Si hay alguien que vivió de cerca el declive del clima de libertades y de apertura que vigorizó al periodismo tras el regreso de la democracia ese es Carlos Lauría. El director flamante de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) peleó siempre por la salud del debate público, primero como periodista bonaerense; después, como corresponsal en Estados Unidos, donde vive desde hace tres décadas, y, luego, como promotor de las libertades de prensa y de expresión en el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ por sus siglas en inglés), y en Open Society Foundations, el brazo filantrópico de George Soros. Siempre al lado del periodismo libre del hemisferio, Lauría subraya desde Nueva Jersey: “está comprobado que las mentiras circulan mucho más rápido que los hechos”.
El nuevo director de la SIP nació en 1965. Eso quiere decir que votó por primera vez en las elecciones del restablecimiento de la democracia que consagraron al líder radical Raúl Alfonsín. Fue en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires. Lauría acota durante la entrevista remota con LA GACETA que, además y tras adquirir la ciudadanía estadounidense, empezó en 2008 a sufragar en el país que habita. Con orgullo dice que, habituado a la derrota, aquella primera vez “gringa” votó al que resultó el ganador de los comicios, el demócrata Barack Obama. Pero, en su memoria, como en la de muchísimos de sus contemporáneos, nada se compara con la alegría del 83.
-Viviste los primeros años de la efervescencia democrática argentina en el periodismo y las salas de redacción. ¿Cuáles son tus recuerdos de esa experiencia de libertades?
-Para un joven periodista como yo que trabajaba en un diario regional y local, La Unión, fue muy movilizante. No sentía ningún tipo de restricciones ni de trabas ni de limitaciones en el trabajo. Hice mis primeras armas en este oficio en esa etapa muy linda para el periodismo.
-¿Y cómo era el clima que encontrabas en las calles de Lomas de Zamora?
-Obviamente que después del período tan oscuro de la dictadura había en la sociedad una avidez por la lectura, y por el consumo de noticias y de información. Una fase de ebullición sucedió a la época de la censura, de las clausuras de medios de comunicación y de las desapariciones de periodistas. Y eso se percibía a partir del interés que había en revisar lo que había pasado y del retorno de las investigaciones. Desde mi visión, que es la de alguien que recién comenzaba, fue un tiempo muy interesante para el periodismo.
-¿Cuándo cambió ese paradigma?
-Entiendo esta pregunta como una inquietud por el momento en el que el clima empieza a viciarse y entra la polarización al debate público.
-Así es.
-Tengo una perspectiva sobre este tema diferente a la de los que permanecieron en el país porque, 10 años después de la restauración democrática, me mudé al exterior y me convertí en un visitante frecuente: volví varias veces al año al menos hasta 2017. Yo veo un proceso distinto a partir de mi trabajo como corresponsal de la Revista Noticias durante el menemismo y los años iniciales del posmenemismo: era una publicación que semana tras semana exponía una investigación crítica del Gobierno, y que, también semana tras semana, recibía una carta documento de algún funcionario o vivía una situación intimidante. Observaba esto desde lejos, pero, a comienzos de los años 2000, cuando la Argentina colapsa, empiezo a trabajar como director para América Latina en una de las principales organizaciones de protección y defensa de periodistas (CPJ). Ahí, gracias al monitoreo, la documentación y la denuncia de ataques, amenazas y arrestos, adquiero una visión regional acerca de la situación del periodismo. En ese momento, 2002, ya había asumido (Hugo) Chávez en Venezuela.
-¿Qué implicancias tuvo el chavismo para las libertades de prensa y de expresión latinoamericanas?
-El proceso de Chávez, una figura que asciende con el apoyo de los medios privados de su país y, a poco de llegar al Gobierno, se vuelve muy intolerante con aquellos, trajo una polarización aguda de la política en Venezuela que divide a la sociedad con consecuencias extremadamente dañinas para el ejercicio del periodismo no complaciente con el Gobierno. El chavismo se propuso conseguir una hegemonía comunicacional estatal. Y esto se tradujo en el establecimiento de un aparato de medios progubernamentales con una inversión enorme para, básicamente, transmitir propaganda oficialista y censurar cualquier crítica. Este megáfono del Gobierno ataca a periodistas de forma individual; se presta a operaciones que después terminan en los juzgados y, además, se produce este fenómeno donde la realidad que cuentan los medios independientes se opone a la de los afiliados al chavismo, algo que tal vez hoy es muy común. Ese esquema se ha propagado con una velocidad tremenda no sólo por América Latina, sino también por el mundo.
-¿Situás en Venezuela el laboratorio de esta manipulación del debate público que también penetró en la Argentina?
