Por José María Posse. Abogado, escritor, historiador.

Durante la colonia y entrado el siglo XIX, las familias tucumanas se reunían con cierta frecuencia en casas de familia. “Se bailaba el vals, el minué, la contradanza y terminaban las reuniones con los bailecitos populares llamados el escondido, el remedio, la marquita, el tunante, la chacarera, el gato y el ecuador, entre otros”. La guitarra, el piano y el arpa, eran los instrumentos con los cuales se lucían las niñas de la casa.

Las boticas

Los tucumanos eran sociables por naturaleza, y ello se reflejaba en las tertulias, las que con mayor o menor lujo o comodidades los tucumanos disfrutaban, recibiendo invitados en reuniones prolongadas, que luego serían el tema de conversación en las “boticas”, las farmacias de entonces, durante días o semanas. Allí solían reunirse los hombres importantes del villorio tucumano de entonces, a departir sobre los temas del momento. De los boticarios del siglo XIX, el primero fue Hermeregildo Rodríguez, luego, serían de cita obligada las boticas de Ricardo Ibazeta, Santiago Maciel, Ricardo Reto, José Ponssa, Ramón Argüelles, Florentino Sanz y Cosme Massini, para citar los principales. Algunos consideraban a las boticas como verdaderas “jabonerías de Vieytes”, donde se entretejían toda clase de acuerdos políticos, y desde allí surgían los nombres de los próximos gobernadores o las asonadas para derrocarlos. Ningún tema, pequeño o mayor, dejaba de ser tratado en ellas y luego trasladado por el secreto a voces a los cuatro puntos cardinales de la ciudad y de allí a toda la provincia. Por supuesto que una tertulia promedio llegaba hasta que el sol bajaba tras del Aconquija, luego los contertulios se dirigían a sus casas con sus semblantes relucientes por las novedades que pronto irían a oídos menos discretos. Una tertulia social nocturna no se prolongaba más allá de las diez de la noche. Era lógico si se piensa lo que representaría, en aquella ciudad aldea, la caminata de regreso a la casa, con el deplorable estado de las calles, la escasa iluminación de candiles, la abundancia de tenebrosos baldíos con matorrales, las verdaderas jaurías de perros que corrían por las calles, todo ello unido a una singular abundancia de supersticiones vinculadas a las ánimas en pena, o los aparecidos. Sólo maleantes y jóvenes a la búsqueda de cualquier tipo de diversión se aventuraban, así, por la vía pública a esas horas, en que sólo interrumpía el silencio el paso de la ronda o el rasgueo de las arpas y las guitarras.

Entretenimientos

El glorioso campo de las carreras, escenario de la batalla de Tucumán, se llamaba así por ser el único descampado al oeste de la ciudad, donde se corrían las carreras cuadreras, gran afición de nuestros antepasados. El porteño Enrique Banch de su estancia en Tucumán, compiló en varias y sabrosas notas su experiencia, entre ellas, “una institución pública como cualquier otra es el ‘reñidero’. En las tardes del domingo, “hay riñas de gallos que son largamente comentadas en los ‘boliches’, como llaman a los almacenes en esta peregrina comarca. Entro y aprendo que de Pascua a diciembre las falanges guerreras descansan porque mudan las plumas. Pero puede venir lo mismo, me dice el hombre con un cinismo de la mejor pasta: tenemos taba y guitarrita todos los domingos”.

