El país estará atento al mensaje de Milei al pueblo; aunque más expectante estará la casta que tiene cargos institucionales y de la que renegó el libertario. Las eventuales definiciones del Presidente marcarán sus gestiones y lo que diga, hasta entrelíneas, será decodificado para acomodar hojas de ruta. Milei puede pintar el país que se viene o, por lo menos, anticipar a trazo grueso por dónde irá su gestión. Allí no sólo los gobernadores e intendentes, sino también congresistas, legisladores y todos los que ocupan un cargo político verán para dónde correr y qué estrategias individuales y sectoriales deberán encarar de cara a 2024.
Para los mandatarios que necesitan hacer ajustes y que temen pagar costos políticos o soportar el malestar de los socios partidarios -que también sentirán los rigores de la pérdida de favores-, lo que diga Milei les puede sonar a música en los oídos. Porque si reitera que toda la clase política tendrá que ajustarse el cinturón les resultará más fácil justificar los recortes, especialmente los que se manejan a discreción; Jaldo puede ser uno de ellos. Fondos discrecionales que, según el líder de La Libertad Avanza se acabarán por una sencilla razón: la caja está vacía, no hay dinero; en la olla no hay nada que raspar. Será difícil gestionar para los que se acostumbraron a hacer política sólo con los recursos del Estado; ahora deberán hacer política con lo justo, y tal vez con menos. La imaginación al poder.
El domingo pasado mencionamos que se les viene un duro desafío a los que tienen responsabilidades administrativas pues deberán demostrar que están a la altura del cargo y que son capaces de no decepcionar a la ciudadanía que los votó. El concepto vale también para Milei, porque la gente se cansó de escuchar diagnósticos y excusas sobre las razones por las que se llegó a esta situación de crisis y sobre quiénes son los culpables. Las explicaciones ya no bastan. La ciudadanía prefiere que se les diga cómo se saldrá adelante, y que sea lo más rápido posible.
En ese marco es de suponer que los identificados con el libertario sean más resilientes que el resto a la hora de esperar que la realidad cambie para mejor, porque eligieron eso, aunque la profundidad y la permanencia de la crisis pondrá en riesgo la calidad y la fortaleza de esa lealtad. Esto permite preguntar si serán estos votantes justamente los que se arrimarán hoy masivamente a la histórica plaza de los Dos Congresos a vitorear y a escuchar al nuevo presidente de los argentinos. ¿Serán los del 30% que originariamente renegó de toda la clase política al votar a este outsider y que, por lo tanto, saldrán a sostener a Milei frente a las eventuales presiones de la casta para erosionar su poder.
El hecho de que brinde su discurso fuera del Parlamento va en esa línea, es muy simbólico respecto de lo que espera y sobre quien quiere recostarse: en la fuerza política que le pueda dar el dominio de la calle, más allá del contundente respaldo que obtuvo en las urnas. Porque Milei tiene asegurado ese 30% que le permaneció fiel en las generales y en la segunda vuelta, y es al que puede necesitar para que ponga el cuerpo a la hora de salir a defenderlo de toda la casta; la que se defenderá y atacará desde los espacios institucionales que maneja: el Congreso y las provincias.
El otro 26% que lo respaldó en el balotaje votó primero por una parte de la casta y luego sufragó más en contra del kirchnerismo que en favor de Milei. Este fue el vehículo que usó para conseguir lo que no pudo con sus primeros elegidos: desplazar al oficialismo. Por lo tanto, no deberían tener la misma paciencia que los mileístas puros, ese 30% propio, a la hora de esperar soluciones. Ni qué hablar del 44% que rechazó al libertario sufragando a la opción peronista-cristinista-kirchnerista.
Entonces, ¿quiénes coparán el acto de Milei?, ¿los mileístas puros o los antikirchneristas-promacristas?, ¿un mix de ambos, los de 30% y los del 26%? Si Milei tiene en cuenta ese detalle, habrá que escuchar el tenor de sus palabras y a quiénes irán dirigidas; si es que abrirá una nueva grieta ideológica, si será conciliador o más despectivo con la casta, o si le hablará a todos los argentinos sobre los pesares que se les vienen, aunque dando esperanzas de un futuro mejor, aunque no inmediato. Ganó diciendo que todo será peor, pero que sabe cómo resolver los dramas económicos.
Bien podría decir, por ejemplo: “Hay muchos problemas que no podrán solucionarse de inmediato, pero hoy ha terminado la inmoralidad pública. Vamos a hacer un gobierno decente. Ayer pudo existir un país desesperanzado, lúgubre y descreído: hoy convocamos a los argentinos, no solamente en nombre de la legitimidad de origen del gobierno democrático, sino también del sentimiento ético que sostiene a esa legitimidad”. Es lo que dijo Raúl Alfonsin hace 40 años en su asunción como presidente. Sorprendería si Milei evoca al dirigente radical, al que calificó de autoritario, por más que hoy se celebran las primeras cuatro décadas del retorno a la vida en democracia, en los que el líder de Renovación y Cambio fue un protagonista central.
