Con el ánimo de hacer algunas aclaraciones con respecto a la carta “Roca y el azúcar” (04/02) del lector Pedro Pablo Verasaluse, diré que a Roca se lo cuestiona, a mi criterio injustamente, por la Campaña al desierto, la problemática indígena, y también “ en menor medida-” como menciona el lector, por la cuestión azucarera. Con respecto a la Campaña al desierto, esta fue aprobada en la presidencia de Avellaneda por ley Nro 947 sancionada el 4/10/1878, y acuerda un presupuesto de 1.7 millones de pesos oro para equipar un ejército y hacer la Campaña al desierto. Avellaneda apoyó el proyecto de Roca porque los chilenos pretendían la Patagonia. La Conquista no fue la aniquilación del indio, que ya estaba vencido, sino la actitud enérgica de posesión de esa parte de Argentina, que hasta ese entonces, en los hechos no era nuestra. Más que una expedición militar fue un acto posesorio, empujando al indio hacia la cordillera para impedirle el robo de vacas y caballos que vendían en Chile. Roca selló pactos con las tribus, y el cacique Manuel Namuncurá fue nombrado coronel del Ejército argentino. Su hijo Ceferino entró en la Congregación Salesiana, y murió en Roma a los 18 años, siendo nuestro “Beato Ceferino Namuncurá“. Los indios que se incorporaron a la actividad azucarera lo hicieron integrándose a la población local, y por lo tanto con los mismos beneficios sociales que los industriales azucareros dieron a la provincia. No debe haber industria en el país más complementada a las necesidades de sus empleados, obreros y familias. Y es destacable el aporte de los industriales al progreso tucumano. Un ejemplo no bien valorado fue Don Alfredo Guzmán, que construyó el canal San Miguel que “sin la menor duda, fue la obra particular de riego más importante de Sud América.” Y luego una acción de beneficencia impresionante. El Asilo maternal inaugurado en 1904, la Sala Cuna, Colegio Guillermina Leston de Guzmán, Hogar San José, Hogar San Roque. El matrimonio Guzmán concibió un plan de asistencia en las tres etapas de la vida: la niñez, juventud y la vejez. Era sin duda un plan coherente. En el plano productivo crea la Estación Experimental Agrícola en 1907, la Granja Modelo comienza en 1914 por su preocupación por elaborar leches higiénicas, la quinta Guillermina con toda variedad de citrus, el Ingenio Concepción, con su círculo de obreros, biblioteca, hospital, club, escuela. Y su última gran obra, la Iglesia de la Merced, que se inauguró el 24 de setiembre de 1950, poco antes de la muerte de Guzmán. Pero hubo muchos tucumanos filántropos. Los hermanos Méndez obsequiaron al Obispado los terrenos que sirvió de base al Seminario, Federico Helguera, que cedió sus sueldos de gobernador para construir una escuela que donó al Estado, los hermanos José e Isaías Padilla, que donaron el edificio de las Hermanas Franciscanas, la mujer de Brígido Terán donó un pabellón en el Hospital de Niños, Manuel García Fernández donó a los salesianos el colegio que lleva el nombre de su hijo Tulio. Juan B Terán, fundador de la Universidad, las señoras de los doctores Juan Manuel Terán y Eugenio Méndez, fundaron el Hogar del Niño y la Granja San Cayetano. Esta lista es incompleta de benefactores, porque todos los ingenios además de producir azúcar, daban educación, formación religiosa, salud y deporte a su personal, lo que demuestra lo que han hecho los empresarios tucumanos por sus comprovincianos. Y Roca como constructor de la Argentina que continuaron estos ilustres tucumanos, merece que la avenida Roca recupere su nombre en toda su extensión. Hago votos para que la señora intendenta y el Concejo Deliberante de capitalino así lo decidan.

José Manuel García González 

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