-Sí. Viví diferentes versiones y ciclos de ese mismo paradigma. Por ejemplo, el caso de Ecuador, donde esta idea de la prensa como principal enemiga del Gobierno tuvo una virulencia inusitada con (Rafael) Correa, quien promulgó en 2013 una Ley de Comunicación que es una de las normas más retrógradas, por sus reminiscencias dictatoriales, que hubo en las Américas.
-¿Hasta qué punto funciona esta política de Estado dirigida a colonizar las cabezas?
-Puede ser que no funcione o no consiga lo que busca, pero el daño que hace a veces es irremediable. Cuando el Gobierno de los Kirchner instala sin asidero que los propietarios del Grupo Clarín habían cometido delitos de lesa humanidad su finalidad era el descrédito y ese es el problema que arrastra. Las campañas para esmerilar la confianza del público, que en inglés se llama “smear campaign”, tienen un impacto profundo. En Venezuela esto ha funcionado a la perfección y, como consecuencia, se ha devastado a los principales medios críticos. A la vista está que se hace un daño irreparable y que se deteriora la calidad del debate público. La polarización aguda que se ha ido propagando de forma sistemática por la región retroalimenta las tendencias autoritarias. Y por ello la prensa libre ha sido uno de los blancos predilectos de los Gobiernos que embistieron contras las instituciones de la democracia.
-¿Cómo describirías la relación de los argentinos con la verdad pública?
-Eso está íntimamente relacionado con la calidad del debate. En los tiempos actuales está muy desmejorada. Las redes sociales y la era digital han sido importantes para ampliar el acceso a la información, para las coberturas en tiempo real, para lograr alcance global y para amplificar las voces de la ciudadanía, pero la desinformación tuvo y tiene un impacto sumamente negativo. Aparece actores que, en un intento deliberado por transmitir información falsa y confundir a la sociedad, logran difundir narrativas alejadas a la realidad y esto agudiza la polarización: dificulta aún más la posibilidad de discernir lo que es verdad de lo que es mentira. Está comprobado que las mentiras circulan mucho más rápido que los hechos. La esfera pública se contamina fácilmente y eso favorece a gobiernos dispuestos a volcar recursos estatales ilimitados para engañar a la población. Es un tema complejo, no exclusivo de la Argentina, que afecta al mundo. Aquí, por ejemplo, existe un grupo llamado Qanon que cree que el liderazgo del Partido Demócrata está en connivencia con una red de pedófilos y actúa conjuntamente con algunas personalidades de Hollywood para secuestrar niños. Todo esto está imbuido de teorías conspirativas que circulan por la denominada “dark web” (“internet oscura”). Hay países como Rusia y China que invierten para que este tipo de teorías se viralicen con el fin de interferir en las elecciones. Es un panorama complicadísimo, que con la inteligencia artificial puede incluso empeorar.
-Me queda la sensación de que hoy más que nunca la ciudadanía debe tomar conciencia sobre cuán expuesta está a la manipulación y a la falsedad.
-Absolutamente. El periodismo es más necesario que nunca. Y algunos periodistas y medios están haciendo cosas muy relevantes para combatir este panorama de falsedades, como iniciativas para la verificación de la precisión de las noticias; para la promoción de la información basada en la evidencia y para colaborar en la investigación de temas complejos. Estos esfuerzos permiten al periodismo incidir para que haya un debate público más informado.
-Por último: ¿te preocupa la postura de Javier Milei sobre estas cuestiones esenciales para el Estado de derecho, la democracia y la república?
-Sí. Tanto la SIP como Adepa (Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas) y FOPEA (Foro de Periodismo Argentino) han manifestado que genera preocupación la relación de Milei con los medios. En este período corto ha protagonizado más de 20 agresiones contra periodistas que incluyen demandas judiciales y agravios, como referirse a ellos con el mote de “ensobrados”. Teniendo en cuenta una previsible coyuntura social conflictiva (por la situación económica), se abre un cono de incertidumbre y habrá que estar en alerta.
Biografía: un argentino en la trinchera internacional del periodismo
Carlos Lauría conoció el oficio en La Unión, el antiguo diario de Lomas de Zamora. Graduado en Periodismo por la Universidad Católica Argentina, en 1994 se estableció en Nueva York (Estados Unidos) como corresponsal jefe para las revistas de Editorial Perfil. Fue director durante 15 años de los programas para las Américas del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ). A continuación, encabezó el portafolio de libertad de expresión en el programa de periodismo independiente de la Fundación Open Society con sede en Londres (Reino Unido). Consultor estratégico en CPJ, la Unesco, la Fundación Panamericana para el Desarrollo, Global Press y el Centro Tow para el Periodismo Digital de la Universidad de Columbia, desde septiembre Lauría se desempeña como director ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).