POESÍA

LOS ULTIMOS CIELOS

SANTIAGO KOVADLOFF

(Vinciguerra – Buenos Aires)

En Los últimos cielos, Santiago Kovadloff, siempre asombroso, siempre nuevo, reinventándose, nos conmueve con un costado nostálgico, melancólico. Que, aunque tan diferente en su poetizar, remite de algún modo a Los últimos soles, de Enrique Molina.

Citaré, a modo de ejemplo, uno de sus más deslumbrantes poemas, tan suyo, tan esencial kovadloffiano. “Padres”: No hay más Sara ni David. / Hay una gorra, un velador, / una tarde d invierno inolvidable / días de sol, remotos ya, inasibles; / otros recientes y el final: / mis padres muertos.

Hoy sé cómo será nuestro reencuentro. / Mi hijo, mis dos hijas, / en la noche de un día presentido, / se verán asaltados por mi sombra, / por mi nombre apenas susurrado, / el hallazgo de mis ojos en sus ojos, / un paseo en sus sueños, una vez.

O esos guantes que olvidé una tarde / en casa de uno de ellos / donde dije apenas apremiado: / -Debo irme.

Un poema espléndido, que logra magistralmente esa alquimia propia de la verdadera ontología lírica, ese no decir diciendo en que consiste la poesía, la sustantiva, despojada de adjetivos y de retórica facilista. Lo cual, habida cuenta de que Santiago es ensayista –y traductor y autor de cuentos, además de integrante de un conjunto musical- constituye un mérito insoslayable y una rara, inédita casi, conjunción.

El vigor y la excelencia de este nuevo poemario contradice, si es que cabe decirlo así, ese adiós, por otra parte tan bello, de tantos de los poemas que integran el libro. “Ultimos cielos”, en suma, que sus lectores y admiradores los leeremos siempre como “Primeros cielos”. Primeros por su excelencia, primeros por su capacidad de maravillarnos, primeros por su reivindicación del poder y la gloria de la verdadera poesía.

Bienvenido, Santiago, tus nuevos y extraordinarios poemas de Los últimos cielos.

Y gracias, muchas gracias.

© LA GACETA - Fernando Sánchez Sorondo