“Early Morning”, diría A-Ha, me dispongo a emprender el descenso por la calle San Juan, desde el Camino del Perú hacia el Este, sabiendo que este periplo va a ayudarme a fortalecer mi carácter y mi temple. Iniciada la odisea, intuyo que los variopintos obstáculos van a hacer de mí una persona mejor y es por eso que le recomiendo a mi primogénito esta experiencia, como terapia diaria. La intersección con la Bulnes, me sorprende una vez más con su eternamente fallecido semáforo, que fuerza la lucha entre los que “pechan” por la San Juan y los que “torean” por la otra. Paso sin lamentar pérdidas. Las aguas servidas de la esquina de Azcuénaga, con su peculiar aroma, me hacen añorar las cercanías del canal sur, mientras disimulan un mexicano cenote que casi me parte la delantera derecha. Logro seguir. En la esquina de la Necochea, un osado motociclista ex Circo Rodas, que obviamente no lleva casco, cruza raudamente con su luz en rojo, sobresaltando mi corazoncito que ya auguraba un desastre. Respiro aliviado. La zigzagueante intersección de Thames me recuerda, con un golpe seco en mi trajinado tren delantero, que me olvidé que allí habían choreado, ya hace muchos años, la fornida tapa de hierro que permite el acceso a las inspecciones cloacales, pero de todas maneras, si la esquivaba, me comía el lunar cráter de al lado. Prueba superada. El bachazo que me tocó sortear unas cuadras más adelante, me hizo acordar efusivamente a la progenitora de un pasado intendente, ya caído en desgracia. Promediando el trayecto y al tratar de adelantar por mi siniestra a un señor más andado que yo y más prevenido, me encuentro con un histórico y derruido 147 estacionado sobre la indebida izquierda, y logro esquivarlo para mi bien, el de mi patrimonio y la azorada doña de la derecha a la que casi invito a una colisión. Zafo. Llegando ya a la zona céntrica, un hermoso collage pinta la calle, en una parte “hormigonada” y con parches asfálticos que conviven con los robustos adoquines que supieron ser el lastre de algún barco, ya varias veces centenario. Cuando doblo al sur, rumbo a la avenida que lleva el nombre del trasladador de Ibatín, sé que mi carácter es ya un poco mejor y que estoy más fortalecido para llevar adelante las siempre cambiantes vicisitudes de la vida cotidiana. He perseverado una vez más.

Marcelo Rogel Chaler 

Sabin 2.900 - Yerba Buena