A principios de 1815 nubes negras parecían posarse sobre el escenario de la revolución en las antiguas provincias del Río de La Plata. El director Posadas renunció hostigado políticamente y asumió el general Carlos María de Alvear, muy resistido por los oficiales del Ejército del Norte quienes determinaron no acatar su autoridad. Lo mismo ocurrió con el ejército que el Directorio había enviado al litoral para someter a sus caudillos. Sus líderes se sublevaron en Fontezuelas el 3 de abril lo que precipitó una revolución en Buenos Aires el 15 de ese mes. Jaqueado por las circunstancias Alvear renunció y se nombró al general José Rondeau en su lugar, aunque éste se encontraba lejos con el Ejército en el Norte, donde las cosas tampoco están bien ya que las fuerzas revolucionarias habían sido batidas en El Tejar.

Ente moderador

Se creó un poder moderador que llevó el nombre de “Junta de Observación”, destinada a contener los abusos del poder mediante la restitución de la libertad de imprenta, la seguridad individual y demás objetivos de la “felicidad pública”. Esta Junta estaba integrada por Pedro Medrano, Esteban Gascón, Mariano Serrano y Tomás Manuel de Anchorena; tenía la misión de redactar un Estatuto Provisional que reemplazara a modo de Constitución, el cuerpo legal vigente.

En mayo de 1815, la Junta de Observación dictó el Estatuto Provisional, instrumento para la administración y organización provisoria del estado, que establecía en uno de sus artículos que estaría vigente hasta que los “diputados que hayan de formar la Constitución, los cuales deberán reunirse en Tucumán.”

Ser designados como anfitriones del Congreso fue sin lugar a dudas una distinción notable para la ciudad de Tucumán y su provincia. Pero también fue una necesidad para Buenos Aires, porque de esa manera daba muestras de no concentrar todo en su vecindario, cuestión de la que no sin razón, era cuestionado. Mediante esta decisión pretendía mostrarse abierta y considerada con sus demás hermanas.

Como se sabe, no todas las provincias enviaron diputados, ya que estuvieron sin representación las del Litoral, (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Banda Oriental) acaudilladas por José Gervasio Artigas, quien tenía personeros en la región con órdenes de evitar a toda costa la reunión.

Claramente, la decisión de convocar al Congreso para que se reúna en Tucumán, estuvo cargada de razones políticas.

Aráoz consolida su fuerza

Bernabé Aráoz por su parte, desde Tucumán estaba atento a lo que ocurría y a los movimientos de quienes aún sostenían al depuesto Alvear y a los espías artiguistas. Por ello miraba con desconfianza la actitud del Cabildo de Tucumán quién de improviso lanzó un llamamiento a los ciudadanos a efectos de que ratificaran el nombramiento del Director Rondeau y para que el pueblo, dividido en ocho cuarteles eligiera cada uno un diputado para “examinar” el Estatuto Provincial que el Directorio había jurado el 16 de mayo de ese año y enviado a las provincias. La idea de los cabildantes era que estos diputados examinaran la legalidad del propio gobierno de Aráoz, lo que despertó una señal de alerta en el caudillo.

Si bien el Cabildo aprobó la elección, siete días más tarde se encontraron con la novedad de que varios centenares de gauchos, que habían sido convocados por Bernabé Aráoz, desde toda la provincia, se habían reunido en la Ciudadela. Su hermano Pedro Juan traía los monterizos de las estancias familiares. Desde las goteras de la ciudad, vecinos de San Miguel y quintas cercanas se fueron agolpando en un número cercano a las 4.000 personas, quienes apoyaban al gobernador Aráoz.

Los organizadores de la reunión labraron un acta donde manifestaron que, con el objeto de prevenir la acción de un corto número de facciosos que buscaban alterar el Estatuto y a efectos de evitar futuros males al país, proponían seis puntos de acuerdo:

1) Declarar nulo el nombramiento de los electores hecho por el Cabildo.

2) Ratificar la elección de Rondeau y de su suplente, Álvarez Thomas, adhiriendo a todo lo recientemente hecho en Buenos Aires.

