Isabel Aráoz viene desmenuzando desde hace años la obra de Hugo Foguet (1923-1985), una minuciosa investigación que tradujo en sus tesis -la de licenciatura y la doctoral en Letras-, trabajos más que suficientes para destacarla como “la” especialista en el legado del escritor tucumano. El domingo pasado Foguet habría cumplido 100 años, oportunidad inmejorable para charlar con Aráoz sobre lo que el autor de “Pretérito perfecto” significa para la cultura de la provincia.

- ¿Qué lugar le asignás a Foguet en el campo de la literatura del siglo XX?

- Le concedo un lugar destacado, por supuesto. Creo que la totalidad de su obra -aún por (re)editarse, circular y leerse con un mayor alcance- dan cuenta de una voz poética que puede apreciarse en esa articulación de las tradiciones literarias que lo convocan. Una literatura local frente a la que señala un distanciamiento y una ruptura; una literatura del continente latinoamericano con la que comparte, por ejemplo, estrategias de recuperación y reutilización estética de los documentos de cultura y aquellos vacíos y zonas borrosas del archivo y la historia oficial sobre las que Foguet ausculta el pasado y lo reescribe; y esa otra literatura, universal, que alimenta su lengua como los caudales de los ríos que desembocan en el mar.

- ¿Cuáles fueron los rasgos distintivos de su obra, en cuanto a los temas y al estilo?

- Si tuviera que sintetizarlos diría que parte de la singularidad de su obra radica en la construcción poética de una biblioteca, esa “tierra de los libros” que inunda su poesía, sus novelas, sus últimos cuentos. Parte de su propuesta literaria la encuentro en ese modo de reescribir el archivo (de libros, de historias orales, de historias de conquistas y viajeros) que lo pone en vinculación con las grandes novelas latinoamericanas, por ejemplo. También lo que he llamado “la palabra de agua”, que se abre a una tradición de marinos que expande su universo literario y que, por supuesto, traza nudos no solo con otras geografías (las de Oriente) y estéticas, sino también, con esa experiencia de navegante para reconocerse en una estirpe de narradores. Inevitable, el contrapunto en que ingresan el espacio del norte y la ciudad de San Miguel de Tucumán, que otros escritores también abordaron desde la ficción, y esa geografía del sur patagónico, extrañada, a la que se accede, doblemente, por vía del archivo y su condición de marino. La escritura de Foguet es un lenguaje que se mira a sí mismo: se evoca y se interroga sobre el poder de la lectura, la escritura y también sus imposibilidades ante las múltiples formas de la violencia en la historia de la humanidad. Foguet vuelca el relato civilizatorio de la modernidad y nos revela su lado más cruel.

- ¿Pensás que “Pretérito perfecto” es la obra cumbre de la literatura tucumana?

- En la pregunta identifico una trampa hábil en la que no quisiera caer. Por “cumbre” entiendo ese punto elevado, epifánico, al que llega un caminante luego de un intenso recorrido y la probable sensación satisfactoria que puede ser entendida como sinónimo de perfección, grandeza, e incluso, reconocimiento. En el campo de las artes y de la literatura los términos absolutos impiden ver el trasfondo, ese humus que hizo posible la emergencia de una obra que nunca es adánica. Es decir, no es primigenia ni solitaria. Para mí, “Pretérito perfecto” es una novela importante que ha marcado la producción poética en la provincia de Tucumán en el siglo XX, pero no es la única. Su singularidad solo se entiende si es puesta en diálogo con las novelas que otros autores y autoras han escrito (Julio Ardiles Gray, Elvira Orphée, Tomás Eloy Martínez, Juan José Hernández, Eduardo Perrone, Eduardo Rosenzvaig, Dardo Nofal, Horacio Elsinger, Sara Rosenberg, por ejemplo) y que han contribuido a un acervo que aún debe ser puesto en valor. Octavio Corvalán supo señalar que había que “llegar a 1983 para encontrar acaso la gran novela de Tucumán”. Quizás usar un adjetivo como este, aunque sea más modesto, logre una mayor precisión para describir el lugar que ocupa (y merece) “Pretérito perfecto” en una “tradición literaria” y que, además, nos permita pensarla ante las nuevas generaciones de escritores de Tucumán que se atreven a la novela.

- ¿Te quedás con el Foguet poeta o con el narrador? ¿Por qué?

