Algunos varones consultan a especialistas en sexología por temor a padecer eyaculación precoz. Sin embargo, una vez que el/la profesional indaga acerca de los fundamentos de tal preocupación, puede descubrir que lo que estas personas consideran una eyaculación rápida, no es otra cosa que la emisión del llamado “líquido preseminal”.
Es decir, de aquella pequeña cantidad de fluido transparente y viscoso que más de uno, créase o no, confunde con semen. Paradójicamente, la falta de información, sumada a la fuerza de la creencia (por más que sea errónea) y a la ansiedad que esta idea genera, favorece el desarrollo de la disfunción sexual.
Fines reproductivos
El líquido preseminal es segregado, a través de la abertura de la uretra en el glande, por las glándulas bulbouretrales, también llamadas “glándulas de Cowper” (en honor a William Cowper, anatomista y cirujano inglés, pionero en describirlas en una publicación aparecida a fines del siglo XVII).
Esta emisión ocurre cuando la persona alcanza altos niveles de excitación sexual, pero previo al momento eyaculatorio. Dichas glándulas -son dos- tienen forma de garbanzo y están ubicadas en la base del pene, rodeando la uretra por debajo de la próstata.
La función de esta secreción es proveerle al semen un medio apto, alcalinizando la uretra: como es sabido, por ese mismo canal antes pasó la orina, que es ácida, es decir nociva para la supervivencia de los espermatozoides, los cuales buscan cumplir su objetivo reproductor.
El pecado de Onán
A pesar de no ser semen, el líquido preseminal puede contener algunos espermatozoides. Lo cual explica porqué son bastante frecuentes los embarazos entre quienes utilizan como método anticonceptivo el coito interrumpido (es decir, retirar el pene de la vagina antes de que se produzca la eyaculación). Se estima que el porcentaje de fallos con este método es del 27%.
El “coitus interruptus” es probablemente el método anticonceptivo más antiguo que existe. Ya en la Biblia figura un pasaje al respecto, en el libro del Génesis. Es la historia de Onán, quien debía cumplir el mandato de embarazar a Tamar, la viuda de su hermano, a fin de asegurarle una descendencia. Pero como este hijo no sería considerado suyo, sino de su difunto hermano y como tal, heredero de la primogenitura, Onán se las ingenia para “derramar su semilla” sobre la tierra. Una desobediencia que, por supuesto, le acarrea el castigo divino.