3) Unión eterna con aquella metrópoli y dependencia provisoria hasta que se reúna el Congreso Constituyente.

4) Ratificar espontáneamente el nombramiento del gobernador intendente que tenía Bernabé Aráoz.

5) Ratificar la representación del Cabildo, dando por tierra la versión de la caducidad de esta.

6) Proceder al nombramiento de tres diputados que representaran a Tucumán en el próximo Congreso en las personas del cura Pedro Miguel Aráoz, José Agustín Molina y Juan Bautista Paz (estos dos últimos finalmente no se incorporarían).

Ese mismo día en Cabildo Abierto se aprobó todo lo actuado en La Ciudadela, aunque no por unanimidad, y se acordó comunicarlo a Buenos Aires.

La jura

El 6 de julio se juró fidelidad al Estatuto en Tucumán, primero las autoridades, los militares y se consideró que el pueblo ya lo había hecho días antes en la reunión multitudinaria de La Ciudadela.

Hacia fines de ese año se acordó que el pueblo, dividido en cuatro cuarteles, eligiera por votación un elector que, en coordinación con el gobernador y el Cabildo confeccionaran las instrucciones para los Diputados al Congreso. Fueron designados a tal efecto los doctores José Serapión de Arteaga y Lucas Córdoba junto al Presbítero Gregorio Villafañe. Fue en esos momentos cuando Bernabé dio a conocer su verdadero temple y sagacidad. A sabiendas que entre los integrantes del Cabildo había quienes pretendían sabotear su autoridad, en una audaz como inesperada jugada de mano, había logrado convocar a los gauchos de toda la provincia, los que al igual que en los días de septiembre de 1812, acudieron presurosos a su llamado, como lo habían hecho en las jornadas previas a la Batalla de Tucumán.

Proclama

El 9 de Octubre de 1815, Bernabé Aráoz lanza una vibrante proclama a los Tucumanos: “No hay fortaleza si se recela; ni constancia si se vacila; ni unión si se fracciona; ni energía si se trepida... arrojemos al eterno caos del olvido y del desprecio las facciones y partidos, rivalidades y sentimientos. Sofoquemos desde este momento las criminales personalidades que nos dividen y debilitan. Reconcentremos nuestros esfuerzos y subordinados a las autoridades que nos rigen, nuestra felicidad sea el único móvil de nuestras operaciones”.

Si alguna duda cabía acerca de quién era el hombre fuerte en Tucumán, había quedado despejada. Así como en Salta, Güemes mandaba por la fuerza de sus fuerzas gauchos, en Tucumán, Aráoz era el conductor.

Finalidad

El monterizo sabía que la finalidad más significativa de su mandato era la de convocar un Congreso y decidir que sus reuniones se efectuaran en la ciudad de Tucumán, de allí su iluminada Proclama de Octubre. La tan ansiada independencia por la que bregaban los patriotas encendidos como Belgrano y San Martín estaba próxima, pero los enemigos del nuevo orden estaban por todos lados (realistas, artiguistas, antiporteñistas, etcétera), y el germen de la desunión y el descontento se encontraba latente.

El Congreso de Tucumán, como vimos, fue convocado luego de haber sido derrocado como director Carlos María de Alvear, quien había pretendido instaurar un gobierno centralista y no menos personalista, menoscabando derechos y libertades, cuestión a la que Tucumán, en cabeza de Bernabé Aráoz, se opuso férreamente ya que la idea federativa se había hecho carne en él y en el grupo que lo sostenía.

Conflictos en el Norte

El gobernador Bernabé Aráoz había tomado muy en serio el apoyo a los ejércitos que se comenzaban a conformar desde el poder central. Para ello imponía empréstitos y contribuciones sin réplica ni súplica para alimentar, vestir y equipar íntegramente a las tropas. Destinaba esos fondos para mantener a los 1.500 soldados de la expedición del coronel mayor Domingo French, había enviado para reforzar el Ejército del Norte. Nueva documentación, remitida recientemente al Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán, de su par en Jujuy, referida a Bernabé Aráoz, nos acercan innumerables muestras de las ayudas que el tucumano enviaba tanto a Rondeau, como a French, por intermedio del teniente de gobernador jujueño, principalmente en cabalgaduras.

