Por Graciela Jatib y Jaime Nubiola

Para LA GACETA - TUCUMÁN / PAMPLONA

En una reflexión de Simone Weil (1909-1943) sobre el poder y la fuerza puede leerse el episodio en el que el viejo Príamo suplica, rodilla en tierra, a Aquiles que le devuelva el cadáver de Héctor, su hijo muerto: «La víctima suplicante está dominada por el verdugo, un poder privado de humanidad, que lo convierte en una cosa». Como dice Weil, encontrarse en una situación límite así, privado de la dignidad y con la facilidad de ser corrompido por el poder, destruye la humanidad. Podemos decir nosotros que las atroces guerras en Ucrania y en la Franja de Gaza nos tienen de rodillas. Vemos la guerra por televisión y quizá ya no nos conmueve porque la familiaridad con las películas de guerra nos ha insensibilizado ante lo que existe realmente. Sin embargo, todos anhelamos devolver la dignidad a estos pueblos y a cada ser humano que sufre.

“Fratelli Tutti” —«Todos hermanos»— es la expresión usada por san Francisco de Asís con la que el papa Francisco tituló su encíclica del año 2020 y que leída hoy parece una profecía que mira al futuro con dolor. Ese futuro es el que hace que palidezcamos hoy consternados por las guerras, llenos de desesperanza y de temores. Y allí es donde podemos unir nuestra reflexión a la de Francisco: «Preguntemos a las víctimas. Prestemos atención a los prófugos, a los que sufrieron la radiación atómica o los ataques químicos, a las mujeres que perdieron sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia. Prestemos atención a la verdad de esas víctimas de la violencia» (n. 261).

La encíclica comenzaba advirtiendo qué tendencias del mundo actual se oponen al desarrollo de la fraternidad universal, advirtiendo sobre “las sombras de un mundo cerrado”, donde los más fuertes forman una cofradía de bienestar y de opulencia a espaldas de los que padecen las ruinas de un planeta que expulsa a los más débiles y los hace cada vez más frágiles, una “cultura de los muros” que fortalece cada vez más el hormigón y el cemento de sus corazones insensibles. Paradójicamente, Francisco se refiere a una “apertura” en términos de denuncia; nos dirá que el “abrirse” al mundo —a este mundo cerrado— es una expresión referida a la economía y a las finanzas: «El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos», o en una cita extraordinaria de Benedicto XVI: «La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos» (n. 12). La ronda de los cartoneros al anochecer de cualquier ciudad de la Argentina muestra la lucha de los que menos tienen por apropiarse del descarte de los que más tienen. La multinacional McDonald’s y otras cadenas de comida rápida usan bolsas de colores para separar los alimentos de los plásticos, para indicar a los que comen de la basura en qué bolsa deben escarbar: “Mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16, 19-21), no podrá haber justicia ni paz social” (Francisco, Misericordia y miseria, n. 21, 2016).

Con profundo dolor Francisco denuncia que «se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos» (n. 11). El cruel espanto de la guerra es un alegato en contra de la condición humana misma. No hay posibilidad de encontrar un beneficio a las guerras, solo devastación y tristeza, orfandad y miseria, como puede leerse entre las líneas de cualquier reporte de guerra. En palabras de la Fratelli Tutti: «Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal. No nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados» (n. 261).

Las guerras no solo están lejos —en Ucrania o en Gaza—, sino que de una forma más solapada están también en nuestras calles cuando no nos tratamos como hermanos, cuando convivimos indiferentes con la injusticia, con la realidad de que unos tienen mucho, mientras que otros no tienen nada.

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Graciela Jatib – Licenciada en Filosofía de la UNT (gracielajatib@gmail.com).

Jaime Nubiola - Profesor emérito de Filosofía de la Universidad de Navarra (jnubiola@unav.es).