El sol cae en picada sobre una multitud que supera los 50.000 fieles. Parece enero, pero es 8 de abril y la sensación térmica vuela por encima de los 40°. En su clásico pose, como capturado por una ensoñación, Juan Pablo II sigue la ceremonia en el aeropuerto de Cevil Pozo. Los ojos entrecerrados, la respiración acompasada. Hasta que llega su momento, el rostro se le enciende y ya de pie afirma:
“El Sucesor de Pedro ha venido a la tierra tucumana para alabar con vosotros la misericordia de Dios Padre, que ha querido llamarnos hijos de Dios, y que lo seamos. Lo hacemos aquí, en esta ciudad de San Miguel de Tucumán, a la que llamáis Cuna de la Independencia, por haber iniciado aquí vuestro camino en la historia como nación independiente. Desde entonces, los habitantes del norte argentino os sentís especialmente vinculados a este lugar; y habéis cultivado un marcado amor a vuestra patria, sintiendo además la responsabilidad de custodiar la libertad y la tradición cultural de la Argentina”.
Los 40 años de democracia subrayan un momento clave: antes y después de FranciscoLa fecha se atesora como la más trascendente en el historial espiritual de la provincia. Por primera vez el líder de la Iglesia Católica pisa suelo tucumano y los fieles que desde el alba peregrinaron para recibirlo en el aeropuerto se sienten protagonistas de un momento único. Fueron poco más de 100 minutos los que Karol Wojtyla, hoy San Juan Pablo II, permaneció a un puñado de kilómetros de la capital. Todo un privilegio.
Wojtyla había llegado a la Argentina en 1982 -la primera visita de un Papa a nuestro país-, pero movilizado por el drama de la guerra de Malvinas. Resultó entonces un viaje relámpago de 48 horas, con el Pontífice empeñado en ofrecerse como prenda de paz para solucionar el conflicto. Cuando llegó, aquel 11 de junio, los ingleses ya avanzaban hacia Puerto Argentino y la rendición era inminente. Quedó en ese momento la promesa de un regreso más extenso, enmarcado por uno de los característicos raids pastorales que marcaron los años de Juan Pablo II al comando del Vaticano.
Al rumbo lo marcó la impronta de los arzobisposEse retorno se concretó en 1987, ya en democracia y y durante el cuarto año de la Presidencia de Raúl Alfonsín. El pivot de la gira fueron las Jornadas Mundiales de la Juventud Católica, realizadas en Buenos Aires. Ese fue el punto de inicio y de cierre del viaje, que incluyó paradas en Viedma -donde Alfonsín planeaba mudar la Capital Federal-, Bahía Blanca, Rosario, Córdoba, Mendoza, Salta, Corrientes y Entre Ríos. También se trasladó a Montevideo y a varias ciudades de la geografía chilena.
A Tucumán, aquel 8 de abril Juan Pablo II llegó en plena siesta. El Tango 02 aterrizó en el aeropuerto Benjamín Matienzo, bajo un solazo tan habitual como impiadoso. Rápidamente se dirigió al altar-escenario frente al que se apiñaban los fieles, apenados separados de Su Santidad por un vallado. Las tonadas se mezclaban allí: tucumanas, santiagueñas, catamarqueñas, riojanas... Los bomberos intentaban llevar alivio mojando a la multitud, mientras los puestos sanitarios no daban abasto atendiendo a los descompensados.
La presencia de Juan Pablo II trasladó ese fuego a los corazones y sus palabras supieron calar profundo. Así lo certifica el cierre de esa histórica homilía:
“¡Creced en Cristo! ¡Amad a vuestra Patria! ¡Cumplid con vuestros deberes profesionales, familiares y de ciudadanos con competencia y movidos por vuestra condición de hijos adoptivos de Dios! Sé que lo haréis. Veo reflejada en vuestros rostros la esperanza de la Argentina que quiere abrirse a un futuro luminoso y que cuenta con la promesa de sus jóvenes, con el trabajo de sus hombres y mujeres, con las virtudes de sus familias, alegría en sus hogares, el ferviente deseo de paz y concordia entre todos los componentes de la gran familia argentina”.