El peronismo, cuando sufre de vacío de poder, se vuelve anárquico. Entonces, en el movimiento cada cual se dedica a atender su juego, sus intereses y prioridades porque no tienen un paraguas protector en quien cobijarse, alguien ante quien fidelizar sus acciones y comprometerse. Sin nadie a quién ser leal, cobra vigencia y sentido el instinto de supervivencia política. El justicialismo ya padeció esa sensación de orfandad a nivel nacional en 1983, cuando perdió las elecciones en manos de Raúl Alfonsín, tras lo cual inició un largo proceso de reorganización interna y de búsqueda de líderes hasta saborear las mieles del poder en 1989.
Fue un largo camino del que emergió un protagonista central en los 90: Carlos Menem, quien supo aglutinar a las huestes justicialistas detrás de su carisma y de su forma de ejercer el poder: delegando responsabilidades pero centralizando las decisiones. En ese tiempo, todos los compañeros supieron ser menemistas. Ocurrió porque un peronismo sin un conductor no es peronismo, pierde su esencia y originalidad, sólo sobrevive en las expresiones individuales, insuficientes para un partido al que el poder lo subyuga. Esa fuerza necesita de un jefe para existir como tal; porque sin un líder no hay conducción -ni conducidos por cierto-; y sin un conductor al cual se le reconozca tal atributo no existe el verticalismo pejotista. Sin ese rasgo vital -propio de la genética partidaria-, todos los peronistas están habilitados a sobrevivir a como dé lugar; sin admitir ni siquiera tutelajes hasta que emerja un Menem, un Kirchner o una Cristina. Tal como está sucediendo ahora, con el PJ convertido en oposición.
Esta nueva instancia de vida opositora del justicialismo es la que le facilitó a Jaldo, por ejemplo, actuar sin ataduras partidarias y cerrar acuerdos con el Gobierno nacional, pues no hay un jefe en el espacio a quien rendirle cuentas o pedirle consejos. El PJ carece momentáneamente de un líder, el puesto está vacante. En este marco, la rupturista decisión del tranqueño expone dos aspectos claves: primero, señala que en el partido nacional no hay nadie que lo conduzca, y que frente a ese vacío está habilitado a hacer lo que se le plazca en su condición de gobernador. No es menor esta circunstancia, tiene un condimento especial: con Alberto Fernández -presidente del PJ- fuera del país, el ninguneo político de Jaldo a las autoridades actuales del partido tuvo dos destinatarios: el vicepresidente segundo y el cuarto vicepresidente; Kicillof y Manzur, respectivamente.
Al primero le enrostra que no le reconoce autoridad partidaria y, por ende, entidad para conducir al justicialismo. Pero es el segundo quien debe haber decodificado atentamente esta arriesgada maniobra de su ex vicegobernador, pues prácticamente le dijo que no lo admitía como referente nacional pero sí como su rival político en el plano provincial, anticipa que le va a dar pelea. Las cientos de firmas que aparecieron en su apoyo, de intendentes, concejales y legisladores, fue una primera demostración de fuerza, por más que allí se señale que se avalan las negociaciones del titular del Poder Ejecutivo con el poder central. Lo que se hace allí es respaldar a Jaldo y, consecuentemente, se le reconoce el atributo de conductor.
El gobernador avisó a quien quiera entender: cuidado, todos están conmigo. Y todos suscribieron la negociación con el mileísmo, y si alguno no se dio por notificado sobre el verdadero sentido de esas rúbricas, ya tendrá tiempo de lamentarlo y de animarse a decir que no es jaldista; que quiere otro líder.
Como otrora fueron menemistas, ahora: todos serían jaldistas, pues respaldaron el dictamen. Si no lo comprendieron es que no son hábiles decodificadores o bien hay algunos que sí son lo suficientemente hábiles y que lo hicieron a la espera, agazapados, de otros tiempos. Cada cual, en el peronismo, especialmente cuando no reconoce a un jefe, se concentra en su supervivencia. Allí, en la vida interna del peronismo, Jaldo expuso que a nivel nacional no tiene ni reconoce a un conductor y que fronteras adentro de la provincia él es el que manda. El apoyo que consiguió rápidamente implica la concreción de la versión a la tucumana del nuevo proceso de verticalización del PJ, el mismo que brilla por su ausencia en el plano nacional. Ni Cristina reapareció.
Hay otros detalles que revelan que detrás del apoyo de los diputados jaldistas al dictamen de mayoría del oficialismo también subyace la disputa por el poder con su antiguo socio: Manzur. Veamos. En la madrugada del 24, el día del paro y la movilización de la CGT, se conoció que La Libertad Avanza había reunido más de 50 firmas avalando el dictamen de mayoría para el tratamiento de la ley Ómnibus. En la mañana se supo que el diputado tucumano Agustín Fernández lo había suscrito en acuerdo con el gobernador. Temblor político. El peronismo experimentó una sacudida y hubo algunos que usaron el concepto que le da sentido por contraposición al de la lealtad, hablaron de traición. No serían compañeros si no la revolean de vez en cuando; es la grieta interna del justicialismo: leales vs. traidores.
