Dividieron puntos, aunque la sensación es que Boca salió ganancioso: mejoró su imagen de recientes partidos y de los últimos superclásicos en Núñez, levantó la desventaja y se llevó un empate de un Monumental hostil.
River lo pudo ganar si no hubiera perdonado tras el gol de Pablo Solari. Lo pudo perder por sus debilidades defensivas, si el ataque visitante no estuviera aquejado de anemia grave, tanto que era lógico que el gol llegase por intermedio de un buen Cristian Medina.
El empate estuvo bien, porque cada equipo tuvo sus momentos, en el marco de un partido abierto y de ida y vuelta, menos trabado de lo que todo clásico supone.
El balance parejo no tapa el hecho de que Diego Martínez salió algo mejor parado que un Martín Demichelis que se quedó a las puertas de una satisfacción poco común: de ganar el “Millonario”, hubieran sido tres victorias consecutivas ante el rival de toda la vida.
Está claro que Solari es un jugador de segundos tiempos. Desaparecido (sin acción) en la primera etapa, bastó que lo pusieran a correr con terreno por delante en el amanecer del complemento para que el exColoColo, mostrara su diferencial: terco, doblegó en segundo intento a “Chiquito” Romero.
Cuando Boca estaba “groggy”, a River le faltó instinto asesino. Se engolosinó Esequiel Barco y a Miguel Borja se le notó que todavía estaba más para el sillón del living que para el verde césped: erró un cabezazo que habitualmente es gol y punto.
Entonces, Lautaro Blanco mostró que su llegada no fue un equívoco, sacó a pasear a Agustón Sant’Anna y le sirvió el gol a un Medina inteligente en los pases y en la definición.
Después ninguno de los dos tuvo nafta futbolística para ganarlo, aunque la visita pareció estar más cerca ante un River que orilló el blooper fatal. No sucedió, motivo de alivio para los más de 80 mil hinchas que poco menos de dos horas antes habían empezado la tarde con la ilusión a full.
Rápido y furioso. Es que así salió a jugar River, aupado –dirían los españoles- por el aliento estruendoso y toda la fiesta previa, con cintas, telones, fuegos y humos. Con el interesante debut como titular del muy cotizado Rodrigo Villagra.
La no referencia de sus delanteros, más la llegada masiva de tres volantes de buen pie y la subida de los laterales: el anfitrión se pareció a los mosquitos que atacan en masa por estos días a los habitantes de Buenos Aires.
El efecto duró apenas unos minutos. El repelente de Boca fueron en realidad dos: Cristian Lemma y Sergio Romero. Así la visita esperó que amainara la tormenta (en una tarde sumamente ventosa).
Durante el primer cuarto de hora, el único faro en la neblina conceptual de Boca, fue el mismo que ya había estado encendido en partidos previos, un tal Kevin Zenón, que después, sin embargo, se fue apagando.
El jugadón de Facundo Colidio que terminó en el “clanc” del poste izquierdo de “Chiquito” profundizó en los hinchas de River el síndrome de abstinencia de un Borja en forma.
Con una definición menos exquisita, quizá el local hubiera festejado, decía por entonces un decepcionado relator partidario.
El trámite cambió promediando el primer tiempo. Boca empezó a manejar la pelota, mérito sobre todo de Medina, aunque hasta Jabes Saralegui se animó a tocar e ir.
Ahora la sensación era otra: River resistía por la fiereza de un Paulo Díaz más cacique que nunca y apostaba a la contra.
Con todo, parecía que la visita estaba más cerca de romper el cero. Pero claro, misión imposible si por entonces ni siquiera pateaba al arco.
A la vuelta del intervalo, el gol de Solari se gritó dos veces gracias al suspenso impuesto por la existencia del VAR y naturalmente el “Xeneize” sintió el impacto. Se pensó que sería una tarde teñida de rojo y blanco.
Pero ya se escribió lo que sobrevino después. Este River no es el de otros tiempos. Demichelis todavía deja dudas. Y Boca con Martínez se mostró con menos complejos que en las visitas a Núñez post Madrid.
Algo es seguro: si esta temporada pretenden “hacer roncha” a nivel internacional, ambos “gigantes” del fútbol argentino todavía deberán “probar a crecer”.