El arte de los 90 no ha pasado inadvertido en el país.
En 1994 en la extinta Fundación Banco Patricios se inauguró la exposición “90- 60-90”, una puesta que pretendía establecer una relación crítica entre esas décadas, con un guiño a la moda y a algún juego de sentidos.
En el país, Pablo Suárez y Guillermo Kuitca eran artistas determinantes que atravesaron esos días y que, además de participar en el influyente Taller Barracas lo hicieron en la Fundación Antorchas.
Los 90 parecen reaparecer en estos tiempos en modo recargado, eso sí; llámese menemismo, neoliberalismo o capitalismo neofascista.
Un extenso texto (de más de 600 páginas) que se escribió a fines de los 90 y principios del nuevo milenio acaba de publicar Adriana Hidalgo Editora. Su editor Fabián Lebenglik sostiene que en aquel momento había un desfinanciamiento, “pero a contrapelo de una década infausta en términos sociales, económicos y políticos, hubo un arte que brilló”, añade. “Ahora hay una ataque específico al mundo del arte en general e instituciones relacionadas con su promoción, hay mucha relación entre aquello y esto, sin saberlo, es un momento ideal para el libro”, le dice a este columnista.
En “Arte argentino de los años noventa. Ensayos, documentos, testimonios y cronologías“, el crítico Lebenglik y el coleccionista Gustavo Bruzzone reúnen escritos concebidos por distintos autores durante esa década; es un volumen exhaustivo y heterogéneo donde se analiza la producción de una época que orbitó alrededor del Centro Cultural Rojas, en manos de una generación a la que “no se le perdonaba que expresara su padecimiento con alegría”, opina el crítico de arte que ha sido curador de envíos artísticos como la Bienal de Venecia. “El de los 90 es un arte plebeyo, que trajo un cambio de estilo y de materiales. En la historia del arte argentino lo común eran artistas de clase media, media alta y alta. Pero en los 90 hay una entrada mayor de otra clase, lo que es muy interesante, que trabajaban con materiales que lo compraban en Once. Artistas como Pombo (Marcelo) lo dice él, nunca podrían haber ingresado al mundo del arte si no fuera por el Rojas o Jorge Gumier Maier. Venían de lugares desplazados. Entonces hay una reivindicación de los contextos dispares y también de los materiales que utilizaban, que tenían que ver con la escasez”.
La palangana
Durante una entrevista con LA GACETA Lebenglik sostuvo que considera que es un libro omnicomprensivo; “traté de no quedarme en el porteñocentrismo. Hay aportes de Córdoba, Bahía Blanca, Rosario, Tucumán, Mendoza, escritos en el momento en que ese arte se hacía”.
En la conversación hay definiciones tajantes: “se trató de un arte de fin de siglo que fue de todo menos light”.
Como la mayoría de las lecturas culturales y políticas, esta también se realiza desde el centro, Ciudad de Buenos Aires, y más específicamente desde la galería de la UBA del Centro Ricardo Rojas (que casi en ese tiempo dirigía el mismo Lebenglik).
Por supuesto, hay artículos que rodean esa centralidad, notas de críticos de Rosario, Córdoba, Tucumán Mendoza y de otras ciudades, como ya se ha señalado.
Pero está claro, aunque sin la influencia del Rojas, el arte tuvo múltiples expresiones y distintas en los 90.
El arte light no era tan light, ciertamente, hay un discurso; pero el resto de las manifestaciones artísticas tuvieron otro compromiso con la realidad.
En uno de los debates de esa época el artista Omar Schiliro defiende su palangana amarilla y asegura que no era nada liviana, era pesada”, recuerda Rafael Cippolini.
Quién suscribe estas líneas recuerda que en 1994 visitó la casa de Kuitca en Belgrano y en el ingreso de ese ex sanatorio) se encontraba esa palangana, muy iluminada.
No puede dudarse de la relevancia de la curaduría de Jorge Gumier Maier, en cuanto a mise en scéne, y que en esta provincia influyó en artistas importantes como Sandro Pereira; incluso estuvo presente en la inauguración del “Homenaje al sánguche de milanesa”, en 2000, en el parque 9 de Julio (Tucumán).