Pero cuando las tropas de French estaban por partir hacia el Alto Perú, urgidos por prestar apoyo al debilitado Ejército del Norte al mando de Rondeau, y que a duras penas se sostenía aislado de su línea de aprovisionamiento, se enteraron de que el caudillo salteño Martín Miguel de Güemes no los dejaba entrar a su territorio. Como consecuencia directa de aquel conflicto, y cortadas sus líneas de aprovisionamiento, las tropas revolucionarias fueron derrotadas en Venta y Media y luego en Sipe Sipe. El corolario de aquellos desencuentros y derrotas fue la pérdida para Provincias Unidas, de aquellos territorios, que pertenecen a la actual República de Bolivia.

Sipe Sipe

El 29 de noviembre de 1815, cuatro meses antes de empezar las sesiones de la soberana corporación en Tucumán, la noticia cayó con estruendo entre los Congresales. El ejército había sido derrotado completamente por los realistas en la batalla de Sipe Sipe. Con el contraste, concluía la tercera campaña al Alto Perú tan desastrosamente como habían concluido la primera, en Huaqui (1811), y la segunda, en Ayohuma (1813).

Tal contraste militar significó un peligro gravísimo para la revolución independentista: las antiguas provincias del Virreynato quedaban solas, con los realistas dominando en Chile, en el Alto y Bajo Perú, y en Nueva Granada. Todo ello agravado con la delicada situación de la Banda Oriental, amenazada por los portugueses y en conflicto permanente con Buenos Aires, y fue Gervasio Artigas el principal instigador de tanta inquina.

El general José Rondeau, al frente de unos 1.500 soldados que le quedaban luego de la derrota venía en franca retirada. Trató, al principio, de afirmarse en Tupiza. Pero el avance de la vanguardia realista lo obligó a replegarse hasta Humahuaca. Al hacerlo, puso en alerta al caudillo salteño Güemes, que siempre se mostraba receloso de que el gobierno central lo derrocara. Esto, por la irregularidad que rodeó su última elevación al gobierno de Salta (jurisdicción que entonces incluía a Jujuy). Hay que recordar que, a pesar de que en esa época los gobernadores eran nombrados por el poder central. Pero Güemes había removido al titular, Hilarión de la Quintana para ser luego ungido gobernador por una asamblea popular de gauchos, en mayo de 1815. Los hacendados y comerciantes en su mayoría no lo apoyaban, pues el “fuero gaucho” que había impuesto era confiscatorio a sus intereses.

Güemes en armas

Ocurría que Rondeau había escuchado en Salta las voces de los enemigos de Güemes los que, como ya vimos, no eran pocos; lo llenaron de dudas en contra del salteño a quién decidió separar del ejército, quitándole el mando de una tropa que había adiestrado y quienes le respondían ciegamente. El salteño, al que se lo conocía por determinado e indomable, lógicamente resistió la orden y se propuso defender su mando. En ello los gauchos lo secundaban, en ellos residía su fuerza real y ellos veían en él a su único caudillo. Jamás se dejarían comandar por un porteño, por más grado militar que ostentara.

De nada valieron las súplicas, exhortaciones públicas y privadas de los hombres más insignes de la política nacional. No lograban convencer a Güemes a quienes ofrecían toda clase de garantías de que Rondeau lo respetaría. Pero el desconfiado salteño se había cerrado en su postura, parecía más propenso a inmolarse que ha dejarse arrebatar su autoridad en aquellos territorios.

Fue entonces que la Frontera Norte se encontró nuevamente convulsionada. Luego de sus contundentes victorias, los realistas envalentonados formaron ejércitos para ingresar por Jujuy.

Ayudas al Ejército

Al llegar a Tucumán las noticias de las consecuencias del desastre de Sipe Sipe, el gobernador Aráoz remitió, vía Jujuy, a toda prisa al ejército 1300 mulas mansas, preparó otras 1000 en potreros, por si fueran necesarias; envió monturas, tejidos de lana, aparejos y cuanto podía dar la provincia en cosas de esta especie que pudieran servir a la retirada y las penurias de los fugitivos. Con diligencia, solicitaba empréstitos al comercio y a los hacendados, pues a cuenta gotas llegaban los heridos y derrotados en el Norte y debían ser atendidos con premura.

