Los cultores del sexo tántrico resaltan la importancia de adoptar una actitud que santifique el acto de hacer el amor. Sostienen que, si consideramos que la sexualidad es algo sagrado, cambiaremos nuestra forma de pensar en ella, de hablar de ella y, por último, el modo de practicarla.
Claro que esto no es incompatible con, por ejemplo, tener un “rapidito”, si es que así lo deseamos: resulta igual de factible “santificar” la mesada de la cocina que hacerlo con el dormitorio. Lo que cuenta es la actitud interna con que encaramos el encuentro sexual.
Y, en consecuencia, dado que el lenguaje que empleamos refleja nuestras creencias, es importante tomar conciencia de cómo hablamos sobre el sexo. Por eso, mientras nuestra sociocultura suele proponer un lenguaje que apunta a denigrarlo, el Tantra busca utilizar términos que celebren nuestra naturaleza erótica, elevándola.
Las palabras utilizadas para nombrar los órganos genitales ejemplifican esto de un modo muy elocuente: todas ellas, y son muchas, denotan dignidad. Así, el nombre sánscrito para el pene es “lingam”, que significa “lengua”; en tibetano “vajra” significa “rayo” y “cerro de poder”. Otros vocablos empleados en el oriente son: “El pico”, “El guerrero”, “El héroe”, “El emperador”, “La vara mágica”, “El tronco de jade”.
Para la vagina la expresión más usada es “yoni”, que significa “vulva o matriz de la creación”. También se emplean “El valle del placer”, “La gran joya”, “La perla”, “La flor de loto”, “La cueva húmeda”, “El melocotón maduro”, “El jardín encantado” y “La Luna llena”.
Daniel Ellenberg y Judith Bell, terapeutas de pareja e impulsores de esta mirada acerca de la sexualidad en occidente (además de ser, ellos mismos, una feliz pareja), reflexionan acerca de cuánto más cautivante -en vez de un insulso “¿lo hacemos?”- sería que un hombre le dijera a una mujer: “Al emperador le gustaría visitar esta noche la cueva húmeda”. Y qué dignificante y erótico, sostienen, sería que la mujer le susurrase al oído: “Mi jardín encantado aguarda tu cetro de jade”.
Y, conscientes de lo que la propuesta tiene de lúdico, nos invitan a experimentar con nombres que a nuestro parecer sean capaces de crear una atmósfera sagrada.
Inventarlos, jugar, ser creativos. La cuestión es disfrutar, dejar volar la imaginación y… ¡celebrar!