Por Santiago Sylvester para LA GACETA

Hace unos cuantos años mi comprovinciano, el salteño José Edmundo Clemente, me contó la siguiente anécdota.

A mediados del siglo pasado, como asesor de la editorial Emecé, Clemente creía oportuno publicar las obras completas de Borges; pero Bonifacio del Carril, dueño de la editorial, oponía cierta reticencia, dudando del éxito de esa publicación. Por entonces Borges dirigía, junto con Bioy Casares, precisamente en Emecé, la colección Séptimo Círculo dedicada a la novela policial; y una tarde Clemente, insistiendo en su propuesta, contó a del Carril por qué a Borges le interesaba el género policial: “Dice que, como la filosofía, busca la verdad”. Aunque parezca increíble, fue el argumento definitivo que convenció al editor, y se publicaron aquellas obras completas de éxito inmediato. Hoy, seguramente, habría que invocar razones más comerciales, pero hay que aceptar que las épocas son distintas y los editores también.

Borges era por entonces el gran discutido de la literatura argentina, admirado y rechazado con vehemencia; pero lo que ahora interesa, no es ese debate ya terminado, sino que entre las razones que se esgrimían para discutirlo figuraba precisamente su interés por el género policial: se consideraba una prueba de su desinterés estetizante por la realidad y por el entorno argentino: “del olvido absoluto del hombre, de la esquematización de la realidad, del vacío vital”. Este razonamiento puede leerse, por ejemplo, en el trabajo que Adolfo Prieto publicó en Letras Universitarias, Buenos Aires, 1954, y estuvo acompañado por casi toda la juventud universitaria que se expresaba a través de la revista Contorno.*

Es posible que con esos argumentos se estuviera pensando, sobre todo, en la versión inglesa de la novela policial, que solía desarrollarse en escenarios de alta alcurnia, con señores que tomaban el té, jugaban al criquet en un césped cuidado, y todo el misterio se resolvía con una inteligente lógica deductiva. Es el método usual de las novelas de Aghata Cristie o Conan Doyle, y era la forma como se esclarecían los asuntos más escabrosos. Unos años antes, Thomas de Quincey, haciendo un despliegue de lo que se conoce como humor inglés, había explicado en “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”, por qué era reprobable cometer un asesinato: “Si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo se pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente.” Como se ve, totalmente inadmisible; y para que las cosas no llegaran a tanto, ahí estaban Hércules Poirot con sus bigotitos apuntando al cielo y Sherlock Holmes tocando el violín, ambos sacando conclusiones y poniendo las cosas es su lugar. Éste era el clima general (caricaturizado, por supuesto) de la novela policial inglesa.

Sin embargo, revisando el catálogo de la colección Séptimo Círculo, puede verse que allí cabían, no sólo la lógica elegante y deductiva para llegar a la verdad, sino los suburbios duros de Dashiell Hammett o Raymond Chandler, ese mundo denso que ya había advertido Oscar Wilde cuando sentenció que los americanos extraen sus héroes de los bajos fondos. Y desde luego ya se había operado esa mutación que describió Chandler: “Hammett sacó el asesinato del jarrón veneciano y lo arrojó al callejón”. Es la decoración que desde entonces predomina en este género áspero que describe sin delicadeza la sociedad, con una cuota bastante alta de cinismo y sin miedo a meterse en las zonas más sórdidas de la vida.

Modus operandi

La publicación de Modus operandi, una selección del cuento policial argentino contemporáneo, compilada por Fabián Soberón para Falta Envido Ediciones, de Tucumán, es un acontecimiento que permite revisar la situación actual de este género que, como todas las cosas, tiene cambios y adaptaciones a la época que le toca.

Veinticuatro autores de distintos lugares del país aportan un verdadero catálogo de posibilidades, y nos permiten asomarnos, no sólo a las variantes del género, sino tal vez y sobre todo a la sociedad actual. El prólogo analítico de Fabián Soberón resulta imprescindible para orientarse en el enjambre de fórmulas posibles que se nos presentan como un estallido. Transcribo un párrafo absolutamente esclarecedor de ese prólogo: “Los cuentos policiales piensan el presente, piensan el avance de la tecnología, los conflictos personales en tiempos de WhatsApp, la corrupción y las razones del crimen y, en este sentido, brindan una pequeña lumbre sobre las transformaciones culturales en el país, sobre los cambios en la intimidad, en las relaciones sociales, en las maneras de pensar la crueldad o el crimen, y conceden una leve luz en la penumbra de lo real”. Una síntesis excelente de lo que ofrece el género policial en el mundo de hoy: las variantes sociológicas, y desde luego literarias, que están en la base de sus modificaciones.

Lo que resulta evidente, leyendo estos cuentos, es que aquella anécdota de Clemente, con la que comencé estas líneas, ha perdido vigencia: el género policial ya no se preocupa necesariamente (tal vez la filosofía tampoco) por llegar a la verdad. La noción de verdad es lo que precisamente ha entrado en crisis, al menos en lo que tenía de indudable; de modo que toda verdad está en la inminencia de dejar de serlo, interferida por interpretaciones y relatos. Tal vez habría que decir que lo que ha perdido vigencia es la idea de verdad absoluta, que no era otra cosa que la imposición, a toda la sociedad, de la opinión de un sector (religioso, político, económico, etc.); mientras que hoy, como un triunfo de la modernidad, con sus soluciones y sus nuevos problemas, estamos en plena vigencia de la verdad relativa; es decir, la verdad se ha vuelto discutible. Esta es la concepción filosófica predominante, de la que deriva el resto, y que al parecer ha desembocado en este género.

Los veinticuatro cuentos de esta selección muestran, de distinta manera, las transformaciones de la sociedad, y quizás lo único que todavía resulta obligatorio, para que pueda hablarse de cuento o novela policial, es el escenario de violencia. Una violencia latente o explícita, que no siempre se esclarece, y que hasta puede encargar al lector la tarea de resolverla. Por eso, volviendo a lo de Clemente, tal vez resultaría cuestionable hacer una caracterización literaria con algo que, como la búsqueda de la verdad, produce en estos días tanta desconfianza y pareciera tener tan poca consistencia.

Esta antología, además de una colección de cuentos, todos bien escritos, todos interesantes, resulta ser un excelente aporte para conocer una cara del mundo actual; imprescindible para indagar las variaciones que trajo el tiempo a este género que tiene todas las ganas, y todas las posibilidades, de seguir interesando a los lectores.

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Santiago Sylvester – Miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

* El trabajo de A. Prieto está recogido en Antiborges, de Martín Lafforgue, publicado por Jorge Vergara Editor, Buenos Aires, l999.