Clubes políticos

Luego de la caída de Juan Manuel de Rosas, quizás un poco antes, ya que los conspiradores ( más discretos que los que se reunían en las mencionadas boticas) solían reunirse secretamente; existieron para ellos los llamados “clubes políticos”, siendo el más conocido o de entidad el “Club Julio”. Sus miembros eran en su mayoría pertenecientes a la clase dirigente de Tucumán; industriales, hacendados y comerciantes, quienes opinaban, a veces en forma enérgica, de los temas concernientes a la cosa pública de los tucumanos y a la alineación o no, con las políticas que bajaban del puerto. Se hablaba también de las innovaciones de las maquinarias para la industria azucarera que se ofrecían en Europa. Ya muchos soñaban con la llegada del ferrocarril a Tucumán y la importación de esas máquinas, que cambiarían par siempre los destinos económicos de la provincia. En esas reuniones, los distintos grupos proponían, como no podía ser de otra manera, quien sería el siguiente gobernador y los ministros y funcionarios que acompañarían al mandatario. A veces los desencuentros terminaban en trifulcas en la que debía intervenir la fuerza de enganchados del Cabildo provincial.

El Club Julio

Fundado hacia el año 1857, no tuvo mucha vida institucional, seguramente víctima de los avatares políticos de esos años, entre revoluciones y asonadas armadas. En 1864, Martín de Moussy, publicó una “Descripción geográfica y estadística de la Confederación Argentina”. Dedica varias páginas a San Miguel de Tucumán, capital y provincia. Entre otros detalles de la ciudad, mencionaba al Club “Julio”, que daba “bailes mensuales muy alegres y muy concurridos, donde las amables y graciosas ‘tucumanesas’ saben hacer brillar su talento para la música y la danza. El instrumento nacional es el arpa, como en la provincia de Santiago”. Por su parte, Germán Burmeister; quien nos visitó en 1859, ni bien se enteró de que acababa de formarse en la ciudad una “Sociedad Filarmónica” frecuentó sus tertulias, en compañía de su compatriota Carlos Olearius, profesor del Colegio Nacional. Sabemos, por ejemplo, que participó como ejecutante, el 25 de octubre de 1859, en un concierto a beneficio de la Sociedad referida en el “Club Julio”, donde dirigía el conjunto musical el profesor español Eliseo Cantón, y se destacaba Jacinto Anitúa con la flauta. No conocemos los motivos de la declinación de la institución, pero ya a mediados de los sesenta se ofrecían en los diarios, sillas que habían pertenecido al mencionado Club.

El Club Social

El Club Social se fundó el 30 de mayo de 1875, y su primer presidente fue don Federico Helguera, comerciante e industrial que dio gran impulso a la ciudad de Concepción y que gobernó Tucumán en dos oportunidades. Con el tiempo el club adquirió la señorial casona de don Juan Manuel Méndez en la esquina noreste de 25 de Mayo y 24 de Septiembre, importante edificio demolido por el retranqueo hace muchos años. El doctor José Ignacio Aráoz (1875-1941) publicaba con frecuencia en “El Orden” artículos con su firma. Trataban de temas políticos e históricos, y algunas veces hacían crónica de la vida provinciana. Uno de ellos, en 1920, se titulaba “La rueda del club”. Era una cariñosa referencia al grupo que se reunía todas las tardes en al Club Social, cuyo local estaba ubicado en 25 de Mayo y 24 de Septiembre. Decía Aráoz que “la tal rueda es un arca de Noé”, donde se “entremezclan las personalidades más diferentes”. Por ejemplo, el poeta Ricardo Jaimes Freyre. Este era “lírico en el más alto sentido, alejado y desdeñoso del afán de los negocios”. Para él, “la vida humana es perpetuo motivo de sutil y rebelde filosofía, casi maximalista y de espíritu y gustos para ambientes de fina e intensa vida social y artística”. Totalmente diferente era don Juan José Iramain, “pronto e ingenioso en los dichos que arroja como piedras, vivo e inteligente al natural, seduciendo por su gracia y penetración, bromista temible pero aguantador igual, cuando desequilibraban los herrajes de su cabeza la política o los asuntos cañeros que lo apasionan al extremo”. Era uno de los que más amenizaban la rueda. Estaba también don Javier López “el empedernido y de temibles estocadas”, y el doctor Miguel Campero, “el mejor informado de noticias interesantes”. Recordaba también a don Pedro Alurralde, “ameno conversador, anecdótico y nervioso”; al doctor Pedro Ruiz de Huidobro, “de aspecto serio y duro, pero abnegado, bueno y generoso como ninguno”: a Ezequiel Padilla, “hombre a la antigua, calmoso, bueno y probo”; a Paulino Rodríguez Marquina, “luchador de habla y aspecto ruidoso y marcial, entregado en cuerpo y alma a nuestros afanes ciudadanos”. Se jugaba mucho al dominó; las mujeres no asistían a esas tertulias en el club, salvo cuando se organizaban fiestas o se proyectaban las primeras películas, acompañadas por un piano.

