NOVELA

EL LLOVEDOR

MARCELO RUBIO

(También el caracol - Buenos Aires)

Marcelo Rubio (Buenos Aires, 1966) es uno de los más relevantes narradores argentinos de estos tiempos.

Relevante, entiéndase, con independencia de esa noción imprecisa, arbitraria y por ende interpelable, que a grandes rasgos damos en llamar “fama” y “notoriedad”.

Al respecto hay en plaza media docena de testimonios a mano de cualquier hijo de vecino. En el género del cuento propiamente dicho, Fútbol sin tiempo, Nueve relatos atravesados en la garganta, La Strada, Bajo el signo de Eva y El largo viaje.

Y si de novelas se tratara, Lo que trae la niebla, El Cristo roto y La leyenda del santo volador, todas antes de la que en 2023 alumbró la editorial También el caracol: El llovedor, que de esa travesía van estas palabras.

Esa travesía, esta historia o acaso de ese bello sueño a ojos abiertos que Rubio ha sellado en letras de molde, a contracorriente del enunciado del propio autor, del acápite de apertura: “Un muerto es un hombre que no puede soñar, lo sabe desde la primera vez que vio a uno. De ese año nadie guardó un mínimo recuerdo blando”.

Poético, ¿verdad? Pues en la novela de marras ora subyacen, ora se dejan ver, los dulces frutos de un lenguaje lírico que sale airoso de la trampa del forzamiento y de la coartada fácil de la metáfora sin sustancia.

Que si de sustancia hablamos -urge la aclaración- también estará a buenas el lector que guardara fidelidad al nudo explícito del asunto: una sequía azota a un pueblo cuyos moradores son víctimas del oscuro vaivén de la incertidumbre y el fatalismo, hasta que alguien dice que escuchó decir a otro que escuchó a un tercero, que en comarcas lejanas vive un hombre que maneja el prodigio de hacer llover.

“Ella lo miró y afirmó con un gesto.

-Vamos a contratar a un llovedor que viene de las tierras del sur. Parece que hay buenas referencias”.

A medida que sigue los pasos de los que esperan y del esperado, Rubio pinta aldeas, pone la lupa en sutiles fantasmagorías del Reino Animal y se abisma en los recovecos del sentido. A ese oculto tesoro de la cavilación nos invita mientras esperamos que, por fin, la lluvia salve la cosecha.

© LA GACETA

WALTER VARGAS.