Por Hugo E. Grimaldi
Todo se acelera: no pasó todavía una semana desde que la ciudadanía dijo lo que dijo y consagró a Javier Milei como el nuevo Presidente de los argentinos y da la impresión que ya se ha consumido parte de los 100 días tradicionales de crédito o bien por su inexperiencia o quizás por el pobre y caótico manejo comunicacional de su entorno a la hora de ir dejándole ver a la ciudadanía, de un modo más que desprolijo, su futuro Gabinete.
Parece mentira, pero mientras se calibran los tiempos del “shock gradualista” que se prepara en economía (todo un contrasentido retórico) y se generan tensiones por la llegada de Patricia Bullrich a uno de los espacios que se había reservado para Victoria Villarruel (Seguridad), el elegido pasó de ser un ultra del dogmatismo de motosierra y dinamita a mostrar una capacidad de adaptación llamativa. Realista o pragmático se podría decir, con el objetivo concreto de construir gobernabilidad en la transición, que ya se verá cuánto va a durar.
En verdad, parece que ha pasado mucho más tiempo, pero hace apenas seis días fue cuando coincidieron la hora de la verdad con la realidad, exactamente cuándo dieron las 6 de la tarde del domingo pasado y ya había dentro de las urnas tres millones de votos más (55,7% del padrón) que habían elegido al libertario. ¿El motivo central?: nunca el ingreso de los argentinos estuvo más aplastado que hoy en día. No es necesario saber de macroeconomía ni hacer complejas elucubraciones sobre complot alguno, sino que lo que definió la elección fue la ecuación del almacenero sobre lo que entra y lo que sale. En defensa propia: simple y sencillo.
Dice la cátedra que así no hay oficialismo que aguante y que era cantado que Sergio Massa estaba condenado, en medio de un déficit que se agrandaba y de la emisión que crecía, dos elementos que usó de modo más que irresponsable el candidato oficialista para envasar su último engaño. Así, la aguja del proceso inflacionario fue corriendo cada vez más y eso fue sólo el denigrante final de un ciclo, ya que resultó tal el desbarajuste económico que provocaron los 16 años de kirchnerismo, que los ciudadanos prefirieron elegir a un candidato sospechado de inestabilidad emocional, un “loco” en la jerga popular, al que le pusieron 14,5 millones de votos.
En dicho paquete convergieron los votantes propios de La Libertad Avanza, casi todos los de Bullrich gracias al olfato de Mauricio Macri, muchísimos radicales (teléfono para Gerardo Morales & Co.), una gran porción de quienes habían elegido a Juan Schiaretti y los que no escucharon ni los cantos de sirena del feriado largo ni la invitación a votar en blanco. En este último aspecto hubo una saludable regimentación democrática a favor de la participación, más allá de una abstención algo superior a la normal. En general, casi todos quisieron opinar con su voto y casi no hubo espacio para esconderse.
El triunfo de Milei, ¿se dio gracias a un voto antiperonista, gorila para más datos? Esta vez no parece que haya sido así, sino que fue un castigo hacia los controvertidos personajes del kirchnerismo sospechados de mil y una formas de enriquecerse en la función pública, y también a la permanente política de enroscar la víbora que usaron durante muchos años esos mismos dirigentes. En los últimos tiempos, los engaños no tuvieron mayores pruritos a la hora de hacerle creer a los ciudadanos una mejora social que el propio esquema por ellos bendecido se ocupaba de bastardear, una coartada para justificar tanta mala administración, un relato que ya casi nadie se tragaba más. En síntesis, una burla.
A la razón principal del bolsillo hay que agregarle también y necesariamente, otros vericuetos que parecían dormidos y que explotaron todos juntos en las urnas. Y si bien hubo muchos votantes que siguieron detrás de lo seguro (gente mayormente asociada a ingresos estatales), otros se animaron a decirle que no a un candidato de escasa credibilidad, alguien demasiado ambicioso y por lo tanto, poco confiable como Massa que, además, prometía más de lo mismo.