El Círculo

A principios del siglo XX, Tucumán era un hervidero industrial, económico y político. Todavía quedaban latentes viejos enconos entre familias unitarias o federales, ahora radicales y conservadores. Las referidas diferencias políticas, hacían incomodas, cuando no insoportables ciertas tertulias, donde convergían fracciones enfrentadas, algunas de ellas que habían dirimido a tiros sus diferencias. Por ello, un grupo de caracterizados ciudadanos, muchos de ellos poderosos industriales azucareros, decidieron fundar el Club “El Círculo” el 18 de febrero de 1908. Su objetivo inicial fue el de mantener un “centro social de cultura”. Era un grupo socialmente más homogéneo, cerrado (como su nombre lo indicaba), podría decirse exclusivo. Tenía un número máximo de 175 socios y un sistema riguroso de admisión, por votación secreta con “bolillas negras”. La primera planta del club se inauguró en 1916 para las fiestas del Centenario y la segunda planta estuvo terminada en 1924. Desde entonces es que señorea este espléndido palacete, uno de los primeros con ascensor, frente a la plaza Independencia, sede del actual Jockey Club de Tucumán. El primer presidente del Círculo fue don Lautaro Posse, emblemático hombre de la sociedad tucumana de entonces, hijo del gobernador Wenceslao Posse, el fundador del Ingenio Esperanza de Tucumán. Fueron famosas las fiestas para el 9 de Julio, que a veces asistía en propio gobernador de la provincia. En la ocasión hacían la “presentación”, las señoritas casaderas de la ciudad. Durante décadas fue el gran evento social de la provincia. En las paredes de esa institución, se tomaban a diario decisiones que en mucho influirían en la vida económica y política del Tucumán de entonces. El poder detrás del poder, se ejercía en esos salones, en donde en más de una ocasión los socios se retaron a duelo, lavando a primera sangre su honor o el de su familia. Eran tiempos donde el honor, tenía el valor exacto para ser considerado el eje moral de una forma de vida. Pero la generación fundadora del club fue muriendo y la falta de socios se hacía evidente a la hora de afrontar los gastos del suntuoso edificio, que no eran pocos.

Además, en una sociedad tan pequeña como lo era el Tucumán de entonces, la coexistencia de dos clubes con los mismos objetivos y para entonces muchos socios en común, resultaba un contrasentido. Gracias a la mediación de varios asociados entre los que destaco al Dr. Eduardo Frías Silva, finalmente se logró la fusión entre ellos.

El Jockey Club

El Jockey Club de Tucumán se fundó el 14 de octubre de 1939 como consecuencia entonces de la fusión de dos clubes: el Club Social y El Círculo. Fue su primer presidente el Dr. Eudoro Avellaneda, hombre público de excepción, además de destacado industrial al frente de los Ingenios Los Ralos y Santa Lucía, que pertenecían a su familia. Avellaneda concretó el anhelo de muchos, quienes venían bregando en la conformación de un solo club, que concentrara esfuerzos que mejoraran los servicios a sus asociados.

CLUB “EL CÍRCULO”. Fundado el 18 de febrero de 1908. Su objetivo inicial fue el de mantener un “centro social de cultura”.

