En esta vorágine en la que vivimos, entre mensajes de celular y temores apocalípticos, se ha discutido el uso de las celebraciones, que implican un tiempo sereno: ¿Estamos para próceres? Desde quienes limpian el bronce de los heroísmos, hasta quienes arrojan al mar los monumentos, existe en el medio un interesante degradé para valorar la historia. En el caso de Bernabé Aráoz, hace décadas recibe el leve impulso de algunos sectores para ubicarlo en un panteón al menos provincial, bajo el riesgo de abandonarlo al sillón del olvido, que es donde descansaremos todos. Dilemas de próceres, pero veamos algo más.
Tras 200 años de su muerte, nuestro nivel de conocimiento de quien fuera alabado por Manuel Belgrano y José de San Martín, es bajo. En Santiago del Estero y Catamarca se lo murmura en forma negativa, en los actos escolares. Es que lejos en el tiempo, hacia 1820, oponerse a Don Bernabé y desligarse de la República de Tucumán, fueron una misma cosa.
Este 24 de marzo (fecha que tiene otras urgencias para la memoria), es el bicentenario de su fusilamiento. Para entender fenómenos como la Declaración de la Independencia, o la Batalla de Tucumán, nuestro hacendado es crucial. ¿Cómo evocarlo? ¿Cómo validar la cultura en tiempos que priorizan el impulso económico y las tendencias individualistas? ¿Logrará la nacionalización del culto que logró un caudillo como Facundo Quiroga? Hasta las imágenes le fueron esquivas. Hay dos representaciones sobre su aspecto hacia 1810 o 1820. Ninguna es de su época, sino posteriores: un grabado del periódico El Orden y un cuadro de Honorio Mossi. En la primera su pelo es oscuro y sus rasgos angulosos. En la de Mossi, el héroe tiene ojos claros y nariz menos aguileña. Parecen dos personas distintas.
Del mitrismo hacia nuevas miradas
Se piensa que la posmodernidad abandona ceremoniales, y festeja solo lo “light”. La búsqueda de ceremonias más bien ha mutado. Mientras leemos esto, alguien derriba en Ucrania una estatua de Stalin, alguien cuestiona en Filadelfia un monumento a Cristóbal Colón, alguna escuela se prepara para las durezas del 24 de marzo de 1976. El presente condiciona la mirada. Cada pueblo narra su pasado, vive su presente, proyecta su futuro. Elegir a quien honrar, no proviene de un decreto de gobierno, tampoco nace solo de la historiografía. Vale recordar que Bernabé fue una figura menos analizada de lo que tal vez merecería, y no despertó fervores populares en el mundo actual, como sí ocurre con Martín Miguel de Güemes.
En la Argentina fueron claves los viejos libros de Bartolomé Mitre, que cristalizaron sentidos. Fue un líder político destacado y buen conocedor de archivos. Pretendía, sin embargo, erigir una historia ejemplar, para un país con miles de extranjeros, del cual temía la fragmentación de la identidad. En su Historia de Belgrano arrojó un saldo negativo: “Hombre de limitados alcances políticos, saturado de pasiones locales; muy considerado por sus comprovincianos de la campaña. Ambicioso y vulgar”. Nos permitamos discrepar.
Estatuas, pero no para Bernabé
Un mayor conocimiento del líder norteño, abriría una puerta más al pasado: la independencia, la delimitación de las provincias hacia 1820; los pactos previos a la organización constitucional de 1853. En los inicios de la disciplina histórica, dos europeos se ocuparon de él, pero su mirada fue peyorativa, influida por el propio Mitre y por Domingo F. Sarmiento. Fueron el francés Paul Groussac, y Antonio Zinny. Si bien reconocían el aporte de los Aráoz en la Batalla de Tucumán (1812) y en el Congreso (1816), fueron críticos del federalismo y la movilización de gauchos. Su retórica se ancló en una mirada lineal de la civilización y del lugar de Buenos Aires.
Para reivindicarlo había que esperar al Centenario, con los trabajos de Juan B. Terán y de Jaimes Freyre, con la pujante élite asociada a la Universidad Nacional de Tucumán. Iniciaron una explícita discusión con afirmaciones mitristas y defendieron al norte en la trama nacional. Se asociaron con intelectuales de Salta, Jujuy, Catamarca, Santiago. Era injusto, decía Terán, que haya sido, satanizado por algunos historiadores.
Aun así, no cambió la tendencia. Su antigua vivienda, a metros de la Casa Histórica, vio la picota en 1969, mientras el monumento a Martín Miguel de Güemes, lucía cada vez más iluminado. Por aquellas décadas, en Buenos Aires, el nivel de conocimiento sobre Aráoz era (continúa siendo) nulo. En la actualidad, una mayor atención a la época se viene logrando con tesis doctorales, con aislados señalamientos de sitios claves. La Casa Histórica pone exitosamente en relieve su figura, pero en cambio un documental dirigido por Fabián Soberón y con guion en coautoría con Soberón, no recibió ningún apoyo del Ente de Turismo, bajo la respuesta de que “no se vincula con el interés turístico provincial”. ¿Tras 200 años, podremos otorgarle un lugar? El tiempo (y nuestras acciones), lo van a decidir.
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Facundo Nanni – Licenciado en Historia, doctor en Ciencias Sociales, miembro de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán, investigador del Conicet.