Ese mismo día hubo quien creyó ver su gran oportunidad para diferenciarse de Jaldo en las filas del justicialismo y de ratificar que por más que esté en silencio aún puede hacer ruido: Manzur. En esa jornada de protesta cegetista contra el poder central, el ex gobernador obró con celeridad: firmó junto a otros senadores el pedido de sesión de la Cámara Alta para el 1 de febrero, para tratar del DNU 70/23, el mismo por el cual la CGT había salido a la calle. Así, si uno negocia con el mileísmo, el otro demuestra que no lo hará y que rechazará el mega decreto. Dos posturas antagónicas frente al Gobierno nacional, una más dialoguista y otra más confrontativa, aunque que en el fondo fueron dos maneras de pararse en la lucha por el liderazgo del PJ en Tucumán. ¿Se animará Sandra Mendoza a suscribir el pedido de sesión sabiendo lo que trasuntaría su firma en plano provincial del peronismo?
La respuesta de Jaldo tampoco se hizo esperar y se verificó a las pocas horas en el más de centenar de firmas que consiguió para avalar la negociación con el Gobierno nacional, un claro mensaje político a Manzur: puertas adentro ahora mando yo. El senador debe haber repasado una a una las firmas y, seguramente, comprendió el sentido del mensaje y tal vez hasta haya entendido por qué algunos de los suyos pusieron la rúbrica. Es una disputa política que, al son de estas indirectas, se mantiene vigente. No verbalizan el distanciamiento, entre compañeros bastan los gestos. Mejor que decir es hacer, reza un apotegma partidario.
Ahora bien, la gran pregunta por estas horas es: ¿hizo bien Jaldo? Frente a los antecedentes históricos en el marco de la relaciones institucionales entre dos gobiernos, uno nacional y el otro provincial, de distintos colores políticos, el mandatario antepuso el pragmatismo ante lo ideológico. Tiene dos motivos para actuar así, uno atendiendo a que en Tucumán ganó el voto a Milei, aquí Massa (el candidato del peronismo unido) perdió. Mensaje destinado a ese sector de ciudadanos que rechazó la oferta justicialista y que se volcó por la opción libertaria (555.000 contra 512.000).
El segundo se refiere a la época en la que gobernaban Macri -en la presidencia- y Manzur -en la gobernación-, una relación que fue pésima, un tiempo en el Tucumán sintió las presiones del poder central. La relación entre Macri y Manzur fue tensa. La diferencia entre una y otra época, y es lo que aprovechó el tranqueño, fue la debilidad institucional de Milei, que lo obliga a negociar, más allá de su duro discurso -ya menos creíble- de que no negocia nada con los “coimeros” del Congreso.
Macri, al revés del libertario, tenía más poder en el Congreso. ¿Jaldo usufructuó la oportunidad que se le ofrecía en bandeja para atender varios frentes políticos a la vez, internos y externos? Está más que claro que no la dejó pasar, hizo gala del oportunismo, entendido en su definición: aprovechamiento al máximo de las circunstancias que se ofrecen y sacar de ellas el mayor beneficio posible. Alteró el tablero político nacional mostrándole a sus pares que se podían beneficiarse de la debilidad de Milei para sacar ventajas. Desde el peronismo, le podrán achacar que se escapó solo y que bien podrían haber negociado mejor jugando en bloque con el poder central, con más volumen y fortaleza política para conseguir mejores resultados para sus provincias. El tiempo dirá si la estrategia de Jaldo fue la correcta o no en cuanto a manejarse solo. Pero vale en el marco de que sin líderes, cada peronista lleva en su mochila el bastón de mariscal.
Paralelamente, lo que también hizo el tucumano es exponer la debilidad y el doble juego del Presidente, porque el libertario se cansa de decir que no negocia nada, que no acepta ningún cambio en sus propuestas, que deben salir o salir y, sin embargo, sus colaboradores terminan negociando con toda la denostada casta. ¿O es pésimo para negociar o lo desoyen hasta los propios? O es la construcción de un nuevo relato. Sería peligroso que suceda a tan poco de haber asumido. Mayor debilidad que esa, imposible, decir una cosa y hacer otra. Milei, como sus antecesores, también alimenta su propio cuento de poder, nada más que lo hace desde una posición ideológica extremista. Nunca admite que va a pactar o acordar nada. Sin embargo, se le cayó el capítulo fiscal completo de la ley Ómnibus, mayor admisión de fracaso es imposible.
Podrán decir que las modificaciones constituyen mejoras, lo real es que ya desaparecieron más de cien artículos. En función de sus discursos, bien se podría sostener que dice que avanza cuando en realidad, retrocede. Qué va a quedar finalmente de toda iniciativa de Milei. A esperar. Mientras tanto, él sigue sacudiendo con sus definiciones -“comunista asesino”, le dijo a Petro-, afirma que la libertad no se negocia para defender sus proyectos, los que van sufriendo frenos por cautelares, la caída de artículos y cambios producto de “negociaciones” con los adversarios. Genera hechos políticos, distrae con algunos mensajes por las redes, mientras la inflación convierte a más ciudadanos en pobres y se anuncian alzas de tarifas. Se encarece cada día más la vida. ¿Ruidos para tapar la realidad social?