Actividad hípica

El Jockey Club consiguió en 1941 la explotación del Hipódromo del parque 9 de Julio: de esta manera pasaba a regular todo lo atinente a la actividad hípica tucumana, lo que fue, de alguna manera, la razón de ser de la fusión de los referidos clubes en un “Jockey Club”. Se entendía en los considerandos de la legislatura de entonces: “que era la única institución que por su autoridad y moralidad, podía llevar a cabo la ardua tarea de dirigir los destinos del Hipódromo de Tucumán…”. Debe destacarse que los comienzos del Hipódromo fueron posibles gracias a la esforzada labor de la primera comisión de carreras del club, que presidió el Dr. León Rougés.

El golf

La actividad del golf en la provincia, tuvo su nacimiento a consecuencia del viaje de cuatro amigos a Europa. En 1929 el Dr. Máximo Cossio Etchecopar y su hermano Juan Carlos, junto a Luis F Nougués y el Dr. Raúl Frías Silva fueron testigos de un partido de golf en la ciudad francesa de Ormesson. Allí mismo concibieron la idea de formar en Tucumán, un club que fomentara la práctica de este deporte, por entonces desconocido en la provincia. El 7 de Septiembre de ese mismo año quedó conformado el primer club de golf de Tucumán, presidido por el Dr. Máximo Cossio Etchecopar. Gracias a la incansable gestión de su presidente, el 24 de Julio de 1931 se compró en Yerba Buena, la finca “Alpa Sumaj” (“ tierra linda”, en quichua) compuesta por 25 hectáreas. Bajo la dirección técnica de William Cross se plantaron dos mil árboles propios de la zona en el desarrollo de los primeros 9 hoyos. La construcción del club house fue responsabilidad del reconocido arquitecto José Graña. Esa recordada primera sede, de aspecto colonial, sería destrozada en un atentado terrorista en 1971, en aquellos tiempos de plomo y horror sin cuento. La actual data de 1977. En el año 1946, el Golf Club de Tucumán pasó a formar parte del Jockey Club. Recién en 1962 quedaron habilitados los restantes 9 hoyos, lo que permitió que desde 1965 se organizara el Campeonato Abierto del Norte de la República Argentina. Al construirse las nuevas instalaciones, sobre los antiguos cañaverales del ingenio San José, se desarrollaron otros 18 hoyos. Con ello, el golf del Jockey Club de Tucumán tiene la exclusividad en el NOA de poseer 36 hoyos, uno de los cinco en todo el país que cuenta con canchas de tanta envergadura.

Nuevos horizontes

La presidencia del Dr. José Manuel Avellaneda en la década de 1980, fue esencial para su desarrollo. Al notar que la juventud que no se sentía atraída por la hípica o el golf, dejaba el club, determinó conformar una comisión juvenil que concretó un completo gimnasio con canchas de paddle, squash y voley en la planta baja del antiguo edificio frente a la Plaza. El presidente de la Comisión de Interior de entonces, CPN Ricardo Quintana, fue el puntal del emprendimiento, cuya dirección técnica estuvo a cargo del arquitecto Ricardo Simón Padrós. A partir de allí fueron concretándose viejos proyectos: en 1989 se formó una renombrada escuela de equitación; en 1991 apareció por fin el Rugby, un reclamo de varias generaciones de socios, deporte que hoy cuenta con centenares de jugadores en todas las divisiones; en 1993 nació también el hockey sobre césped, el que ha tomado un singular brío en los últimos años.

El progresista presidente, César Paz, fue el Alma Mater de Las nuevas instalaciones del club, a pocas cuadras de la Avenida Perón en Yerba Buena, en donde se ha gestando uno de los mayores complejos deportivos y de viviendas del Norte Argentino. Ello jalona el futuro de esta tradicional institución, pronta a cumplir 85 años y que ha comenzado el nuevo siglo con paso firme en su evolución, como uno de los clubes de mayor entidad del NOA.

Fuente documental: Carlos Páez de la Torre (1987), “Historia del Jockey Club de Tucumán”. Tucumán