Con un poco de imaginación, podés ver a las mujeres del pueblo compartiendo una charla alrededor de una enorme piedra llena de morteros. O podés visualizar a los hombres -que se cree que medían 1,95 metros- salir del hogar para cazar. Si caminás, sólo tenés que dirigir tu mirada al suelo para hacer aún más tangible ese pasado: está llenísimo de restos de las cerámicas y de las vasijas que usaban. A pocos metros de la ruta principal de Talapazo se esconde una visita imperdible: un sitio arqueológico casi en estado casi virgen. Pero ojo, que sólo podés ingresar a ese lugar sagrado con un guía experimentado.

Talapazo es un pueblo de montaña, ubicado en el Valle Calchaquí, a 2.000 metros sobre el nivel del mar. Está formado por 26 familias con raíces diaguitas-calchaquíes. Además de vivir de la agricultura y de la cría de animales, desde hace unos años se animaron a una nueva aventura: el turismo comunitario. Con ello, permiten que “gente de afuera” visite el pueblo para experimentar en primera persona cómo es el día a día de un talapaceño. Y sí, eso implica participar de la cría de animales, elaborar comidas típicas o participar de algunas experiencias tradicionales.

la gaceta / foto de daniela romero

En medio de ese mundo de oportunidades, en Talapazo se invita a una actividad imperdible: recorrer los restos de la antigua ciudad. A esa visita nos acompaña Sandro Llampa, guía idóneo de la ciudad y el único autorizado para llevar turistas a ese espacio de recuerdo.

Viaje al pasado

El sitio no está señalizado, para evitar que saqueadores encuentren el camino a las ruinas. Luego de un pequeño trayecto en auto por la calle principal de la villa, Sandro avisa que es momento de adentrarse en la montaña. Así que sí: no olvides llevar calzado cómodo.

La ruta a pie muestra por qué la ciudad lleva ese nombre. Es que “talapazo” en cacán -la lengua de sus mayores- significa “lugar de piedras”. Y eso es casi lo único que te acompaña en el camino: rocas, y algún cardón, cactus o un arbusto resistente a la sequía. En el trayecto, nuestro guía nos va contando un poco sobre el lugar, que no tiene nada que envidiarle a las Ruinas de Quilmes, ubicadas sólo a siete kilómetros. “Quilmes era como la ciudad principal, la parte céntrica, dónde estaba concentrada la mayor parte de la población. Alrededor había otros pueblos, y entre ellos estaba este. Por la cantidad de viviendas y de habitaciones, se cree que vivieron entre 400 y 500 personas en el lugar”, resume.

la gaceta / foto de daniela romero

Al llegar, la imagen sorprende: las pircas se conservan y permiten imaginar cómo era cada una de las casas en las que los primeros talapaceños vivieron. “Se cree que aquí habitaron por el año 800 u 850 después de Cristo. Su origen, a ciencia cierta no se logró saber, pero se cree que vinieron de Chile”, cuenta Sandro. El sitio arqueológico es sólo una parte de todo lo que hay en la zona: con la conquista inca y más tarde la dominación española -relata el guía- parte de sus habitantes se dispersaron hacia las montañas; prueba de ello es un enorme muro de contención que puede verse en la cumbre de un cerro cercano.

En casa

El guía nos invita “a pasar” a una de las tantas construcciones que, advierte, se mantienen como en aquellos tiempos: no han sido reconstruidas. Aclara que lo que se observa es parte de los techos de las casas, que se estipula eran de paja. “Las viviendas eran más profundas, pero con el tiempo se fue erosionando todo -relata-; antes, nuestros abuelos, cuidaban muchos animales, más que nada ovejas y cabritos. Y ellos ayudaron bastante a esa erosión; esto es lo que queda, lo que logramos mantener y cuidar”.

la gaceta / foto de daniela romero

Los lugareños siempre conocieron la presencia de este sitio arqueológico. “Nuestros mayores nos sacaban a caminar por acá, y cuando encontrábamos algún resto, incluso urnas funerarias, nos decían ‘ah sí, esos son antigales’. Con el tiempo también el sitio fue saqueado, pero para nosotros aún es sagrado: hay muchas cosas enterradas aquí. Luego de la llegada de los españoles, allá por 1535, hubo grandes guerras; fueron 130 años de resistencia, porque éste fue el pueblo que más logró resistir. Hubo grandes levantamientos, y aún así, los originarios se reorganizaban. Muchas de la construcciones fueron quemadas en aquellos tiempos, pero hay mucho escondido, porque las familias enterraban sus riquezas, sus vasijas, que era lo único que les interesaba a los conquistadores. Por eso en la montaña, por ejemplo, se conservan hasta túneles que usaban para guardar sus pertenencias”, ilustra el baquiano.

Transmitir la cultura

Con las guerras y con la reducción de los Quilmes, el primer Talapazo fue abandonado. Los vecinos que sobrevivieron a la conquista -dice Sandro- se mudaron a las montañas, “pero a medida que fueron falleciendo padres y abuelos, fueron bajando, cada vez más, hasta ubicarse donde está nuestro pueblo ahora”.

la gaceta / foto de daniela romero

Por acción del tiempo y del abandono, muchos vestigios de aquel primer pueblo quedaron bajo tierra, pero aún es posible ver remanentes. En la caminata, Sandro reconoce (y muestra) decenas de resto de cerámica: algunas vasijas, cree, fueron usadas para contener agua. Otros tantos restos que aparecen -supone, por su grosor- constituían elementos de cocina. Y eso es lo que quieren en Talapazo: que los visitantes puedan reconocer, valorar y transmitir la historia de su cultura.

“Es la manera en la que podemos difundir lo poco que queda de nuestros ancestros, de nuestra historia; hay mucho que se ha perdido con la conquista. Había hasta abuelos que antes hablaban en cacán, pero les cortaban la lengua para evitar la transmisión del idioma. Hoy decimos que cada abuelo que se muere es un libro que se quema. Por eso nosotros queremos evitar eso, que la información se pierda, rescatando lo que nos queda. Y difundir nuestras costumbres y nuestra cultura nos va a ayudar”, reflexiona.

la gaceta / foto de daniela romero