También salió a la superficie un elemento que parecía que la sociedad no internalizaba, como es la comprensión general de que la razón principal de la triste pobreza que todo lo invade (en verdad “mishiadura”, tal como se dice con mayor dramatismo en el Río de la Plata) es la emisión o la deuda y que gran parte de esos fondos han ido a parar a bolsillos ajenos bajo el eufemismo de “hacer política”. A mucha gente se le cayó la venda y se dio cuenta qué significa en sus vidas cuando la política mete la mano en la lata, las llamadas arcas de la corrupción.
Mientras tanto, del lado ganador, el apuntalamiento de Macri sirvió para convencer al electorado que se mostraba más remiso a las locuras del candidato que iba a ser él quien podía sumarle la moderación que muchos estaban buscando, algo que a juzgar por los nombramientos del futuro gobierno no sólo ha venido a llenar casilleros de gente que La Libertad Avanza (LLA) no tenía, sino que le puede aportar muchos funcionarios razonables. No será un co-gobierno, pero por ahora se le parece.
Lo cierto es que las PASO, la primera vuelta y el balotaje se encadenaron y le comieron la cabeza a la ciudadanía durante demasiado tiempo. La velocidad de tan inédito deterioro, que les hace agua a la boca a gremios y a movimientos sociales, sobre todo para oponerse desde ya mismo, quizás tiene una explicación: la Argentina soportó un proceso electoral de varios meses, con todos los ciudadanos subiendo en la montaña rusa en el lento carrito que lleva a la cima y ahora, cuando la cosa viene en picada y toma cada vez mayor velocidad, da la impresión que ha pasado demasiado tiempo.
Pese a que en la resolución de los temas macroeconómicos el orden de ataque a los problemas parece ser el más lógico (equilibrio fiscal, apretón monetario y adecuación cambiaria) y diferente al que impulsó Macri cuando llegó a la Presidencia y sacó el cepo. La idea inicial es postergar esa etapa y mostrar acción para generar credibilidad e incentivos para la inversión. Una de las prioridades es desarmar el lastre de las LELIQ sin Plan Bonex y probablemente con cobertura externa derivada del mayor apetito que hay por los bonos argentinos. Algunos presumen que quizás también se utilice el Fondo de Estabilización de la ANSeS, probablemente el motivo por el cual Carolina Píparo saltó abruptamente de ese sillón.
Hay también dentro de LLA quienes, ahogados en su ansiedad, critican al presidente electo por su propensión inicial al shock para ordenar la economía, mandando al desván el proyecto dolarizador. Seguramente, ellos y otros desde afuera después le pegarán duro cuando haya que hacer paradas en algunas estaciones más gradualistas y la situación inflacionaria no se termine de estabilizar del todo, ni en uno ni en dos años siquiera. Entonces, los tironeos por la plata le llegarán a Milei de todos lados, del establishment que vivió siempre de la teta del Estado que le comenzará a pasar sus facturas y de la calle, seguramente. Más allá de todos estos inevitables tironeos, otra duda: ¿hay tanto tiempo para esperar?
Hace menos de una semana que se inició el proceso de aceleración, el del comienzo de la caída hacia lo profundo del pozo. Tras la bronca y el cansancio, aparece ahora el lógico temor ciudadano no sólo hacia lo desconocido, sino a que alguien de las Fuerzas del Cielo se equivoque a la hora de apretar el botón correcto y que el viaje al infierno se convierta en un desastre mayor. Ha comenzado un viaje a ciegas y habrá que cruzar los dedos.
En términos boxísticos, ahí aparece otra gran incógnita, saber si Milei es un tiempista o un zapallero que va a empezar a tirar golpes a lo loco. Y este último gran signo de interrogación lleva a otra pregunta que muchos votantes de última hora querrían que su respuesta se resuelva lo antes posible: ¿como garante del equilibrio, estará Macri a mano en el rincón (o a su derecha en el cockpit) para aportarle alguna serenidad extra al Presidente?