En ese contexto, el general Rondeau decidió marchar con su ejército sobre Salta, tras ordenar que se le incorporasen dos escuadrones de Dragones que estaban en Tucumán. El avance empezó con la idea de encerrar al salteño en un movimiento de pinzas, pero las milicias de Güemes hostigaban constantemente a las tropas nacionales. En los Cerrillos el general Rondeau se enteró de que no podía contar con los Dragones de Tucumán, ya que un escuadrón había pasado a Jujuy y el otro había sido batido por las milicias del gobernador salteño en Campo Santo, lo que en los hechos ponía a Salta en estado de guerra contra Tucumán y quienes apoyaban el Congreso. Martín Güemes esperaba a Rondeau con sus escuadrones gauchos, dispuesto a dar una pelea final. Esto traería consecuencias impensadas para la región.

Finalmente, y gracias a la intervención de Macacha Güemes, hermana del héroe gaucho, patriota insigne, mujer de excepción quién logró sentar en una mesa de diálogo a los cabecillas enfrentados; pudo así firmarse el histórico pacto de Los Cerrillos el 22 de marzo, dos días antes de instalarse el Congreso de Tucumán. Ello puso fin a la disputa entre aquellos jefes. De todas maneras ya era tarde para auxiliar a las tropas que habían sido diezmadas y se encontraban acantonadas en Jujuy en actitud defensiva. El general Rondeau por su parte regresó a Tucumán donde llegó un mes antes de la declaración de la Independencia. Su estrella se había ya opacado para entonces. Mientras, el ascenso de Güemes parecía incontrolable a toda autoridad.

En abril el Gobernador Bernabé Aráoz le envió una carta conciliadora a don Martín Miguel de Güemes, en la que pasaba por alto el ataque a los Dragones tucumanos, y celebraba el Tratado de Cerrillos que puso fin a las referidas controversias, cuando los congresales ya discutían acerca de nuestra independencia en Tucumán. Hasta entonces habían tenido un trato cordial y de cooperación absoluta, pero aquella matanza sobre los tucumanos no se olvidaría. Sin duda alguna, Bernabé Aráoz tenía la certeza de que en más, Güemes sería una figura omnipresente en todas las decisiones que se tomaran en el Norte. Lo sabía apasionado, pero descontaba que su innegable patriotismo bastaría para mantener la paz.

La mano de Artigas

La aparente concordia entre las provincias pareció romperse cuando el 10 de Diciembre de ese año, Francisco Borges se alzó contra el gobierno en Santiago del Estero y depuso al teniente gobernador Gabino Ibañez. Tras ello se escondían otros intereses sectoriales. Según lo estudiado por el historiador Ramón Leoni Pinto, más que hablar de los anhelos de autonomía de Borges, había que develar la trama regional que se gestaba. Una carta de Ibañez a Bernabé Aráoz aseguraba que Francisco Borges obraba en combinación con Güemes y el oriental José Gervasio de Artigas y se esperaba contar con dinero de comerciantes salteños para armar una fuerza capaz de desbaratar el Congreso de Tucumán. El movimiento debía ser la primera chispa que encendiera la región y envolviera a los congresales. La idea era que estos se retiraran a sus provincias no gozando de las garantías suficientes. Lo cierto fue que la maniobra del santiagueño fracasó. Una fuerza comandada por Gregorio Aráoz de Lamadrid, enviado por Belgrano, dispersó las tropas de Borges, quién fue tomado prisionero y fusilado el primero de enero de 1817.

Las lógicas desconfianzas, las inquinas y maledicencias fueron en más, moneda corriente entre los caudillos del norte. En los años posteriores, estas diferencias apenas disimuladas, harían eclosión, cobrándose las vidas de los principales actores de la trama germinal de aquella nación que demoraba en nacer constitucionalmente constitutita.

José María Posse - Abogada, escritor e historiador