Por Felix Alberto Montilla Zavalía

Abogado-Historiador

América ha recibido una tradición democrática de la España de los Habsburgo. Las leyes otorgaban bastante autonomía política a los territorios del Reino de Indias, y aquella soberanía, por supuesto limitada, residía en los cabildos, donde corporativa y democráticamente se regía los destinos singulares de cada ciudad, muchas veces acatando las leyes metropolitanas pero incumpliéndolas cuando no estaban conformes a su real naturaleza (el célebre “se acata pero no se cumple”).

Ese espíritu democrático fue el que posibilitó, en lo jurídico y político, la Revolución de Mayo en 1810. A partir de entonces el concepto de ciudadanía fue ampliándose para abarcar no sólo a los descendientes de españoles, sino a toda la población. La democracia, directa e indirecta, en el orden nacional comenzó a gestarse con la Junta Grande y las Juntas Provinciales creadas a partir de 1811. La vida democrática, el nacimiento de la nueva burguesía criolla y los disensos ideológicos permitieron, desde aquel nacimiento de nuestras instituciones, que la contienda política fuese en muchos casos violenta.

La primera Constitución en dar a luz, la de 1819, marcó un jalón al regular nuestra democracia, y aunque aquella terminó dando lugar a la crisis del año 1820 -y el surgimiento de las autonomías provinciales- permitió sentar bases que se mantuvieron -y se mantienen al presente- en torno al modo de organizar el poder estatal. Nuestro país, desde su génesis, pretende y quiere ser republicano y representativo, circunstancia que se volvió a poner en evidencia con la Constitución de 1826, también fallida.

En 1853, la firme voluntad política del bando triunfador -Urquiza-, la influencia de Alberdi y de otros intelectuales permitieron finalmente comenzar a construir la democracia argentina, aunque también con mucho esfuerzo, y para ello fue indispensable la educación y la instrucción según los postulados de Belgrano, Alberdi y Sarmiento.

Esa democracia, representativa, republicana y federal, fue un logro de muchas generaciones que, con luces y sombras, hicieron un país posible, que luego fue truncado en 1930. La historia moderna es conocida: 1943, 1955, 1966 y 1976.

El año de 1983 sin embargo se convirtió en un nuevo momento fundacional. A partir de entonces no sólo se ratificó la voluntad democrática, republicana y federal de la Nación -tal como aconteció en 1810- sino que además la sociedad comenzó a habituarse a vivir y a solucionar -o no- sus problemas, pero en democracia. Desde entonces han pasado 40 años, lo que implica que varias generaciones de argentinos han nacido, viven y quieren la democracia para su futuro. Honrar la democracia, entonces, es homenajear el esfuerzo de los patriotas que desde el Cabildo de 1810, pasando por las guerras de la independencia, las luchas civiles, la Constitución de 1853 han pensado la república posible, que todavía debemos edificar. Ese es nuestro desafío.