Tiempo que brota, de Gabriela Duguech, contempla la posibilidad de que “La poesía se recrea con ‘la boca de este mundo’, como refiere Olga Orozco, más cerca del habla que se rehace en el uso diario, que de los discursos estandarizados, más cerca de esa lengua cotidiana que de las formas rígidas y codificadas”.

Una voz poética que recuerda, que reflexiona desde la diversidad de las cosas, al modo de capas que aparecen y se suceden en el diario transitar, apelando a un lenguaje claro y a la vez sensible.

Su organización textual se ofrece como un mapa temático: el pasado, sus ancestros, o la injusticia, las migraciones, los refugiados, la mirada puesta en Ucrania, o la creación del universo después del Big Bang.

El texto se arrima a las calles, a lo urbano; todo acontece desde un decir que puede conmocionar, disentir. Propone conectarnos ostensiblemente con las experiencias de la realidad, a través de versos que recorren diferentes manifestaciones del tiempo.

Su escritura se despoja de lo alambicado en la búsqueda consciente de un lenguaje sin “asperezas”; si algo supera el orden del conocimiento cotidiano, llega la nota al pie, aclarando las razones y origen de determinado poema.

Su geografía poética se expande en diversas situaciones; la concibe como una ventana que proyecta su interior profundo: “Me sumerjo”: Me sumerjo/me sumerjo/me sumerjo en lo originario/de la poesía/veo a lo lejos tu sonrisa/y ya nada nada/ me pasa. Se observa una predisposición a la mezcla de formatos, como cuando representa procesos creativos, al modo de una receta culinaria: Toma las palabras/ las enjuaga/ las desembicha/ las friega/ las descansa/ las salpimenta/ las calienta/ y sin quemarlas // las dispone/ en su punto justo/ para quien quiera/ servirse de ellas.

Una poesía que alejada de un lenguaje simbólico, elíptico, sienta sus bases en cierta particularidad consuetudinaria / sin impurezas arbitrarias, a través de una semántica de la transparencia con tono reflexivo.

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Por Liliana Massara