Todo se inició para quien sería uno de los grandes poetas del siglo 20 en San Petersburgo. Debemos a la consagración de su esposa Nadiezhda Jázina los poemas que Mandelstam no llegó a publicar. La literatura rusa, sus corrientes poéticas, cursaban entre fines del siglo 19 y principios del 20 del llamado simbolismo hacia el acmeísmo, movimiento al que adhirió Mandelstam y su amiga Marina Tsvetáieva. Sólo dos antologías fueron editadas en vida de Mandelstam: “La Piedra” y “Tristia”. “Cuadernos de Moscú” y “Cuaderno de Vorónezh” se deben a la labor de su esposa Nadiezhda, a su prodigiosa memoria, a su amor y admiración. El autor falleció a los 47 años en un campo de refugiados de camino hacia uno de los gulags a los que Stalin condenó a millones de disidentes. Nada que no fueran la complacencia, la hipocresía o el silencio eran claves de sobrevivencia durante la tiranía. Mandelstam no calló. En 1933 escribe “El montañés”. Basta para comprenderlo un par de versos de los que recitó una noche en casa de Pasternak sin imaginar que había infiltrados: “Vivimos sin sentir el país bajo nosotros, nuestras voces a diez pasos no se oyen, pero si alcanza la gente para media charla, recuerdan al montañés del Kremlin…”. Su lectura ante un grupo de escritores —que no excluyó la delación — fue su suicidio. La discreción era el único, precario y nunca suficiente salvoconducto. Para comprender los alcances de un régimen que, como el Dios del panteísmo, está en todos y en todo, basta con leer el erudito ensayo de Orlando Figes (“Los que susurran”) que permite comprender la asfixia de la censura bajo pena de exilio, prisión, muerte. Como Max Brod con Kafka, Nadiezhda salvó los poemas de Ósip, quien pasó sus últimos días en la prisión de Vladivostok escribiendo a su esposa y su hermano Shura cartas agónicas, en una de las cuales reclama abrigo puesto que confiesa que se congela sin ropa: “…Desde nuestro campo de tránsito envían a los campos definitivos. Por lo visto fui rechazado y debo prepararme para pasar el invierno”. Los “Cuadernos de Vorónezh” (1935-1937) contiene un Primero, un Segundo y un Tercer Cuaderno, y cierra con “Introducción a la “Oda” a Stalin” y el apartado “La cuarta prosa”. Sólo lo frágil perdura: el poeta que recitaba con los párpados cerrados La Divina Comedia e intentó en su hora suicidarse arrojándose por la ventana de un sanatorio, nos dejó una ética de la existencia. Más fuerte que todo es lo efímero. Un fuego que aún arde para la historia de la literatura.
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