Una encuesta reciente de LA GACETA en la que participaron 256 jóvenes tucumanos de género indistinto reveló que más del 78% de los encuestados hace algún tipo de terapia o que la hizo en los últimos cinco años. A partir de este dato, planteamos a estudiantes del Centro Universitario Prebisch la siguiente pregunta: “cuándo te sentís mal, ¿lo hablás?”. La mayoría de los varones consultados contestó “no”. El malestar psicológico suele ser un problema que ellos viven en soledad, según reveló la historia de Facundo, otro de los jóvenes tucumanos encuestados.
La psicóloga especializada en género, Fernanda Mónaco, considera que el punto de partida para este silencio masculino está en la temprana edad. “Es algo que se marca desde la infancia, por ejemplo, cuando se dice a los niños que los varones no lloran. Cuando son chicos se caen, se raspan, se lastiman y no se les habilita el espacio para poder expresar el dolor”, expresa como disparador en una entrevista con LA GACETA. Mónaco es miembro de la Comisión de Género, Diversidad y Derechos Humanos del Colegio de Psicólogos de Tucumán, y fue docente en encuentros de escuelas populares, donde trabajó con dinámicas para romper el silencio.
La clave está en las expectativas depositadas sobre los hombres. “Esto está relacionado con los mandatos sociales”, desarrolla Mónaco. El silencio masculino construido desde la crianza tiene consecuencias directas: no se trabaja en la socialización sobre cómo poner en palabras el malestar que atraviesan, por lo tanto es más difícil para ellos comprender lo que les sucede. “No aprenden a expresar el padecimiento en cualquiera de sus vertientes, ya sea física, psíquica o emocional”, dilucida la licenciada en Psicología.
La palabra sana
Los mandatos predominantes habilitan a las niñas lo que vedan a los niños. “Las mujeres tenemos una construcción más colectiva: socializamos las tristezas y alegrías porque es lo que se nos permite como mujeres”, amplía Mónaco. “Socializar el malestar permite sostenerse en otros. El modelo de hombre que puede solo y no pide ayuda dificulta trabajar el padecimiento”, agrega.
Para la especialista, la puesta en común de emociones y sentimientos resulta importante para la salud mental. “La palabra es el medio para poder pensar acerca de lo que nos pasa y, al pensarlo, podemos modificarlo. Cuando el mandato es no hablar, es difícil trabajar lo que sucede”, precisa.
La palabra se constituye como un recurso simbólico esencial: con ella representamos el mundo interior. “Para acceder a un tratamiento se necesitan recursos materiales y simbólicos. Existe la posibilidad de acceder a un tratamiento en espacios gratuitos y, con la solución de los recursos materiales, se puede trabajar en los simbólicos: lo verbal”, añade Mónaco.
“Maldita” ansiedad
La ansiedad es el motivo más frecuente que lleva a la juventud tucumana al psicólogo, según la encuesta de LA GACETA. Para Fernanda Mónaco esto es propio de la crisis social y económica que atraviesan la provincia y el país. “Los jóvenes tienen muchas incertidumbres y ello les genera ansiedades. No poder expresar lo que sucede sobre la realidad económica, el espacio laboral y la proyección social influye en el estado de ánimo, y alimenta la incertidumbre”, analiza la psicóloga sobre los resultados de la encuesta. “Nada es ajeno a la coyuntura, al contexto sociohistórico. Las personas estamos atravesadas por lo que sucede a nuestro alrededor. Los tiempos de crisis tienen un efecto en la salud”, observa.
Las consultas por salud mental en la provincia están disparadas. “Antes, se contaban con los dedos de la mano los Centros de Asistencia Primaria de la Salud (CAPS) con psicólogos. Hoy, a pesar de que hay más atención para salud mental, también creció mucho la demanda”, desarrolla Mónaco. “No hay suficientes psicólogos en el sistema de salud para contener esta necesidad”, advierte Mónaco.