- Como lectora me quedo tanto con su poesía como con su obra narrativa. Me es difícil no trazar líneas de continuidad más allá de los géneros literarios tradicionales y a pesar de que el mismo Foguet se reconociera más como narrador/novelista que poeta. Su prosa está cargada de lirismo y, creo, que fue el espacio de esa escritura la que le permitió explorar y buscar otras maneras de decir, esas crapodinas que inventa “Frente al mar de Timor”. Del mismo modo, su poesía tiene esa impronta del relato por el peso mismo con que ingresan al espacio del verso, la historia y el archivo.

- ¿Cuál era su relación con Tucumán y cómo la plasmó en su obra?

- Su vinculación con Tucumán está atravesada por la distancia que le impone su oficio de navegante. Condición material ineludible para imaginar su tarea de escritor mientras recorre los mares del mundo y supervisa las maquinarias de los buques. La nostalgia moja y avanza sobre las líneas de sus textos. De allí, la imponente presencia de la ciudad capital a la que recurre para contar la historia en “Pretérito perfecto” de la mano de su alter ego -Ramón Furcade, personaje que nace en sus cuentos- como Foguet reconoció en la entrevista “La fundación literaria de Tucumán a través de una novela” (LA GACETA, 28 de agosto de 1983). Hay una escena clave (al menos para mí) que revela esto: “Yo siempre lejos pero trabajándome la cabeza hacer de esta ciudad -de su pasado y su presente- algo habitable, un lugar seguro para mí, un mundo de palabras que pudiera visitar sin sobresaltos y cuentas veces quisiera. Fue entonces que imaginé todo esto que está ocurriendo, y también lo ocurrido, y entré a ponerle orden al caos....” El horizonte de las montañas, los tarcos y los lapachos, las calles estrechas del Bajo, La Cosechera, la lluvia suave o torrencial construyen esa otra orilla que se mira desde el barco: “Entonces/Me gusta volver sobre mis huellas pisoteando esa cáscara oscura/ que la memoria desprendió en otro tiempo”, conjura su poema “De la memoria” (LA GACETA, 5 de enero de 1975).

- Su historia de amor con la poeta Inés Aráoz merece ser contada. ¿Qué pensás que significó este capítulo en la vida de Foguet?

- En lo personal es una historia que me causó alucinación desde el inicio. Intuyo que otros como yo encuentran allí un relato signado por el deseo, la intimidad y el lenguaje de dos personas que se aman, se escriben, se leen, se acompañan. Incluso más allá del tiempo y de la muerte. La fascinación también se alimenta y encuentra regocijo en las migas de esta historia que se dispersa en forma de citas, dedicatorias, traducciones, recuerdos, algunos de los que pueden rastrearse en los textos de Hugo e Inés, siempre en el cruce de lo ficticio y lo real. A modo de precaución, también diré que la vida y la obra de ambos exceden los límites de este capítulo signado por el encuentro.

- ¿Pensás que Foguet está presente o que ocupa el lugar que le corresponde en el imaginario de Tucumán?

- Tengo la impresión -quizás algunos coincidan conmigo y otros no tanto- que la obra y la figura de Foguet fueron acercándose a un lugar de mayor reconocimiento a lo largo de estos años. Si uno revisa su trayectoria, su nombre aparece vinculado al quehacer literario de la provincia durante casi tres décadas desde la publicación de su primer cuento (“Fantasmas”, 1956) en LA GACETA, junto con el reconocimiento de la crítica académica y periodística que destacaba, paso a paso, una obra que sería profusa, pero que con los años se convirtió en un autor poco leído (o “un autor de culto” como escuché decir) porque sus textos o sus libros eran inhallables y uno recurría al préstamo “de mano en mano”. Por ventura, con los años se concretaron proyectos editoriales que recuperaron y reeditaron su poesía dispersa e inédita, sus cuentos finales y “Pretérito perfecto”. Ahora, por cierto, tuve la oportunidad de escribir el prólogo que acompaña la reedición de “Frente al mar de Timor” por Edunt.

- Si lo tuvieras al frente, ¿qué le dirías?

- Posiblemente lo sometería a un interrogatorio interminable, después de haberlo estudiado durante tanto tiempo y haber ensayado diversas hipótesis sobre su visión de la literatura, sobre su tarea de escritor o sobre sus proyectos pendientes. Le preguntaría, por ejemplo, sobre ese lugar inclaudicable de la escritura frente a la necesidad de sostener un trabajo (y un ingreso económico), cómo fue escribir después de dejar de navegar y si eso tuvo alguna incidencia en su rutina (y su obra). Si tenía alguna historia pendiente que narrar, más allá de su novela inconclusa... Le preguntaría si, al menos de vez en cuando, volvía sobre sus cuadernos escritos de juventud a buscar el nacimiento de su próximo texto. Y por supuesto, le preguntaría, cuál es el último libro que ha leído.