Último relato
“El arte de los 90 fue el último gran relato artístico porque luego vino la explosión de las redes sociales, que trajeron la fragmentación del campo artístico, el imperio del autobombo, los 'egosistemas' y las autoconsagraciones, para dar paso a múltiples y paradójicas utopías individuales y realidades paralelas”, agrega Lebenglik.
El autor, que escribe las críticas en Página 12 desde principios de los 90, conoce la escena tucumana y de prácticamente todo el país, ha participado en encuentros internacionales en Alemania, China y en la propia Bienal de Venecia. Fue director del Centro Cultural Rojas de la UBA entre 2002 y 2006. También integró el Consejo de Dirección de la Fundación Antorchas de 2001 a 2005.
En las obras de los años 90, había una “tensión entre bello y berreta, entre tonto y lindo, entre pobre y lujoso”, como enumera en su ensayo el artista Nicolás Guagnini.
Una mirada
La historia del arte la construyen los autores, sus teóricos, los que hacen relatos, sus propias arqueologías; también las instituciones, en este caso, “la institución arte””:
Por eso, este texto plantea una mirada, importante sí, que hace foco en el Rojas y en personalidades como Gumier Maier.
Pero los 90 fue también la década de Jorge Glusberg con su CAYC y su Jornadas Internacionales de Crítica y de Arquitectura, que permitió escuchar una y otra vez a autores como Umberto Eco y Gianni Vattimo, y hasta el mismo Juan Acha (un teórico latinoamericano).
Un tiempo en el que Jorge Glusberg se hace cargo del Museo Nacional de Bellas Aires y monta una de la muestras más visitadas hasta entonces, de Antonio Berni.
En otras palabras, era el Centro Rojas y mucho más que sucedía afuera como el happening, la performance o el teatro, Cemento y el Parakultural, el Bar Bolivia y las presentaciones de Sergio De Loof, el Espacio Giesso se añade en el libro.
¿Y Tucumán?
En el texto sobre Tucumán, entre numerosas exposiciones, se comienza a hablar del “palimpsesto”.
Se mencionan las performances y desfiles de Tenor Grasso, la emblemática obra de Rodolfo Bulacio y exposiciones como “Recuerdo de Tucumán” (Graciela Ovejero) y “Tucumán arde?” (Jorge Figueroa).
“Hay un trabajo sobre el borde, el límite, sobre la falta de respeto a los géneros, hacia los maestros en boga”, puede leerse en la nota. Tímidamente, en un espacio pequeño aparece la fotografía.
En los 90 parte del arte hecho en la provincia comienza a verse en Rosario y Buenos Aires, ciudades con las que se establecerá una relación.
Pero además, es en esa década cuando el arte realizado en estas tierras se relaciona con otros, como el de Buenos Aires o el de Rosario. La Fundación Antorchas y Barracas becaron artistas de esta provincia para estudiar en otros centros.
Selección y artículos
La segunda parte del volumen se compone de una amplia selección de artículos, reseñas y entrevistas de Lebenglik, publicados entre 1990 y 1999 en el diario Página/12, ya que el autor, junto con Bruzzone, fueron en aquellos años testigos y protagonistas del fenómeno.
La tercera parte de “Arte argentino de los años 90” reúne decenas de testimonios de los protagonistas de las artes visuales de entonces que hoy se resignifican por su lucidez, señala la editorial.
En definitiva, el extenso libro es necesario para entender y conocer lo que sucedió en esos años que para el crítico teórico francés Pierre Restany “se acerca a las preocupaciones inmediatas de los menemistas guarangos”.
Perfil: Fabián Lebenglik
Nació en 1961. Escribe las críticas de arte en el diario Página 12 desde 1990 y publicó el ensayo “El joven Kuitca” en 1989. Ha realizado numerosas curadurías en el país (en el MUNT en algunas ocasiones y fue jurado de los salones) y fue el comisario del envío argentino a la Bienal de Venecia con la obra de León Ferrari, cuando el artista ganó el León de Oro. El autor es Licenciado en Letras en la UBA. Dirigió el Centro Cultural Rojas entre 2002 y 2006 y fue uno de los directores de la Fundación Antorchas, de 2001 a 2005. Además, hasta hace un par de años era el editor de Adriana Hidalgo Editorial.