En un capítulo que está en el centro de esta nueva novela de Máximo Chehin, un personaje escritor llamado “T.” lucha por escribir una novela mientras magina otra. Otra novela que, en lugar de fundar una geografía imaginaria a lo Onetti, se conforme con una sola cuadra. Sus personajes “coexistirían en un momento único y de ese instante primigenio se dispararían historias hacia adelante y hacia atrás en un tiempo elástico, como en un big-bang”. Un libro “monstruoso, deforme”, compuesto por “capítulos de distintas novelas, sin argumento, incoherente”. En una sugerente mise en abyme, esa novela imaginada que T. descarta como un proyecto imposible, no es otra que Cuadra, la novela que leemos.

Un hecho fortuito

El “instante primigenio” del que se disparan las distintas historias es el momento en que una patrulla policial irrumpe un mediodía de marzo o abril de 2015 en un edificio de una determinada cuadra de Buenos Aires. A partir de ese hecho fortuito la novela sigue las vidas de un conjunto de personajes: Chames, Antonia, Suárez, Miguenz, Estela, Fritz, Silvina, Atena, Elsa. Las historias protagonizadas por cada uno de ellos se van intercalando sin cruces ni encuentros forzados, con una descripción precisa de lo que sucede en esas mentes y con un ritmo narrativo que atrapa al lector desde el comienzo hasta el final. El tono realista dominante en el texto es matizado por ciertos elementos hiperbólicos (la expansión vertiginosa de la empresa de Miguenz a la par de su desopilante búsqueda de atenuar una inexplicable dolencia física), que tienen algo del maravilloso (el devenir de Estela), o incluso de la ciencia ficción (la utópica ciudad de Kürüf creada de la nada en la Patagonia).

Tucumano residente en Buenos Aires, Máximo Chehin es autor de otros libros excelentes, como el volumen de cuentos Salir a la nieve o la novela La vida interesante. En Cuadra explora nuevas posibilidades narrativas con una madurez en el oficio y un compromiso con la escritura evidentes en la complejidad de la obra, que le habría demandado más de seis años de trabajo, según cuenta el autor en una entrevista.

“No se puede amar lo que tan rápido fuga” es la frase del gran poeta José Watanabe elegida como epígrafe del libro. En las historias de Cuadra están el paso del tiempo, la memoria y el olvido, la fugacidad del instante y a la vez la epifanía del instante. Quizá esas historias nos hablan también de nuestra propia precariedad, de nuestras pulsiones más bajas, y además de los momentos luminosos que hay en toda vida: el reencuentro con un lugar de la infancia, el reconocernos en un viaje o en las vidas que nos precedieron, o cuando se concibe con claridad un nuevo proyecto, o se sabe con seguridad lo acertado de una decisión, o se nos revela un destino. En definitiva, la singularidad de toda vida. Ninguna vida es ordinaria, parece decirnos la novela. Y ninguna cuadra lo es. Una cuadra cualquiera puede ser la cifra del mundo.

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