Sin embargo, el libertario podría rubricar tranquilamente aquel concepto de Alfonsín. Al mediodía, en su discurso, se verá con quien buscará sellar una alianza para reforzar su gestión, si con ese 30% de mileísmo incipiente en las venas que reniega de la clase dirigente política o si tiende puentes con esos mismos políticos que cuestionó para llegar a la presidencia. Porque, quiera o no, los va a necesitar para asegurar la gobernabilidad, porque todos, desde él al frente del Poder Ejecutivo Nacional hasta el último de los representantes del pueblo -por más insignificante que sea el puesto que ocupe- van a padecer la falta de lo que más se necesita para hacer política, pero sobre todo para garantizar el bienestar ciudadano: dinero. Todos están en el mismo barco.
Ahora bien, si empiezan a buscar culpables en vez de soluciones, la crisis seguirá haciendo de las suyas en el país. El principal responsable de lo que suceda será, por supuesto, el Presidente; es el que deberá poner más imaginación que sus antecesores para sacar a la Argentina adelante, tendrá que presentar un plan que frene el proceso de caída libre. Justamente, un esbozo de ese plan es lo que esperan escuchar los que gestionan provincias y municipios. La ansiedad y a incertidumbre los debe estar matando, porque a partir de allí definirán prioridades y sabrán a qué atenerse: si es que se viene el libertario de la motosierra u otra versión más “castosa” de MiIei, necesitado de pragmatismo para gobernar, a lo Carlos Menem.
Incluso hasta los congresistas aguardarán conocer esas definiciones, porque pese a que se armaron bloques legislativos, lo que planee hacer el liberal libertario puede fragmentar aún más a ambas cámaras del Parlamento. Porque toda la oposición -por más que un sector se sienta oficialista y crea que comparte el triunfo de Milei y que, por lo tanto, debe ser privilegiado por LLA- debe renovarse en conductas y liderazgos. No sólo porque deben volver a enamorar a un porcentaje de la sociedad que los rechaza, sino porque tienen que convertirse en una alternativa futura a este nuevo oficialismo, para dentro de dos o de cuatro años. Se renuevan y actualizan o van a ser fagocitados por el mileísmo, más aún si llega a tener éxito, una empresa que, por ahora, parece harto complicada.
En este proceso de supervivencia política, en teoría, sería más traumático para los integrantes de Juntos por el Cambio, que son los que más pueden perder en cuanto a base de sostén, ya que muchos de sus votantes terminaron avalando a Milei.
Si Milei cambia lo que no pudo esa coalición con Macri a la cabeza entre 2015-2019, lo más probable es que esos votantes migren hacia el mileísmo. El reto para esta alianza será entonces determinar cómo los retiene para ser nuevamente una futura opción; o bien será un desafío sectorial para cada uno de los integrantes de este grupo opositor: UCR, PRO, Coalición Cívica, o el recientemente creado Cambio Federal. No será fácil que sigan juntos.
Como grupos deberán fortalecerse individualmente; ya dieron un paso en esa línea al fracturarse en distintos bloques. Les será complicado apuntalar la gobernabilidad apoyando al oficialismo y a la vez no perder su identidad partidaria como una expresión opositora, porque su base electoral es la que estará en juego. Al no haber llegado al balotaje y el hecho de que el 26% que los avaló en las generales acompañó luego a Milei los pone en una encrucijada política existencial: deben ser oficialistas porque sus votantes se fueron con el libertario o deben ser opositores porque a ese papel quedaron reducidos cuando perdieron en las generales.
¿Qué van a hacer si a Milei no le va bien?, ¿cómo se reconvierten en alternativa política? y, sobre todo, cómo lo hacen: ¿juntos como antes o separados como ahora en el Congreso? En teoría, la tienen más difícil que los de la Unión por la Patria, que ganaron las generales y que en el balotaje obtuvieron un 44%: son oposición porque el votante los instaló en esa posición, sin medias tintas; desde ese instante se convirtieron en alternativa al mileísmo. Lo único que debe hacer es comportarse como tal: opositores. Un rol menos complicado que el de sus primos de la casta, los de Juntos por el Cambio.
No por nada, alguno de sus principales dirigentes lanzaron: si a Milei le va mal vuelve el kirchnerismo. No es una advertencia o una amenaza para meter miedo y para acompañar a Milei, sino la admisión de que la única oposición, por ahora, es el peronismo. En ese marco, los derrotados del balotaje -y en teoría, claro- deberían buscar nuevos liderazgos en el peronismo, reducir a la nostalgia al kirchnerismo y tratar de ser mejores, pero en serio, no a lo Alberto Fernández en 2019. Es decir, instalar la idea de que “Cristina ya fue”, como dijo, temprano y equivocadamente alguna vez Manzur. Capaz que ahora el ex gobernador eligió ir al Senado para tratar de que se verifique aquella sentencia política. Ganas de ser protagonista en el nuevo tiempo no le faltan, no en vano se instaló en la Cámara Alta.