Todos los productores de maíz del país están muy preocupados por los graves problemas que está causando la chicharrita (Dalbulus maidis), que transmite el achaparramiento o raquitismo del maíz.
Tuvimos la posibilidad de contactar a Eduardo Virla, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y profesor titular en el Instituto de Entomología de la Fundación Miguel Lillo. Nos aportó interesantes datos e información sobre esta plaga y cómo se debería proceder para realizar un manejo racional de las poblaciones del vector.
El especialista contó que desde 1990, cuando publicó su primer aporte científico sobre la chicharrita del maíz, se dedicó al estudio de sus aspectos biológicos, y a conocer y a evaluar el potencial de sus enemigos naturales como biocontroladores. Destacó que desde 2013 trabaja en diferentes aspectos de la plaga, para intentar dilucidar aspectos cruciales de su biología.
La chicharrita cumple su ciclo biológico solo en plantas de maíz. Es un muy efectivo vector del achaparramiento o raquitismo del maíz, una enfermedad compleja que solo afecta a este cultivo, que es producida por tres patógenos -en forma individual o combinados-: el virus del Rayado fino (MRFV), el fitoplasma del Bushy Stunt (MBSP) y el espiroplasma del maíz, Spiroplasma kunkelii (CSS).
Esta enfermedad, endémica del NOA y de NEA, produce en los maíces pérdidas medias de hasta el 70%. Y en plantas severamente afectadas la producción es nula.
Además de trasmitir enfermedades, la chicharrita ocasiona daños directos al maíz, tanto por alimentación como por oviposición. Este vector y las enfermedades que transmite tienen una amplia distribución geográfica en toda América, hasta el paralelo 36º S. Desde siempre, en estas regiones los maíces fueron afectados por este complejo. Pero generalmente los niveles de ataque y de incidencia eran bajos, y solo ocasionalmente ocurrían epifitas. La peligrosidad de esta plaga, y el efecto de sus daños directos e indirectos, se agravan por su ciclo de vida corto -menos de 25 días-, por su alto potencial reproductivo y de dispersión, y por la capacidad de los adultos de sobrevivir 75 días sin comer durante el invierno.
Lo positivo es que tiene un rico complejo de enemigos naturales, como entomopatógenos, depredadores y parasitoides que causan más del 50% de mortalidad del vector en cultivos no comerciales (sin uso de insecticidas).
Virla indicó que la Fundación Lillo, junto al Proimi determinaron que esta chicharrita prefiere los germoplasmas de maíz templados por sobre los tropicales, y que sus enemigos naturales -los parasitoides de huevos- detectan las plantas atacadas y controlan a la plaga mucho más eficientemente en maíces o variedades “criollas”, no comerciales. Además indicó que las hembras infectivas soportan el período invernal -logran sobrevivir de una campaña agrícola a otra- mucho mejor que hembras sanas.
La epidemiología del achaparramiento depende de la dispersión y la dinámica poblacional del vector, y de su comportamiento de selección de hospedadores. Cualquier acción agronómica que favorezca el crecimiento de sus poblaciones redundará, ineludiblemente, en un aumento de la incidencia de la enfermedad que transmite con la consecuente pérdida de rendimientos. Virla señaló que hasta hace unos 10 años, en general se hacía una sola fecha de siembra de maíz (noviembre-diciembre), con lo cual la chicharrita estaba cuatro o cinco meses en el campo y después tenía que pasar casi seis meses -incluido el invierno- intentando sobrevivir refugiada en malezas, montes y cultivos invernales, hasta que volvieran a aparecer plantas de maíz y así recomenzar el ciclo. Lamentablemente, en los últimos años en el norte argentino se incrementaron los problemas ocasionados por el achaparramiento, asociados a la adopción de germoplasmas templados, a la expansión del área sembrada con maíz, al doble cultivo de maíz en la misma zona y campaña, y a la falta de oferta de maíces resistentes a la enfermedad, entre otras razones.
En esta campaña maicera se verificó una explosión demográfica del vector, ya no solo en provincias del norte, sino también en Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y en el norte de Buenos aires, causando innumerables pérdidas. Esto se debe a una multiplicidad de causas; principalmente a la expansión del período en que tenemos maíces “verdes” en el campo -disponibles para que se multiplique la plaga- y a un invierno “suave”, prácticamente sin heladas fuertes.
La problemática es bastante difícil de resolver y hacer pulverizaciones con insecticidas no es efectivo ya que la plaga “escapa” y solo se atenta contra sus controladores biológicos.
Virla indicó que hasta que se logre mejorar la resistencia del cultivo a la enfermedad o un sistema eficiente y sustentable de control de las poblaciones del vector, ninguna medida que se tome de forma aislada va a ser eficaz para evitar la ocurrencia de la enfermedad y deben ser aplicadas en un nivel más amplio, regional.
Por último el investigador recomendó que en zonas subtropicales hay que evitar acciones que favorezcan la aparición temprana del vector, su incremento poblacional, dispersión. Para ello debe cumplirse algunos aspectos como: 1) la primera fecha de siembra debería estar distanciada cuatro o más meses desde el momento se senescencia del cultivo del otoño pasado; 2) reducir al máximo la presencia de maíces voluntarios o “guachos” a fines de otoño y principio de la primavera; 3) evitar realizar cultivos “escalonados” en fechas en una misma zona/región, hacer rotaciones y no hacer maíz sobre maíz; 4) sincronizar las fechas de siembra de cada región/zona con no más de 30 días de diferencia; 5) usar un buen curasemilla; 6) sembrar genotipos tolerantes a la enfermedad y 7) monitorear el vector y proteger el cultivo en los primeros estados vegetativos.
Esta enfermedad solo podrá ser mitigada mediante la integración y la acción sinérgica de todos los responsables en la cadena de producción del maíz de cada región. Un aspecto más que fundamental a tener en cuenta.