La nada queda en Agua Amarga. En el paraje del interior profundo de Santiago del Estero, ubicado a 217 kilómetros de San Miguel de Tucumán, y a apenas cuatro del límite con Salta, suceden cosas extrañas. Sus habitantes juran que es común escuchar vuelos de aviones de pequeño porte cruzar el cielo y horas después, observar camionetas cuatro por cuatro transitando a toda velocidad con misteriosas cargas en sus cajas. Esos son algunos indicios de que forma parte de la ruta de los vuelos narcos.

Nadie puede decir a ciencia cierta porqué el pueblo se llama así, ni la fecha exacta de fundación. Creen que recibió ese nombre por la existencia de una vertiente que tenía agua en mal estado. El paraje, que tiene 205 habitantes y sólo tres son empleados públicos (la enfermera, un policía y el ordenanza de la escuela), salió del ostracismo en 2008. Allí se registró uno de los primeros casos de bombardeo de cocaína.

Los “aguamarguenses” o “aguareños” (están tan alejados que ni gentilicio definido tienen) recuerdan con temor cómo se desencadenó ese hecho. Cuentan, en off y con la boca a medio abrir para evitar ser escuchados por terceros, que en medio de la Novena de Santa Rita (la virgen protectora del lugar), un vecino se presentó ante los responsables de la escuela (en los lugares más alejados los docentes siguen siendo la única autoridad) y les dijo que por sus tierras había volado un avión arrojando bultos.

“Llamamos a las autoridades y al día siguiente hubo una reunión. Le contamos lo que había sucedido y nos avisaron que eso era con seguridad un vuelo narco. Nos recomendaron que no dijéramos nada porque era gente muy peligrosa. Fueron hasta el lugar y solo hallaron envoltorios”, relata el director del establecimiento Gustavo Valdivia.

La historia no terminó ahí. “Una semana después, la misma persona volvió y nos contó que había encontrado cajas ocultas en un monte de su campo. Otra vez avisamos a la policía. Vinieron, confirmaron el relato e hicieron guardia. A los dos días detuvieron a varias personas por haber ido a buscar la droga. Eran 100 kilos de cocaína y los sospechosos no eran de aquí”, agregó Valdivia. Hubo otros dos casos más de estas características en Agua Amarga: en 2016 y en 2018. Al igual que el primero, por casualidad o causalidad, todos se registraron en mayo. Más allá de la duda, lo único cierto es que las autoridades secuestraron 430 kilos de “merca” en los tres procedimientos.

El viaje

Miércoles 21 de noviembre. A las 6 de la mañana, una fuerte tormenta complicó el inicio del viaje. El equipo periodístico de LA GACETA transitó la ruta 304 y luego la 306 hasta llegar a Gobernador Garmendia. De ahí, por la ruta nacional 34 con destino a 7 de Abril, la triple frontera de Tucumán, Salta y Santiago del Estero. En ese punto, tomando la ruta provincial 4, se dirigió a Nueva Esperanza y luego a El Mojón, ambas localidades enclavadas en tierra santiagueña. Son al menos cuatro los puestos de control (dos de ellos interprovinciales) que hay que sortear en el recorrido. En ninguno de ellos había policías.

La “desgracia” de haber pinchado una rueda terminó transformándose en una “bendición” periodística. “No maestro, le está errando. Acá sí hubo vuelos narcos, pero desde hace mucho que no se ven aviones. La zona caliente está más al este. Tienen que ir a Agua Amarga, El Bordo, San José del Boquerón, Monte Quemado… Ahí está lindo”, señaló preocupado Juan, un trabajador de El Mojón.

Agua Amarga no aparece en Google Maps, sí el club Social y Sportivo Agua Amarga, lugar donde se realizan los carnavales que convocan a centenares de personas. La aplicación señalaba que se debía recorrer la ruta 3 para llegar a ese lugar, pero no coincidía con las indicaciones del lugareño. Por la distancia, el equipo se inclinó por la sugerencia del conocedor de la zona.

Sorpresa

Los pueblos del interior de Santiago del Estero son muy diferentes, pero también parecidos. Se distinguen por la cantidad de habitantes y por los grandes negocios que no tienen ni un cliente, pero varias camionetas cuatro por cuatro de sus propietarios estacionadas en la puerta de los comercios. A la entrada de los centros urbanos están los cementerios que tienen siglos de existencia. Coloridos carteles informan a los visitantes el nombre del lugar. A tres cuadras de la plaza principal ya comienza la zona rural. Ahí se encuentran los clubes hípicos. No son lugares para practicar equitación, sino pistas de carreras cuadreras que, según los lugareños, forman parte de la vida social de la zona. Para los investigadores, esas rectas largas y perfectamente niveladas son utilizadas como pistas para los vuelos narcos.

El camino alternativo que conduce a Agua Amarga no es tortuoso, está muy bien consolidado. No hay bobadales (cúmulos de tierra suelta que cuando llueve se hacen intransitables), tampoco ripio, sino gravas que le dan más firmeza aún. Es recto y por sectores tiene el doble de ancho que la ruta 38. Es el sueño para cualquier agricultor, ya que podría sacar sin inconvenientes su producción, algo que prácticamente no existe en Agua Amarga. “La principal actividad en la zona es la ganadería. Pero está muy mal. Por la sequía los animales no tienen qué comer y la zona de pastoreo cada vez es más chica por el avance de las fincas”, explicó Valdivia. “La gente viene de afuera, dice que compró la tierra, le pone alambrado y desmonta. Pero no contratan a nadie de aquí, ellos traen sus trabajadores”, agregó Fernando Güanco.

La zona es un laberinto de caminos que aparecen de la nada y que llevan a lugares desconocidos. “Y van a distintas partes, a otros poblados, a Salta. Si tenés una buena camioneta y conocés la zona, salís a Tucumán sin pasar por el puesto de 7 de Abril”, contó Mario Jiménez. A la vera de esta ruta desconocida se pueden descubrir extensos terrenos desmontados que no son producidos. Otros están ocultos detrás de una franja de frondoso monte que no permite ver nada. Los lugareños le llaman “cortina”. Los investigadores, pantalla para que los ojos de curiosos no descubran lo que se hace ahí adentro.

Después de recorrer unos 30 kilómetros, el visitante llega al “centro” de Agua Amarga. Atrás quedaron esas humildes viviendas distanciadas por uno o dos kilómetros, las charatas confianzudas dando brincos por la vera de la ruta y veloces cardenales queriendo vencer en una carrera al vehículo. La capilla, la escuela (en la que los alumnos son niños antiguos porque no hay señal de celular), dos casas, el almacén y el destacamento policial que cuenta con un efectivo policial, forman parte de “lo más importante” del paraje.

“La gente no quiere hablar mucho porque tiene miedo. Sí se escuchan vuelos de avionetas y después el andar de camionetas. No es gente de aquí. Para mí, son las personas que arriendan los campos”, explicó una mujer. La charla llegó a su fin cuando un hombre le gritó que no hablara. El miedo se percibe en cada gesto de los lugareños. Algunos hasta transpiran. ¿Quién se encarga de mantener el camino? Fue una de las preguntas que nadie quiso responder.

Los habitantes de Agua Amarga sí confirmaron que el camino alternativo lleva a Salta. “El límite está a cuatro kilómetros de aquí. No hay puesto fronterizo ni controles”, explicó Valdivia. “Como uno de los policías es de aquí, le preguntamos por qué no paraba a los vehículos que pasan. Nos respondió que él había planteado a sus superiores lo mismo, pero le respondieron que no hiciera nada porque estaba solo y lo podían matar fácilmente”, finalizó.