Con un grupo de amigos, amantes de la sana diversión, el buen espectáculo y con el solo propósito de brindarles unas vacaciones a los que menos tienen, en la década del 70 fundamos los primeros corsos barriales. En Villa San Cayetano los organizábamos por calle Eugenio Méndez; los tres días de Carnaval, cada barrio presentaba su número, coreografía , comparsa y reina. Al poco tiempo se sumaron otras barriadas y delegaciones del interior: Lastenia, Alderetes, Colombres, Las Talitas, Tafí Viejo, Los Nogales y muchas más. De ese modo nacieron y crecieron Los Corsos Interbarriales que se hicieron provinciales, populares y al ser callejeros y gratuitos, de concurrencias masivas. Por 17 años organicé los de La Plazoleta Dorrego, que iban desde la calle 9 de Julio, hasta Av. Sáenz Peña por ambas aceras; duraban desde las 10 de la noche hasta las 7 de la madrugada. He tenido a tres intendentes y a innumerables funcionarios en mis escenarios. Ese mundo de comparsas y murgas, al ritmo de las batucadas, circulaba por toda la capital y las localidades del interior llevando sus bailes y su alegría de acuerdo a un respetado cronograma, dándose el caso de que los chicos bailaban en dos o tres corsos por noche, recibiendo sólo un trofeo, un refrigerio y el aplauso de la gente. Desde fines de enero hasta mediados de marzo duraba la fiesta, con un final a todas luces en el que se elegía y premiaba a los mejores. Lo bueno de esta historia eran y son esas caravanas de vendedores ambulantes, que en muchos casos eran los padres de las bailarinas, que para sacar fondos trabajan para costear gastos, a los que se sumaban los transportistas y los comercios de las zonas. Lamentablemente, de a poco se está perdiendo todo, por la inseguridad y la codicia de los organizadores, que por la misma paga lucran cobrando abultadas entradas, no siendo ya una fiesta tradicional y popular, convirtiéndolos en un rentable negocio. ¡Vivan los carnavales de antes!

Francisco Amable Díaz 

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