Un matrimonio de pasteleros italianos llegó a la ciudad patagónica migrando por la Segunda Guerra Mundial y fundaron una confitería que luego se convertiría en un delicioso imperio. La historia de esta ‘dinastía chocolatera’ y el boom turístico que cada año, entre fines de marzo y principios de abril, tiene cita en la ciudad de la nieve.
Si Willy Wonka viviera en el mundo real, seguramente elegiría Bariloche como el lugar predilecto para instalar su fábrica. Probablemente, el sueño de Homero Simpson, de una ciudad con calles, veredas y locales hechos de chocolate, también se asemeja mucho a esta emblemática localidad patagónica. Es que la ciudad rionegrina es la capital indiscutida del chocolate en el país: caminando por la avenida Mitre, el aroma literalmente invade las calles, a tal punto que nadie se puede ir de allí, sin antes colmar sus valijas con cuánta variedad de bombones haya disponibles.
Lo extraño para muchos es cómo una ciudad, aunque ícono del turismo tanto local e internacional, no tuvo jamás vínculos con el chocolate. Es más, allí no hay rastros selváticos, necesarios para la materia prima que es el cacao. Aun así, sin contar con el producto madre, es una de las más mencionadas en el mundo como la productora del chocolate artesanal más rico.
Las fábricas de chocolate artesanal importan el cacao desde países como Brasil, Ecuador, Colombia, Perú o Venezuela, todos con algún vínculo cercano a las selvas del Amazónicas, de dónde se piensa que fue encontrado por primera vez hace más de 5000 años por los pobladores mesoamericanos. Por eso ocurre algo curioso cuando un visitante de alguno de esos países llega a la city patagónica y se sorprende al ver la bandera de su país en una vitrina.
Si bien en la actualidad el chocolate es un sinónimo de Bariloche, la historia sobre cómo llegó a la ciudad no es tan conocida. ¿Por qué ganó su fama de chocolatera sin rastros cercanos (ni siquiera en Argentina) de producción de cacao?.
Corría el año 1947 y miles de italianos dejaban su tierra natal, buscando oportunidades tras la guerra que azoraba al mundo. Así fue como Aldo Fenoglio y su mujer, Inés, llegaron a Bariloche desde Torino, el norte de Italia, con sus conocimientos en repostería como principal ventaja. Sí, en Europa ya se dedicaban al negocio de la pastelería. Ayudados por el boca en boca, sin redes sociales ni publicidad en televisión o youtube, la chocolatería se hizo conocida en toda la Patagonia.
El boom turístico de Bariloche en los ´60 y ´70 le dio un espaldarazo a todo el sector chocolatero, que necesitaba también un producto estrella que surgió de casualidad: el chocolate en rama. Un olvido en una de las máquinas, provocó la creación de esta delicatessen, que se convirtió en un símbolo de Bariloche.
Bebido por los mayas y los aztecas como fuente de sabiduría, el chocolate pasó luego a ser el complemento preferido de los sacerdotes en el siglo XVII, ya que se declaró que una bebida no rompía el ayuno. Pero su gran éxito se dio cuando llegó a Versalles y las damas de la alta sociedad de España y Francia lo tomaban en el desayuno y la merienda y se ofrecía en las confiterías como "la bebida proveniente de las Indias". Actualmente, en la Patagonia se producen más de dos mil toneladas de chocolate al año, convirtiéndose en todo un símbolo de la gastronomía austral. Una historia que sin dudas hizo de Bariloche la capital argentina del chocolate.
Y no sólo eso, la ciudad tiene su propia Fiesta Nacional del Chocolate, que celebra todos los años y este 2024 se llevará a cabo del 28 de marzo al 1° de abril. En el evento, los maestros chocolateros fabrican una barra de dos mil kilos para que pueda ser disfrutada por todos los visitantes y los más chiquitos pueden graduarse en la “Universidad del chocolate”. Al mejor estilo Wonka, Bariloche también cuenta con la “calle de chocolate” con casi 20 chocolaterías que ofrecen a los turistas todas las versiones gastronómicas del chocolate además de combinarlo con café y pastelería.