero se encontró con un palacete francés, con similitudes versallescas, golpeado pero aún de pie, con una placa al sur, que también le decía que era el sitio correcto, pero ya nada quedaba de lo buscado. - Bueno, se dijo, seguro “la Casita de Tucumán” debe estar todavía y torció rumbo hacia calle Congreso. Se persignó al pasar por la Catedral, se sacó una selfie con Riera y llegó a destino. Pudo haber entrado, pero justo había asueto, por algún motivo seguramente valedero. - Ma sí, se dijo otra vez, me voy para el hotel y esta noche seguro que encuentro, donde era la casa de Monteagudo, un buen lugar para comer el famoso sánguche de milanesa, el que recomienda Gordillo.

Marcelo Rogel 

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