En la cocina de una casa se encuentran una adolescente y su madre hablando. La joven tiene en su cara una especie de máscara que le muestra la piel perfecta, las pestañas arqueadas, los labios maquillados y las cejas perfectas. La madre, cansada de hablar siempre de lo mismo, le pide que por favor se saque la máscara y muestre su cara de verdad para hablar con ella. La adolescente, con fastidio, agarra el celular, aprieta unos botones y la máscara desaparece. Muestra su rostro real. Obviamente, esto no es real; es un episodio de la genial serie británica “Years and Years”, situada en un futuro distópico, y esta escena simboliza la obsesión por la perfección y la búsqueda de una vida idealizada, una realidad que encuentra su máxima expresión en la figura de los influencers.
El fenómeno de los influencers ha permeado la sociedad argentina, influyendo especialmente en los estándares de belleza. La constante exposición a imágenes cuidadosamente curadas en redes sociales ha creado una narrativa distorsionada, generando presiones y expectativas poco realistas, sobre todo entre los jóvenes.
La obsesión por los cuerpos perfectos tiene consecuencias directas en la autoestima y la salud mental de los jóvenes. La presión constante para cumplir con estándares inalcanzables contribuye a la creación de una cultura tóxica que impacta especialmente a las mujeres jóvenes, llevándolas a compararse constantemente y sentirse insatisfechas con sus propios cuerpos.
En los últimos días conocimos la noticia de que Italia quiere regular la actividad de los influencers a raíz de la controversia generada por la publicidad navideña de un pandoro por parte de Chiara Ferragni, la principal estrella de las redes sociales en ese país. Ferragni, conocida por asociarse con marcas para aumentar el precio de productos y destinar un porcentaje de las ganancias a obras benéficas, se vio envuelta en una controversia cuando se descubrió que prometía donaciones a un hospital pediátrico pero la mayor parte de las ganancias que obtenía el producto iban a parar a la cuenta de la influencer.
El gobierno italiano se encuentra en proceso de aprobar una normativa que tratará a los influencers y sus cuentas como medios de comunicación. Esta regulación se aplicará especialmente a aquellos perfiles con más de un millón de seguidores, exigiéndoles cumplir con normativas similares a las de cadenas de televisión para evitar estafas, publicidad engañosa y proteger la integridad de los menores.
En España, la propuesta de un registro estatal para influencers sugiere un enfoque proactivo para regularizar la actividad económica en este sector. La inscripción en un registro estatal no solo busca establecer ciertas obligaciones, como la protección de menores, sino que también podría ser una medida para garantizar una mayor responsabilidad y ética en la promoción de productos. Argentina tuvo en el Congreso una propuesta para regular la actividad de los influencers, pero al no ser tratada por dos años perdió estado parlamentario.
La creación de normativas que exijan la divulgación de publicidad y la identificación de contenido retocado, así como la prohibición de estrategias que promuevan estándares inalcanzables, se pueden volver esenciales para frenar el impacto nocivo en la salud mental de los jóvenes.
En definitiva, los ejemplos de Italia, España y otros países ofrecen perspectivas valiosas sobre cómo abordar la influencia de los influencers en la sociedad. Las regulaciones pueden ser herramientas efectivas para contrarrestar prácticas perjudiciales y promover una representación más auténtica de la vida. Observar cómo otros países enfrentan estos desafíos podría inspirarnos a reflexionar sobre nuestro propio panorama digital y considerar estrategias que protejan la salud mental y la percepción de nuestra realidad.