Solo y con neumonía, alcohólico, hace 80 años falleció Edvard Munch, el pintor de la angustia y del temor.

Con él, como con Vincent Van Gogh (los dos precursores del expresionismo), quedó claro que la historia de vida se manifiesta en sus obras; ambos estuvieron internados en psiquiátricos. Pero una nota sobre un artista no debiera olvidar que detrás de esa historia de vida hay una sociedad.

En toda Europa la Modernidad se encontraba plena, con tres grandes críticos que no se pueden soslayar: Carlos Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud.

En un informe de la National Geographic, se caracteriza que Munch pudo vencer sus miedos. “En mi arte he intentado explicarme la vida y su sentido, también he pretendido ayudar a los demás a entender su propia vida”, cita la nota.

La muerte de su madre y de su hermana están muy presentes en sus obras “La niña enferma”, “Muerte en la habitación” y Madre muerta con niña”.

Como la mayoría de los artistas de su época, el noruego se trasladó a París y luego a Berlín. Y en otoño de 1893 logrará su pintura cumbre, “El grito”, con la que pasó a la historia del arte (existen cuatro versiones, la primera se expone en Oslo).

Y así como sobre Van Gogh se han escritos tratados de psicología, sobre Munch se abrió una investigación que aún continúa.

Investigación

El personaje de la obra, ¿grita o siente un grito?, es una de las preguntas en cuestión.

El Museo Británico llegó a la conclusión que en la escena en realidad no hay nadie gritando. Para apoyar su teoría se mostró una litografía en blanco y negro, del mismo autor, donde puede leerse: “Sentí un gran grito en toda la naturaleza”. Según Giulia Bartrum, restauradora de esa institución, la imagen deja claro que el protagonista de la obra es una persona que está escuchando un grito y no una persona que está gritando.

En una entrada en su diario, Munch reproduce una vivencia que los especialistas relacionan con su obra. En ella, fechada el 22 de enero de 1892, describía cómo en un paseo con amigos “de repente el cielo se volvió rojo como la sangre”. “Me detuve y sintiéndome exhausto, me apoyé en la valla. Había sangre y lenguas de fuego sobre el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron caminando y yo me quedé allí, temblando de miedo, y sentí un grito infinito en toda la naturaleza”, relata.

En el cuadro se reflejan los sentimientos del pintor cuando, a orillas de un fiordo noruego, contempló la naturaleza teñirse de rojo fuego, y, sin saber si escuchó o no un estruendo, ese hecho le hizo estremecerse.

Otra línea de investigación apunta que las líneas rojas y amarillas que aparecen en el cielo en el cuadro a color son probablemente una descripción realista de un raro tipo de nube que aparece en ocasiones en el norte de Europa; se debería a un fenómeno atmosférico, aseguran los científicos.

Los historiadores indican que Edvard Munch mantenía relaciones tormentosas con las mujeres y tenía un afán obsesivo por autorretratarse.

Tras una ruptura amorosa, Munch pintó “Los hijos del Dr. Linde”, que es considerada una obra maestra del arte moderno,. En 1909 regresó a Noruega, donde el industrial noruego Rasmus Meyer le compró una gran cantidad de cuadros de su colección.

Cuando los nazis dominaron Alemania, las obras de Munch fueron retiradas de los museos al considerarse “degeneradas”, por plasmar la muerte o tocar temas que eran considerados polémicos por el régimen. Con la invasión nazi a Noruega la cosa empeoró, ya que se retiraron todas su obras de los museos.